Hacia una filosofía práctica del vino: El vino como obra de arte (Parte II)
Vino y posibilidad ontológica: la desinhibición del Ser en el encuentro estético.
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Como es ya costumbre, les invitamos a escuchar la "Oda a la Alegría" del cuarto movimiento de la Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, compuesta por Ludwig van Beethoven entre 1822 y 1824.
Quizás no lo habrán notado, pero en los minutos 0:42 y 2:28, el vino está allí, como testigo y acompañante en el acto, un detalle que Beethoven sin duda aprobaría.
Beethoven, famoso por su aprecio por el vino, acostumbraba a disfrutar de una copa en sus momentos de descanso durante el proceso creativo. De hecho, se cuenta que este hábito lo acompañó hasta el final de su vida; según varias anécdotas, una de sus últimas adquisiciones fue una provisión de vino.
En su cuarto movimiento, donde resuena el famoso "Himno a la Alegría", Beethoven celebra la fraternidad y el gozo de vivir, temas profundamente universales que, ¿por qué no?, quizás hayan sido inspirados en parte por la cultura del vino, una tradición que compartía con sus contemporáneos.
¿Es el vino pues, una obra de arte?
En la primera parte de este artículo se planteó que una obra de arte no es necesariamente una "cosa" pasiva que simplemente espera la interpretación del espectador o incluso lo interroga. Más bien, se comporta como una "agencia" o actor que transforma de manera no prevista la red de significados y experiencias que emergen en el acto de contemplarla, permitiéndonos redescubrir tanto el mundo como a nosotros mismos.
Es en este sentido que la apreciación del vino y la del arte comparten similitudes fundamentales (Charters, S. y Pettigrew, S., 2005).
Al igual que el arte, el vino posee un motor ontológico propio, una “agencia” que nos invita a experimentar la aletheia (ἀλήθεια), el "desocultamiento del ser".
Ambos, vino y arte, actúan como puertas hacia realidades ocultas, revelando aspectos profundos de nuestra existencia y conectándonos con algo más allá de lo evidente.
Así, al degustar un vino, nos encontramos ante un objeto que nos habla y nos revela una complejidad que va más allá de sus componentes físicos. En este proceso, el vino se convierte en un mediador entre el mundo y nosotros, una obra que nos permite explorar territorios sensoriales y emocionales únicos, revelando una realidad que quizás no percibiríamos de otra manera.
Nos provoca la sospecha, a través de un halo de misterio, que hay más de lo que a simple vista percibimos. Nos invita a completar aquello que percibimos como incompleto, en ese espacio de sentido donde los objetos adquieren significado y utilidad en función de su relación con el ser.
Este efecto se manifiesta, entre otros aspectos, en lo que Borghini y Piazza (2018) describen como una "mejora epistémica". El vino nos lleva hacia una comprensión y cuestionamiento más profundos tanto del Ser —ya sea el suyo propio, el nuestro o el de todo cuanto experimentamos en el mundo circundante, nuestro “Umwelt”.
La complejidad aromática del vino posee una belleza que nos atrae debido a que sus patrones son incompletos. Patrones que son y forman parte de nuestro Ser, patrones que, en su aparente fugacidad e imperfección, nos invitan a interpretarlos y dotarlos de sentido.
Con el vino intuimos que tiene algo más que ofrecer; sentimos que nuestra experiencia con él, en el mundo y para el mundo, aún no ha alcanzado su máximo potencial (Furrow, D., 2020).
El vino posee una cualidad ontológica que potencia su ser como obra de arte, trascendiendo la intención original con la que fue creado. Esta cualidad, que podríamos describir como “desinhibidora”, se manifiesta en su capacidad para liberar el potencial de liberación y transgresión que habita en el ser humano.
Es decir, el vino tiene la facultad de romper las ataduras que limitan el Ser, permitiéndonos trascender los confines del nuestro propio y el Ser de las obras, convirtiéndose así en una obra de arte en sí mismo.
Podríamos decir que el vino es una “posibilidad” (Möglichkeit) que se abre gracias a mecanismos neurofisiológicos, los cuales desregulan y amplifican nuestra percepción y sensibilidad, facilitando una apertura cognitiva y emocional hacia una experiencia estética más profunda.
Esta “Agencia” no solo fortalece los vínculos sociales, sino que también desencadena en nosotros respuestas cognitivas, emocionales y estéticas profundas.
¿Quién, tras una copa de vino, no ha comenzado a cuestionarse sobre aspectos de la existencia o del entorno, nuestro Dasein o "ser en el mundo", que habían pasado desapercibidos hasta ese momento?
Este fenómeno puede explicarse, en parte, por el efecto de sustancias como la oxitocina, la dopamina y la melatonina.
La oxitocina, por ejemplo, fomenta la empatía y la confianza, mientras que la melatonina, presente en el vino tinto, induce un estado de relajación y apertura emocional. Esta combinación facilita la creatividad, la sensibilidad estética y una conexión emocional más profunda con el arte.
Al reducirse la inhibición en ciertas áreas cerebrales, el observador se vuelve más receptivo a estímulos nuevos o abstractos, transformando de manera inesperada la red de significados y experiencias a su alrededor.
Así, el vino participa activamente en la creación y transformación de nuestro mundo como una entidad ontológica que llena de significado todo aquello que percibimos a través de nuestros sentidos y que el cerebro, guiado por la memoria y el aprendizaje, reinterpreta la experiencia a partir de este enriquecimiento sensorial y simbólico.
Este fenómeno contribuye a lo que algunos estetas denominan “financiación”: una fusión de significados provenientes de experiencias pasadas que se integran en una experiencia presente enriquecida por el vino (Fretter, W. B., 1971).
De esta manera, el vino puede considerarse un "objeto emocional" (Elali, I., et al., 2023), un producto cultural con la capacidad de despertar emociones y activar la cognición a través de la vía del olfato, como parte del sistema límbico (Shepherd, Gordon M., 2017).
Su dimensión emotiva nos permite trascender lo puramente subjetivo, mientras que su dimensión cognitiva nos ayuda a descubrir, identificar y armonizar su esencia con patrones universales y principios compartidos (Borghini, A. & Piazza, T., 2018).
Esta es la belleza intrínseca del vino como obra de arte, esta es su estética, su Ser. Beethoven intuyó ese motor ontológico en cada sorbo, y lo canalizó en su obra en una comunión que aún resuena. Y es ahí, tanto en su creación como en la nuestra, que permanece.
Referencias bibliográficas
Borghini, A., & Piazza, T. (2018). The aesthetic properties of wine. Wassard Elea Rivista, VI(1). https://wassardelea.com/wp-content/uploads/2022/10/Wassard-Elea-Rivista-VI1.pdf#page=14
Charters, S., & Pettigrew, S. (2005). Is wine consumption an aesthetic experience? Journal of Wine Research, 16(2), 121–136. https://doi.org/10.1080/09571260500327663
Elali, I., M’Bailara, K., Sanders, V., Riquier, L., de Revel, G., & Tempère, S. (2023). Is wine an emotional object? Measurements of the subjective and automatic components of emotions in a wine-tasting situation. OENO One, 57(4). https://doi.org/10.20870/oeno-one.2023.57.4.7634; https://oeno-one.eu/article/view/7634#
Fretter, W. B. (1971). Is wine an art object? The Journal of Aesthetics and Art Criticism, 30(1), 97–100. Wiley on behalf of The American Society for Aesthetics. http://www.jstor.org/stable/429579; https://philpapers.org/archive/GRACWB-2.pdf
Furrow, D. (2020, April 29). What is a beautiful wine? (2) Philosophy of Food and Wine. https://foodandwineaesthetics.com/2020/04/29/what-is-a-beautiful-wine-2/
Shepherd, G. (2016). How the brain creates the taste of wine. Columbia University Press. https://doi.org/10.7312/shep17700