La mirada del centinela

Las horas muertas

Hay horas que mueren como soldados en batalla, horas valientes entregadas al tiempo, que nos dejan cuando el día rebasa el ocaso y la luz marcha para iluminar los lugares donde otros duermen ya. Hay horas devotas que rezan por nosotros, nos llevan de la mano, nos guían a ese punto incierto adonde queremos llegar. Hay horas frías como escarcha, que miran a los ojos sin un parpadeo, esas que espantan y engrilletan tus pies a los días grises del almanaque. 

Hay horas sabias de lectura y ensayo, que apostillan tu alma en un libro sagrado. Esas que pasan sin medida, porque parecen aves de un cielo que te invita a volar. Hay horas mansas de mirada tierna, de las que son vividas con el placer de convertirlas en gozo, para que duren siempre, fieles como un perro, como un recuerdo terco que sacude tu dicha. Hay horas peregrinas, que rara vez repites. Esas que son extrañas, que parecen hurtadas a otras vidas, a otros ojos, a la memoria abierta de un desconocido. 

Hay horas como espadas, que rasgan el tiempo con mandobles de sangre. Que te dejan heridas y cicatrices dejan. Que son como el color de una noche sin luna, de una negrura plúmbea que se hunde en tus hombros. Hay horas pizpiretas, que saltan a tu lado, y te dejan sonrisas que corren hasta la misma linde donde se pone el día. Hay horas de congoja, de llanto y purgatorio, donde las penas caminan despacio en procesión de muerte. Hay horas que te empujan, que te gritan y pegan, que se sienten corpóreas como un reloj enemigo. Y las hay que acarician, que no se olvidan nunca, que reflejan voces y miradas, que vencen al tiempo, que riegan de nostalgia el jardín de las flores sin fragancia. 

Hay horas cobardes sin voluntad ni espíritu, esas que se amotinan contra un solitario intento de felicidad. Y te niegan triunfos, y recelan de uno, y se tumban de espaldas a la vida. Y callan cuando las cuestionas. Hay horas que tejen días sin brillo, como un tapiz por siglos desteñido, de esas que apagan toda intención de encender lo que de nuevo ofrece la mañana. 

Hay horas muertas que, a veces, resucitan. Y te peinan de brío y visten de coraje, para que luzcas tu mejor versión y tus deseos, a pesar del tiempo, sean inmarcesibles. Horas que reviven porque tú así lo quieres, negando al tiempo su soberbia infinita, una rebeldía que inspira el hecho cierto de saberte limitado. Hay horas que sorprenden, con un fulgor de fuego, que arden de pasión y convierten los días en astros luminosos que contemplamos cuando, pasado el tiempo, nos asomamos a esas horas curiosas que otean el pasado, miran el universo y después descansan, se acuestan en el lecho donde espera la melancolía.