La Receta

Cuando la medicina enferma: tres voces contra el sobrediagnóstico y la sobremedicación

Vivimos en una sociedad que confía en la medicina como nunca antes lo hizo. Los avances científicos han multiplicado la esperanza de vida, han reducido el sufrimiento y han hecho posible que muchas enfermedades dejen de ser mortales. Y, sin embargo, esa confianza ilimitada en las pruebas, los diagnósticos y los fármacos comienza a mostrar un lado oscuro: el de una sociedad permanentemente medicalizada, en la que se generan pacientes donde en realidad había personas sanas.

Tres médicos españoles, de trayectoria intachable y formación sólida, han levantado la voz para alertar sobre esta deriva. No son gurús de terapias alternativas ni críticos marginales: son clínicos experimentados, sensatos y profundamente conocedores de su oficio. Sus libros y reflexiones deberían formar parte de la biblioteca mínima de todo ciudadano que quiera entender el presente y el futuro de la medicina.

Uno de ellos es Antonio Sitges-Serra, catedrático de cirugía y autor de Si puede, no vaya al médico. En una reciente entrevista recordaba que “si usted está bien, no vaya al médico; generamos pacientes donde no los hay”. Sus palabras resumen de forma provocadora una evidencia cada vez más difícil de ocultar: la cascada de pruebas innecesarias y diagnósticos dudosos puede crear más problemas que soluciones. Cada análisis, cada exploración, cada marcador alterado abre la puerta a nuevas intervenciones, a menudo sin beneficio real para el paciente.

La misma línea de pensamiento recorre el libro de Joan-Ramon Laporte, Crónica de una sociedad intoxicada. Laporte, farmacólogo de prestigio y profundo conocedor del sector, desgrana cómo la proliferación de medicamentos y el peso creciente de la industria farmacéutica en las decisiones sanitarias han contribuido a una auténtica intoxicación social. Su denuncia es clara: no se trata solo de los efectos adversos de un fármaco mal prescrito, sino de un modelo de salud que ha hecho del medicamento una respuesta automática, a veces ciega, a problemas que deberían abordarse desde la prevención, el estilo de vida o incluso la paciencia y la observación.

A este coro de advertencias se suma también la voz del médico Juan Gérvas, que desde hace años insiste en que la prevención puede convertirse en un exceso dañino. Gérvas ha alertado sobre la moda de convertir factores de riesgo en enfermedades y sobre la ilusión de que más pruebas garantizan más salud. Sus escritos subrayan una paradoja inquietante: muchas veces, en nombre de la seguridad, se expone a las personas a daños que jamás habrían sufrido de no haberse sometido a determinadas intervenciones.

Los tres coinciden en un diagnóstico común: la medicina del siglo XXI ha llegado a un punto de saturación. Hemos pasado de temer la enfermedad a temer la salud que no se revisa, que no se somete continuamente a pruebas, y que no se “asegura” con constantes controles. La cultura del “por si acaso” ha generado una hipocondría social que convierte cualquier síntoma menor en la antesala de una gran catástrofe. Y, con ello, aumenta la ansiedad de los pacientes, se consumen recursos valiosos y, lo más grave, se ponen en marcha tratamientos que pueden deteriorar más que curar.

Este mensaje, incómodo pero necesario, no debe interpretarse como un alegato contra la medicina. Nadie discute que las pruebas diagnósticas o los medicamentos han salvado y seguirán salvando millones de vidas. Lo que se cuestiona es su uso abusivo, su aplicación mecánica, su conversión en un ritual que desplaza la prudencia clínica y el juicio profesional. En una época en que la información circula con rapidez y los ciudadanos reclaman transparencia, resulta vital recordar que la mejor medicina sigue siendo aquella que se aplica solo cuando es necesaria.

Recomendar la lectura de Sitges-Serra, Laporte y Gérvas es invitar al lector a reflexionar sobre la relación que cada uno mantiene con su salud y con el sistema sanitario. Sus páginas no siembran desconfianza, sino sentido común. Nos recuerdan que la ciencia médica no es una máquina infalible, sino una herramienta humana, con límites, con incertidumbres y también con riesgos. Y que, en ocasiones, lo más prudente es aceptar que el cuerpo puede recuperarse por sí mismo, que no todo dolor es enfermedad y que no toda anomalía requiere un tratamiento inmediato.

El gran público merece conocer estas ideas. Porque detrás de cada visita innecesaria al médico hay tiempo, dinero y, sobre todo, bienestar que se pierde. Y porque una sociedad que entiende los límites de la medicina es, paradójicamente, una sociedad más sana.

Quizá el mejor consejo, como decía Sitges-Serra, sea este: “si usted está bien, no vaya al médico”. Una frase que puede parecer exagerada, pero que encierra una sabiduría antigua: la de no alterar lo que funciona, la de confiar en que la salud no siempre necesita intervención. Leer a estos tres médicos es recuperar ese principio de prudencia que nuestra cultura, tan ávida de soluciones inmediatas, parece haber olvidado.