El farmacéutico en la obra de Pío Baroja
El universo literario de Pío Baroja, miembro destacado de la Generación del 98, suele evocar imágenes de desarraigo, personajes errantes y paisajes ásperos. Sin embargo, bajo esa superficie se encuentra también la huella discreta, pero significativa, de una figura profesional con hondas raíces en la tradición española: el farmacéutico. No es casual. Baroja fue nieto de un boticario de Oyarzun, hijo de un ingeniero y formado como médico, aunque siempre confesó su escaso entusiasmo por el ejercicio clínico. Esa proximidad familiar a la farmacia dejó un rastro perceptible en varias de sus novelas y relatos, y ofrece hoy una clave sugerente para leer su obra desde la óptica cultural de la rebotica, aquel espacio tan español donde se mezclaban la ciencia, la política y la literatura.
En El mayorazgo de Labraz (1928) aparece quizá el ejemplo más logrado de esta presencia. Antonio Bengoa, el farmacéutico del pueblo, encarna una voz liberal, culta y progresista que contrasta con el ambiente carlista y tradicionalista de otros personajes. Al joven Bengoa le increpa su tío en estos términos: “En vez de servir al Rey como toda persona bien nacida, quieres ser boticario” a lo que responde el joven “Ustedes tienen el culto por la fuerza y la brutalidad, si respetan al Rey es porque es fuerte, si adoran al Papa es por lo mismo, nosotros tenemos el culto de la ciencia, de la justicia y de la libertad” El boticario, lejos de ser un personaje secundario pintoresco, se convierte aquí en un agente de transformación social, capaz de moderar discusiones, aportar argumentos y simbolizar un futuro distinto. No deja de ser significativo que sea un farmacéutico, y no un sacerdote, un militar o un cacique, quien represente la voz del cambio.
Otros farmacéuticos pueblan las páginas barojianas con roles similares. En Las inquietudes de Shanti Andía se presenta Garmendía, boticario liberal que discute con los tertulianos carlistas, aportando de nuevo ese contrapunto ideológico que Baroja apreciaba en la profesión. Y en obras como Memorias de un hombre de acción, o incluso en la comedia Arlequín, mancebo de botica, aparecen referencias a la farmacia, siempre con un matiz de observación crítica, pero también de reconocimiento hacia la cultura popular que emanaba de estos personajes. Incluso en relatos breves como Elizabide el vagabundo se entrevé la sombra de la botica como lugar común de encuentro.
Baroja, aunque nunca fue muy amigo de tertulias formales, sí conoció y frecuentó algunas reboticas, sobre todo en San Sebastián. No cuesta imaginarlo escuchando o participando con su ironía característica en aquellos corros de conversación, donde el farmacéutico actuaba como anfitrión y mediador.
Esa visión es la que Baroja recoge y transforma en sus novelas. No idealiza al farmacéutico, pero tampoco lo trivializa. Más bien lo utiliza como símbolo de continuidad entre la ciencia y la vida cotidiana, entre la tradición y la modernidad. Un boticario como Bengoa puede representar el espíritu liberal que trata de abrirse paso en un entorno cerrado; otro, como Garmendía, puede encarnar la obstinación de quien se enfrenta a la inercia del pasado. Baroja, nieto de boticario, supo darle a esa figura un lugar literario que no ha perdido vigencia. El farmacéutico, en su obra, no es un simple dispensador de medicinas, sino un testigo del tiempo y, en ocasiones, un motor de cambio.
Hoy, al repasar esas páginas de Baroja donde el farmacéutico se erige en figura de cultura y compromiso, uno no puede evitar sentir una punzada de añoranza. La rebotica, aquel foro donde se cruzaban las noticias del día con los pensamientos más íntimos, se ha desdibujado en el ruido de la modernidad. Quizá por eso, es tan difícil identificar todavía algún farmacéutico que representa una estirpe en extinción, la de los farmacéuticos barojianos: figuras entrañables y críticas, a un tiempo populares e ilustradas, cuya sombra se alarga todavía sobre la memoria de la profesión, aunque hoy cueste tanto encontrarlos en carne y hueso; pero así son nuestros tiempos.