Chocolate: una historia terapéutica y un placer, objeto de discusiones teológicas.
El primer contacto de los europeos con el cacao se produjo en el cuarto viaje de Cristóbal Colón, que intuyó su importancia. El Almirante, en una carta al tesorero mayor del Rey, tras el descubrimiento de las Antillas, demostró un gran interés por sus posibilidades de comercio. Se trata de un alimento que ha sido desde moneda hasta botín de guerra, pero del que también se extrae la teobromina, usada como medicamento, que es un alcaloide análogo a la cafeína.
Aunque hay dudas razonables sobre quién trajo a España las primeras habas de cacao, Colón o Cortés, de lo que no hay duda es de que los españoles fuimos los primeros europeos en conocer el cacao, analizar sus virtudes y consumir el chocolate. Hay que destacar, sin embargo, la especial vinculación de los boticarios con el chocolate, que durante siglos y antes de su elaboración industrial, fue preparado y dispensado por boticarios, con diferentes preparaciones.
Chocolate como medicamento y como excipiente.
Son numerosos los tratados médicos y farmacopeas de los siglos XVIII y XIX que proponen fórmulas a base de chocolate con diversos compuestos como el cloruro argéntico (chocolate antiescrófico); antiespasmódico (con esencia de azar); antihelmíntico (con crotontiglio y canela); antivenéreo (con cloruro mercúrico y bálsamo del Perú); con sulfato de quinina como febrífugo y muchos más, como el chocolate con horchata de almendras para los catarros y tisis y el chocolate blanco, apto para las enfermedades de languidez y para convalecientes de enfermedades agudas, preparado con cacao, agua, azúcar, harina y salep (bebida turca a base de un tubérculo de orquídea salvaje). Entre estas preparaciones tuvo especial recorrido e importancia el chocolate de hierro (Quevenne) en pastillas, preparado reduciendo el hierro por el hidrógeno y con chocolate fino a la vainilla, así como las tabletas de ipecacuana con chocolate (Dauventun) como expectorante para la bronquitis.
Como alimento
Tal era la popularidad del chocolate que, siendo primero desayuno reservado a clérigos y pudientes, en el siglo XVIII se consumía por todas las clases sociales, como confirma que en 1792 el salario de las criadas ‘de moda’ incluía además de los reales correspondientes una ‘xícara’ de chocolate.
No es hasta finales del siglo XVII cuando aparecen los primeros utensilios especializados: las 'chocolateras', tanto el alto recipiente para confeccionarlo -de metal resistente al fuego con un orificio en la tapa de donde sobresalía el mango del molinillo para batirlo- como el utilizado para servirlo, que solía ser de plata o porcelana, mango de madera en ángulo recto y tapa igualmente horadada o con asa, como refiere Roberto Alonso Cuenca en su libro ‘Los fogones de la Historia’.
En Europa, el chocolate se difundió pronto en Francia, especialmente a través de Ana de Austria, casada con Luis XIII en 1615, que lo extendió entre las damas de la Corte. Pocos saben, sin embargo, que fue precisamente un boticario español –el navarro Miguel de Ansó, quien lo introdujo en el país galo. Este farmacéutico, nacido en Tudela en 1588, hijo de un gentilhombre llamado Sancho y de una francesa, estudió farmacia en Madrid y desde allí partió a París con poco más de 25 años cumplidos. Coincide esta etapa con la llegada a París de Ana de Austria, que se había aficionado en la Corte española al chocolate en taza.
Posteriormente Madame de Pompadour tomaba el chocolate, según las malas lenguas, para ponerse a la altura del movido Luis XV. Está también documentado que María Antonieta tenía su propio chocolatero, el farmacéutico de su marido Luis XVI, Sulpice Debauve, que en 1800 fundó junto a su sobrino, también farmacéutico, la empresa Debauve et Gallais, proveedora oficial de chocolate para las Cortes de Napoleón 1º, Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe.
Y discusiones teológicas sobre el chocolate.
En los siglos XVI y XVII la popularidad del chocolate en jícara entre las damas españolas era tal que incluso se las llevaban a la Iglesia. Por ello se planteó si rompía el ayuno, algo sobre lo que escribió un interesante Tratado el Padre Hurtado, del Consejo Supremo de la Inquisición, publicado el 22 de noviembre de 1642. En el mismo se determina, en base a ‘razones de fe y la autoridad de Santo Tomás’, que el chocolate bebido no quebranta el ayuno, salvo “si se toma con fraude y para que sustente”.
Está claro, el Padre Hurtado era aficionado a fumar y al chocolate.
Tratado del Padre Hurtado, sobre si el chocolate y el tabaco quebrantan el Ayuno Eclesiástico y Natural, 22 de noviembre de 1642. Ejemplar proveniente de la Biblioteca del Hospital Real de Granada