Esoterismo y Farmacia: Jaime Cobreros y Paloma Navarrete
En las antiguas boticas españolas, se hablaba de poesía, de política y, a veces, de misterios. Aquellas tertulias de rebotica, tan queridas por los farmacéuticos de otros tiempos eran algo más que encuentros profesionales: eran laboratorios del espíritu, que desgraciadamente han desaparecido de las farmacias y solo cuentan como recuerdo la Sección de Farmacia del Ateneo de Madrid, obra del farmacéutico Daniel Pacheco, que la dirige e impulsa desde hace casi cuatro décadas, y también otra con solera y trayectoria temporal parecida en la calle Monteleón, bajo el nombre de La Filoxera, que se reúne los jueves; con lo que puede decirse que la tradición no se ha extinguido del todo. Incluso, fuera de Madrid hay alguna, como el Club de Opinión Farmacéutico de Málaga, que aborda muchos temas, incluidos los de política profesional, y que funciona desde 1988.
En esas tertulias que quedan se ha hablado de ciencia, de literatura, de enología y hasta de esoterismo en el que, dos nombres destacan por razones muy distintas: Jaime Cobreros y Paloma Navarrete. Por cierto, ella bastante asidua de La Filoxera, una médium de prestigio televisivo; y él, un erudito del Camino de Santiago y del simbolismo cristiano, que frecuentaba El Ateneo. Ambos con título de farmacia, ambos herederos, quizá sin saberlo, de aquella antigua magia de la rebotica.
Jaime Cobreros (1942–2019) fue un hombre de otra época. Nacido en Guipúzcoa y formado en farmacia, derivó pronto hacia el estudio del arte románico y de los símbolos religiosos. Sus libros —Iniciación al simbolismo, Camino de Santiago, geografía del espíritu, Símbolos fundamentales del Camino de Santiago— combinan el rigor del científico con la intuición del iniciado. Cobreros veía en el Camino una vía de conocimiento interior, un itinerario físico y espiritual donde la piedra y la planta medicinal, la botica y el templo, pertenecían a una misma lógica: la del orden sagrado del mundo. No fue un ocultista ni un charlatán, sino un lector de los signos antiguos. Como buen farmacéutico, desconfiaba de las modas y se aferraba al valor de la observación. En sus guías se percibe la vieja convicción del boticario humanista: que la ciencia y el espíritu son dos ramas de un mismo árbol, y que el remedio no sólo cura el cuerpo, sino también el espíritu cuando se le da sentido.
Paloma Navarrete (1945–2022) siguió un camino bien distinto. Farmacéutica y psicóloga, viajó a Guatemala en su juventud y, según contaba, allí conoció a un chamán que la introdujo en el mundo de lo invisible. A su regreso, abrió en Madrid el primer gabinete de futurología, y pronto se convirtió en rostro habitual de programas como Milenio 3 o Cuarto Milenio. Miembro del ‘Grupo Hepta’, aquel equipo de investigación parapsicológica dirigido por el padre Pilón, participó en célebres casos de casas encantadas y fenómenos inexplicables. Navarrete hablaba del más allá con serenidad científica, sin el dramatismo del médium de feria. Su lenguaje —mezcla de psicología, alquimia doméstica y experiencia extrasensorial— mantenía cierto aire profesional, casi clínico. Tal vez era su formación farmacéutica la que le confería esa autoridad racional en medio del misterio. En sus libros ‘Experiencias en la frontera’ y ‘Otras fronteras, otras realidades’, relató encuentros con espíritus, percepciones y sueños lúcidos, pero siempre con tono templado, sin exhibicionismo. Se contaba de ella, aunque quizá fuera falso, que echaba las cartas a Felipe González
Si Cobreros representa la vía del símbolo, Navarrete encarna la vía del oráculo. Él buscaba las huellas de lo divino en el arte y en la naturaleza; ella exploraba las señales del más allá en la mente y la emoción. Ambos, sin embargo, compartían algo esencial: la convicción de que la realidad visible no agota el mundo. En sus manos, la farmacia —tan unida a la alquimia y al misterio de las sustancias— se convierte de nuevo en un punto de partida para interrogar lo invisible.