Crónicas de nuestro tiempo

El infierno consentido

Cuando los primeros bañistas del amanecer paseaban el 6 de junio de 1993 por Rockaway Beach, en Nueva York, no podían imaginar lo que el Atlántico les devolvería aquella madrugada: un carguero herrumbroso, varado en la arena como un espectro. De su casco destrozado emergían, uno a uno, cuerpos harapientos, famélicos, con el rostro cubierto de costras y heridas. Algunos, al intentar nadar, se hundían entre gritos desgarradores.

El Golden Venture, un viejo carguero de 147 metros, había zarpado de Tailandia con una carga humana: 286 inmigrantes chinos que habían pagado fortunas para escapar de la miseria y la represión. Se les prometió la tierra de las oportunidades. Lo que encontraron fue el infierno.
Cien días de horror.

Durante tres meses, viajaron en los oscuros sótanos del barco, sin luz natural, apiñados como ganado. El aire era fétido; las heces se acumulaban. Apenas recibían un cuenco de arroz y agua cada día. La temperatura era sofocante. La peste y la enfermedad se propagaban.
"Perdí la noción del tiempo", contaría después una mujer de 24 años que sobrevivió. "Pensaba que iba a morir allí abajo, o a manos de mis repugnantes violadores". Después de 12 años, sigo soñando cada día que me golpean sin cesar hasta que muero en aquel horror.

Las mujeres eran las más vulnerables. Al caer la noche, miembros de la tripulación bajaban con linternas, eligiendo a quienes serían llevadas a cubierta para ser violadas. A veces, por diez o más de aquellos animales asiáticos sin sentimientos, mientras rezábamos para no morir cada día. Ninguna podía resistirse y la que lo hacía, era brutalmente golpeada y llevada al borde de la popa para ser arrojada si no se doblegaba a los golpes con palos y correas de telas mojadas. Los gritos eran aterradores, cuando no apagados por las paredes de acero. También los chicos más jóvenes eran sacados por los pelos para ser golpeados y atrozmente violados, regresando sangrando y con heridas.

Uno de los hombres, Lin, había embarcado con su hijo de 9 años. "Le decía que todo acabaría pronto, pero después del segundo mes, dijo que estaba seguro que quizás nunca saldrían vivos de aquel infierno."
"Los muertos eran arrojados al mar por nosotros mismos si no queríamos correr la misma suerte". La peste y el hambre hicieron su obra: algunos comenzaron a morir. Nadie sabe cuántos desaparecieron así en medio del Pacífico.

"Cada día rezábamos que no nos eligieran ni para ser violadas ni para ser las próximas en morir", contaría otra mujer en el juicio.

El 6 de junio, el capitán, temiendo ser detectado por los guardacostas, ordenó acercarse a la costa a toda prisa. La maniobra falló: el carguero encalló en Rockaway Beach. La estampida fue brutal. Algunos, en la desesperación, saltaron sin saber nadar. Diez murieron ahogados a metros de la playa.

Los que lograron llegar, empapados y semidesnudos, fueron arrestados y enviados a un centro de detención de Nueva Jersey. Allí comenzó otra pesadilla: meses, años de encierro, sin traductores ni abogados, sin saber si serían deportados, liberados o enterrados en el anonimato.

El Golden Venture no fue un caso aislado. Era uno de los muchos cargueros gestionados por mafias que explotaban el hambre y el miedo. Cada inmigrante había pagado hasta 35.000 dólares reunidos con el esfuerzo de familiares y amigos, creyendo que su huida les traería la posibilidad de huir también algún día, deuda que para algunos, les condenaba a trabajar como esclavos al llegar. Un negocio multimillonario donde los cabecillas jamás pisaban la cárcel.

Tres décadas después, algunos supervivientes aún callan. Otros, como Lin, nunca encontraron a su hijo en los listados oficiales. "Quizás el mar se lo tragó. A veces sueño que todavía lo busco en esa oscuridad, y lloro cada día pensando en mi pequeño."
¿Cuántos Golden Venture siguen navegando hoy, lejos de las cámaras, en mares más oscuros que nunca?

Treinta años después del naufragio del Golden Venture, las rutas del horror no han desaparecido. Solo han cambiado de nombre, de puerto y de víctimas. Hoy, son las costas de Libia, Turquía o Marruecos; mañana, de nuevo Asia o Centroamérica. El negocio del tráfico de personas mueve más de 10.000 millones de dólares al año.

Las mafias ofrecen el mismo "sueño": Europa o América, tierra de libertad y trabajo. Pero el precio sigue siendo inhumano.
En las costas de Libia, mujeres somalíes, eritreos, sirios y subsaharianos son hacinados en almacenes de esclavos.

Muchos son violados, torturados y vendidos. Allí pagan hasta 5.000 euros para embarcar en un bote neumático con gasolina justa para unas horas. Si no mueren en el mar, lo harán antes: hambre, golpes, enfermedades.

En el sudeste asiático, la modalidad moderna del Golden Venture son los barcos pesqueros clandestinos: centenares de migrantes de Bangladesh, Myanmar, Vietnam, que tras pagar 15.000 dólares son engañados y esclavizados en alta mar. Trabajan 20 horas diarias, sin salario, bajo amenazas de muerte. Nadie baja a puerto. Nadie escapa.

Europa, es el nuevo destino de esclavitud en el siglo XXI.
Los pocos que logran llegar a Europa -Italia, Grecia, España-  descubren otra trampa: el cementerio del mar; las dificultades; el rechazo social;  la deuda con la mafia,  siendo obligados a trabajar en talleres clandestinos, burdeles o campos agrícolas, sus pasaportes son confiscados. Un sistema de esclavitud moderna que las autoridades apenas tocan.

Solo en Italia, la Fiscalía Antimafia estima que más de 50.000 personas trabajan hoy en condiciones de esclavitud agrícola: 14 horas bajo el sol, sin derechos, por 3 euros la hora. Las miles de mujeres pagan con su cuerpo. Los hombres con su vida.

En España, el gobierno los almacena y distribuye a cambio de destruir la cultura, las tradiciones, el bienestar y la tranquilidad de los.nacionales, para aparentar un Estado de piedad, acogimiento y fraternidad, donde se esconden otros intereses antisociales inconfesables, mas cerca de distraer sus fraudes subvencionando Ong's de aliados; que de ejercer esa supuesta compasión.

Todos los gobiernos silencian esa realidad que bien conocen, mientras los capitanes de los nuevos Golden Venture son empresarios, políticos corruptos, mafias que lavan dinero con protección estatal.

Los muertos en el Mediterráneo son incontables, superando cifras de miles de ahogados y asesinados anualmente, pero las rutas no se cierran, las violaciones, la trata con seres humanos y la explotación y abuso de menores no disminuye.

La complicidad y desprecio es internacional, porque forma parte de un plan de que contribuye a la despoblación de los que desaparecen y el voto útil de los que sobreviven.

"Cada bote que vemos en el radar es una ruleta rusa. Sabemos que la mitad no llegarán nunca", confiesa un oficial europeo de Frontex bajo anonimato, mientras el mar sigue tragando vidas. El infierno flotante no es una historia del pasado. Es un trayecto que llega a nuestros días ante el más absoluto silencio revestido de cínica humanidad.

Los gobiernos huyen de atender en origen a los ciudadanos hambrientos, perseguidos o con ambiciones. Prefieren sacar rédito de su acogida, sabiendo que una vez legalizados, son votos de lealtad y agradecimiento que suman, al tiempo que una justificación de sus desvíos corrupto/económicos Ong's de su cuerda, usadas como ganchos de expansión y destino para amigos y adeptos.

30 años después del Golden Venture/
nada ha cambiado/
nuevas rutas, nuevos esclavos/
mismos verdugos/
y el mundo, mirando hacia otro lado.