Chamberí: de templarios a chisperos
Probablemente la mayoría de los residentes en Chamberí desconocen que los terrenos que hoy pisan fueron hasta el siglo XIV propiedad de la Orden del Temple y en su mayor parte zonas de caza y bosque, talado en tiempos de Carlos I para instalar tierras de secano y algunas huertas en Santa Engracia y Maudes, donde empezaron a construirse casas de agricultores… y ya en el siglo XIX hogares de los trabajadores de las primeras herrerías y talleres de ladrillos y tejas.
De hecho, los residentes en Chamberí eran conocidos como “chisperos”, palabreja que no viene -obviamente- de ser adictos a la Coca Cola, la chispa de la vida, sino de las chispas que se desprendían de las herrerías instaladas en el barrio, y posteriormente la fábrica a vapor de hierro de los catalanes Bonaplana, situada en un convento desafectado en el Tejar del Cerro. Así que los vecinos de Chamberí han sido siempre gente trabajadora y activa, que aportaron a Madrid buena parte de sus hermosos balcones de hierro, tan característicos de la urbe. Además, dejaron una huella lingüística imborrable: la palabra “chupa”, según la RAE chaquetilla o cazadora corta, que era la prenda típica de los chisperos.
Chamberí albergaba, en el siglo XIX: cuatro telares, 22 tahonas que fabricaban en 1905 la quinta parte del pan que se comía en la capital, la churrería de Atienza en Blasco de Garay, la más antigua de Madrid según su licencia de 1887, un molino de chocolate y después una fábrica a vapor, una factoría de hielo en el paseo del Obelisco –actual Martínez Campos-, una de yesos en Santa Feliciana y otra de cal en Covarrubias. También tuvo el barrio una fábrica de fósforos -La Colonia-, una de lejía en Carranza, varias industrias de bujías esteáricas y jabón, entre ellas La Iberia en Bravo Murillo, y una fábrica de gomas en Santa Engracia
El vivo al bollo y el muerto al hoyo
Pero no solo de hierro y pan vive Chamberí. El distrito acogió la primera fuente que trajo a Madrid las aguas del Lozoya y el primer depósito del Canal de Isabel II, pero también dos de las primeras fábricas de cervezas madrileñas: la de Santa Bárbara, según anota la Guía de Forasteros de 1815, que no cerró hasta 1990, y la cervecera de Gerónimo Kastler, que se instaló muy cerca de la primera en 1822 y fue absorbida en 1841.
Chamberí es un distrito muy vivo: tenía nada menos que 70 tabernas en 1871, compitiendo con el Rastro y Lavapiés. Ojalá pudiéramos resucitar La Africana en Quevedo o El Infierno en Olavide.
El Laurel de Baco -una cooperativa de bodegueros- se afincó en Fernando El Católico, en la antigua plaza de la Moncloa, muy cerca de las famosas perfumerías Gal y, además de cerveza, elaboraba vermut y dispensaba barras de hielo. También tenía Chamberí fábricas de gaseosas y jarabes como La Revoltosa, El Gallo, cuyo propietario fundaría después La Casera y tuvo la primera licencia de Coca Cola en España, y La Deliciosa, en la que colaboraba el farmacéutico Esteban Quert, No es de extrañar el éxito de las “claras” en las tabernas de Chamberí, ya fuera con la gaseosa fabricada en el distrito o anteriormente el zumo de un limón, tal como contaba un viajero inglés -Richard Ford- en la primera mitad del siglo XIX, por el que también sabemos que Madrid era la ciudad donde más cerveza -bien fría en verano- se consumía en España.
La alegría se percibe desde siempre entre los chamberileros, aunque paradójicamente también ha sido un distrito asociado con la muerte, con cuatro cementerios -el general del Norte en Arapiles, las Sacramentales de San Ginés y San Luis en el actual Parque Móvil y el inicio de Guzmán el Bueno ,y el de San Martín, San Ildefonso y San Marcos, donde hoy está el Estadio de Vallehermoso- que fueron mal clausurados al crearse la Almudena, pues en 1994 aparecieron más de 600 esqueletos al construir un aparcamiento de residentes en Arapiles y aún hoy siguen apareciendo cuando se escarba un poco.
Arquitectónicamente, Chamberí conserva edificios racionalistas de los años 30 del siglo XX: la estación de servicio de gasolina y gasoil de la calle de Vallehermoso, que tuvo que ser desmontada y vuelta a montar al construirse el edificio contiguo de un Hotel NH; y la llamada “Casa de las Flores”, donde vivieron Pablo Neruda, Severo Ochoa, Rómulo Gallegos y Emilio Carrere. También hay construcciones modernistas, neomudéjares y neogóticas.
Tras el proyecto de ensanche de la ciudad en 1859, que pretendía hacer de Chamberí un distrito industrial, algo que no entusiasmaba precisamente e los residentes, encontramos ya en el plano de Emilio Valverde (ca. 1890) la Institución Libre de Enseñanza. No olvidemos tampoco los Nuevos Ministerios; el Hospital de Maudes; el hermoso Palacio de los marqueses de Bermejillo del Rey donde hoy se ubica la institución del Defensor del Pueblo; las extrañas torres de Colón, en su momento apodadas “El enchufe”; y algunas Embajadas tan emblemáticas como la de Argentina en la Calle Fernando el Santo, que fue Palacio de los Marqueses de Argüeso, y en la que no se alojó Milei en sus últimas visitas a España, quizás porque sí lo hizo en su momento Cristina Kirchner.
En Chamberí se conserva la única estación de metro que se puede visitar como museo en España, en la primera línea del metropolitano que se puso en funcionamiento en la capital entre Cuatro Caminos y Sol, inaugurada el 17 de octubre de 1919. La estación se clausuró en 1966 por imposibilidad de adaptar sus andenes a la longitud alargada de los nuevos trenes adquiridos en aquel tiempo. Otros interesantes museos son la casa de Joaquín Sorolla en General Martínez Campos, donde el pintor vivió y tuvo su taller en la Capital, y el Geominero, en la calle de Ríos Rosas.
Misterioso origen
La primera vez que aparece el término Chamberí en un plano de Madrid es en el de Nicolás Chalmandrier en 1761, aunque la mayor parte del actual distrito no está reproducido, ya que entonces Chamberí estaba fuera de las murallas y no estaba urbanizado. La inscripción aparece en el norte del mapa, justo al lado del viejo “Camino de Ortalez”, actual Santa Engracia, y enfrente de la que hoy es glorieta de Alonso Martínez, donde estaba situado el portillo de Santa Bárbara, por el que los madrileños salían hacia Francia, como lo hacían por el de Foncarral. Esta referencia anula la teoría según la cual la denominación deriva de un acuartelamiento de tropas napoleónicas en la actual plaza del mismo nombre durante la Guerra de la Independencia, siendo sus soldados originarios del municipio francés de Chambery, en el departamento de Saboya.
No obstante, no cabe duda de la relación de Chamberí con Saboya, y no es extraño que aparezca por primera vez en un plano de autoría francesa. Antonio Ponz lo relaciona con los soldados españoles que volvieron de la guerra de sucesión austríaca, en la que las tropas hispanofrancesas ocuparon Saboya. Es probable también que la Reina María Luisa Gabriela de Saboya -primera esposa de Felipe V- hubiera contribuido a divulgar el nombre de Chamberí, como apuntan algunas teorías.
En el plano Topográfico de Madrid de Espinosa de los Monteros de 1769 no aparece el término del entonces arrabal de Chamberí, pero sí empieza a configurarse su actividad, al establecerse fuera de la puerta de Santa Bárbara, en el campo del Tío Mereje, la primera Real Fábrica de Tapices, que encontramos después en el plano Nuevo de Juan López de 1828, al que se añade la fábrica de la Platería de Martínez a su izquierda; y en la edición de 1848 el primer Hipódromo, cerca de los actuales Nuevos Ministerios. Un dato interesante: en ese hipódromo se celebró en 1902 la primera competición en España de Fútbol: el concurso de la Foot-ball Association, antecedente de la Copa del Rey.
Hoy Chamberí es un distrito donde conviven el aroma de las tabernas clásicas con la modernidad de los Teatros del Canal, las nuevas Universidades, cines y teatros. También es zona comercial donde, como bien decía el italiano Rogracaromi al hablar de Madrid en el siglo XIX: “por todas partes se admira una multitud de tiendas magníficas donde no se venden sino cosas de las que no hay ninguna necesidad”. Un barrio castizo donde se situó la primera churrería y que ha sabido reinventarse, con ese aire madrileño que no se compra, ni se vende: se vive con orgullo.