De Don Hilarión a Doña Hilaria: la nueva zarzuela de la farmacia
En Madrid o en Málaga, agosto no sería agosto sin la Virgen de la Paloma. Y la Virgen de la Paloma no sería lo mismo sin su zarzuela más castiza: La verbena de la Paloma con música de Tomás Bretón, y libreto de Ricardo de la Vega. Ahí, entre farolillos, chotis y mantones, surge la figura inmortal de Don Hilarión, boticario entrado en años, bigote recortado y galante de manual, que se enreda en amoríos con Susana y Casta mientras repite su inolvidable “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.
Pero, querido lector, si Don Hilarión levantara la cabeza, es probable que no reconociera ni la farmacia… ni a sus colegas. Porque la botica de entonces era un lugar perfumado con efluvios de mentol, azufre y jarabes caseros; un templo donde el farmacéutico, con su bata impoluta y su saber de compendio, preparaba a mano píldoras, emplastos y tinturas.
Hoy, la cosa es distinta. Si hubiera que escribir la zarzuela de nuestro tiempo, el protagonista no sería Don Hilarión sino Doña Hilaria. Joven —o no tanto—, segura de sí misma, armada de un ordenador, un sistema de gestión de stock y un máster en atención farmacéutica. Y es que las cifras no mienten: ahora, en España, más del 70% de quienes regentan una farmacia son mujeres.
El mortero sigue ahí, pero muchas veces como pieza decorativa, salvo en las farmacias que aún mantienen la noble costumbre de hacer fórmulas, donde la crema “base lanette” y el “pomada al 2%” siguen siendo parte del vocabulario diario.
Por eso, si la Verbena de la Paloma tuviera que reescribirse hoy, el libreto podría empezar en una farmacia de barrio donde Doña Hilaria, entre el pitido del escáner y el clic del ratón, aconseja a un cliente sobre cómo combinar la medicación con las fiestas patronales (“Nada de mezclar el antibiótico con la sangría, Manolo, que luego pasa lo que pasa”). En lugar de líos de faldas, habría historias de cajas de mascarillas agotadas en plena pandemia, de colas para hacerse un test de antígenos o de la odisea de conseguir un medicamento infantil en plenas Navidades.
Así que, cuando la banda municipal empiece a tocar y los chulapos se lancen a bailar, brindemos no solo por la Virgen de la Paloma y por Don Hilarión, sino también por Doña Hilaria, heredera moderna de un oficio que, aunque se haya informatizado y feminizado, conserva intacta su esencia: servir a la comunidad con conocimiento, cercanía y un puntito de arte… que, al fin y al cabo, también es lo que hace falta para vivir en esta verbena de Madrid o en la caseta de La Rebotica de la feria de Málaga, donde se dan cita las farmacéuticas y farmacéuticos alegres y dispuestos a rememorar tiempos de felicidad pasados y presentes.