La receta

Farmacéuticos poetas: la fórmula secreta

En la historia de la Farmacia española hay corrientes silenciosas que, pese a su discreción, han acompañado al oficio desde tiempos remotos. Una de ellas —probablemente la más inesperada para el profano— es la de los farmacéuticos poetas, una tradición que ha germinado en las reboticas donde el trabajo cotidiano se entrelazaba con la contemplación pausada del mundo. Nada tiene de extraño: la Farmacia, en su raíz, ha sido siempre una disciplina del rigor, del cuidado y de la mirada atenta; y esos mismos requisitos, trasladados al ámbito de la palabra, terminan por dar lugar a una sensibilidad propicia para la poesía.

Una reciente ‘Antología de poetas farmacéuticos españoles’ ha puesto orden, por primera vez, a ese legado disperso, reuniendo más de cincuenta autores procedentes de épocas, estilos y geografías diversas.

Entre esos autores figuran voces contemporáneas y cercanas, como José Félix Olalla, de tono claro y meditativo; Margarita Arroyo, que ha sabido fijar en el poema escenas íntimas de la cotidianeidad; Carmen Abad, representante de una sensibilidad limpia y serena; o Cristóbal López de la Manzanara, cuya expresión poética nace del equilibrio entre la precisión científica y un humanismo de raíz profunda. Son sólo algunos nombres de una nómina amplia, diversa que incluye a políticos como Federico Mayor o Juan Manuel Reol y, en algunos casos, nombres injustamente desconocidos incluso dentro del propio ámbito profesional.

En este conjunto merece un lugar destacado José María Fernández Nieto, cuya trayectoria encarna como pocas el vínculo antiguo entre farmacia y poesía. Farmacéutico palentino de vida entregada al oficio, fundador del movimiento literario NUBIS y autor premiado en más de trescientos certámenes, supo unir la disciplina del mostrador con una obra poética de hondura humana, limpia de artificio y profundamente arraigada en la experiencia. Su figura, representativa de una generación que hizo coexistir servicio, vocación y palabra, aporta a la antología un testimonio esencial de la tradición que pretende rescatar.

Pero cuando se habla de farmacéuticos poetas, toda enumeración desemboca inevitablemente en un nombre que trasciende cualquier catálogo: León Felipe. Su figura se alza como un faro para esta tradición. Farmacéutico de formación y poeta ‘trasterrado’. Su voz —quebrada, profética, universal— demuestra que la poesía puede brotar de un origen humilde y elevarse luego hacia una resonancia que pertenece ya a la historia general de la literatura. En León Felipe no hay un poeta “que además fue farmacéutico”, sino un espíritu que supo convertir la experiencia del oficio en un punto de partida vital, un modo de leer el mundo desde la conciencia de que la palabra, como el remedio, tiene un poder de revelación y consuelo.

La antología recupera también el papel de instituciones que, en las últimas décadas, han contribuido a que esta tradición no se pierda. Entre ellas destaca la labor de la Asociación de Farmacéuticos de Letras y Artes (AEFLA), depositaria de esta primera edición y llamada a custodiarla y ampliarla en el futuro. Gracias a este esfuerzo, los poetas del oficio ya no quedarán relegados a menciones dispersas en revistas profesionales o a publicaciones de circulación limitada, sino que se incorporan, con pleno derecho, al patrimonio cultural de la profesión.

La experiencia diaria del farmacéutico —entre recetas, pacientes y fórmulas magistrales— ofrece un contacto privilegiado con la fragilidad humana; y esa cercanía, lejos de endurecer el ánimo, a menudo despierta una necesidad de comprender y decir lo que sólo la poesía satisface plenamente.

Quizá por ello, al recorrer esta antología, uno siente que existe una continuidad entre el gesto antiguo del boticario que pesa, mezcla y decanta y el del poeta que selecciona palabras con la misma meticulosidad. En ambos casos, la tarea consiste en encontrar la proporción justa, la combinación que esclarece un malestar o ilumina una intuición. La Farmacia y la poesía comparten ese respeto natural por lo pequeño, por el detalle, por aquello que pasa desapercibido, pero sostiene la vida.

Hoy, cuando muchas tradiciones profesionales parecen difuminarse, esta recuperación del legado poético de los farmacéuticos supone un acto de afirmación serena. Nos recuerda que, detrás del mostrador, ha habido siempre personas que comprendieron que la salud del cuerpo y la claridad del espíritu no son esferas ajenas. Y que, gracias a obras como esta antología, la profesión vuelve a reconocerse en toda su amplitud: técnica, humana y también literaria.