Fango
De tanto como el fango ha sido convocado por el sanchismo, el fango verdadero se ha instalado en el país. Valencia tiene los pies de barro, lo mismo que el Estado. La catástrofe, de proporciones insospechadas, ha arrasado con la vida ordinaria de miles de personas. Esas mismas personas que anteayer abroncaban a las autoridades en su paseo por Paiporta.
La magnitud del temporal es inusitada, no así la reacción de un Gobierno que acostumbra a sestear cuando más se necesita su intervención. La administración no está a la altura de una situación de emergencia; Sánchez y sus ministros no están a la altura de casi nada. El presidente solo sabe desenvolverse en su zona de confort, cuando es loado y aplaudido por sus correligionarios. El domingo, escudado en la magna figura del rey, escapó como un vulgar bandolero sorprendido en mitad de un asalto. El pueblo está excitado, la desolación embrutece las almas, nos hace impredecibles, vehementes, nos carga de inquina contra aquel que ostente un cargo oficial y pasee su buena voluntad en mitad de la ruina. Los reyes supieron enfrentar con arrojo la lógica desesperación de los damnificados.
Que conste que todo acto de violencia es censurable, no debemos caer en la tentación del radicalismo. Es añadir más miseria a la miseria, encenagarnos en el fango del guerracivilismo es inútil. Dicho esto, sí merece una reflexión la respuesta del Estado frente a una catástrofe semejante. El trato que Sánchez ha dispensado a una comunidad autónoma desolada, como si la ayuda reclamada proviniera de un territorio extranjero, le invalida como responsable máximo de un país. No es capaz de abandonar el enfrentamiento político ni ante una debacle de tal envergadura. No pone los mecanismos del Estado en marcha; al contrario, los ralentiza. La ministra de Defensa, Margarita Robles, crea una espuria polémica con la Generalitat, argumenta que el ejército no está para eso. Un cruce obsceno de reproches cuando se necesita una coordinación efectiva entre las dos administraciones.
Sánchez ha manejado el protocolo peor que si la zona cero de la catástrofe estuviera en Haití. Él es el responsable de habilitar los medios necesarios para paliar la desgracia, él es el presidente del Gobierno, él es a quien corresponde tomar el mando de la operativa, no a los cientos de voluntarios que, cepillo en mano, se desplazan hasta el núcleo de la devastación para depositar su solidaridad con aquellos que ahora la necesitan.
La ira de los ciudadanos es entendible, aunque Sánchez reitere que se trata de unos cuantos individuos de extrema derecha. Es un presidente para el halago, en los momentos de mostrar la grandeza de un dirigente político no le esperen, porque no tiene ninguna grandeza. Es más, su humanidad está encogida, prefiere aprobar un decreto que favorezca sus intereses antes que respetar el duelo de unas personas que lo han perdido todo. Él pierde su dignidad, pero, como está acostumbrado a caminar sin ella, seguirá avanzando sobre el fango. Quizá pierda pie y termine por mancharse. Aunque, lo que de verdad deseamos cada vez más españoles, es que acabe por marcharse. Parece evidente que no lo hará por voluntad propia, prefiere continuar enfangado, está en su naturaleza.