Poéticas de la inteligencia

El dolor de la distancia en Las Penas del Joven Werther

La novela Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe, publicada en 1774, es mucho más que un relato de amor no correspondido; es un retrato profundo de la pena humana y de cómo el amor, la soledad y la muerte se entrelazan en el alma sensible de su protagonista. A través de una serie de cartas, el joven Werther confiesa sus pensamientos más oscuros y apasionados, exponiendo la tragedia de un amor que nunca podrá ser. Werther, embelesado por Charlotte, una mujer comprometida con otro, se convierte en un símbolo universal de aquel amor que nos consume sin poder ser correspondido, un amor que parece interminable en su dolor y constante en su vacío.

Este sentimiento, de cierta manera, va más allá de los límites de la época de Goethe y sigue resonando en nuestras relaciones actuales. Aunque vivimos en un mundo digital y cambiante, donde el amor parece cada vez más transitorio y las conexiones humanas más líquidas, persiste el anhelo de una relación auténtica, sólida y significativa. Werther representa ese amor idealizado que, en su imposible plenitud, se convierte en una promesa de felicidad que jamás se cumplirá. Así, la novela se adelanta al Romanticismo al explorar temas tan esenciales como la desesperanza y la desesperación de un amor no correspondido.

La pena, en Las penas del joven Werther, se siente como una constante ineludible. Goethe convierte el dolor de Werther en una experiencia totalizadora, una suerte de muerte en vida. El protagonista, consciente de la imposibilidad de su amor, transita por su pena como quien vive en un ciclo de agonía perpetua, donde el tiempo parece detenerse. Cada momento de su vida está impregnado por esta tristeza, en un reflejo de cómo la pena puede llegar a absorber el alma entera.

En este sentido, la novela es una obra del movimiento alemán Sturm und Drang, que pone en el centro las pasiones extremas y las emociones sin freno. La pena se convierte en una especie de abismo que absorbe todo en Werther, haciendo que cada instante sea una forma de sentir la muerte. 

El sufrimiento de Werther encuentra ecos en la obra de Antonio Machado. Quien también se vio marcado por un deseo inalcanzable y una búsqueda constante de significado en la vida, como podemos advertirlo en su poema “Es una tarde cenicienta y mustia” donde refleja un estado de soledad y nostalgia que se asemeja al sufrimiento de Werther. 

La tarde “cenicienta y mustia, destartalada” se convierte en símbolo del propio estado anímico del poeta, una manera de expresar el vacío emocional y la melancolía que lo han acompañado desde la niñez. Es una tarde cenicienta y mustia, / destartalada, como el alma mía; / y es esta vieja angustia / que habita mi usual hipocondría. / La causa de esta angustia no consigo / ni vagamente comprender siquiera. Como Werther, Machado se enfrenta a su propia angustia, una que parece inherente a su ser, entonces, intenta comprender la causa de su dolor, dialogando consigo mismo y revelando que, aunque intente desvelarla, sigue siendo un misterio. Al final, acepta la coexistencia con esta tristeza como una condición inherente a su existencia, del mismo modo que Werther vive sumido en la pena y el deseo no correspondido, sin esperanza de alivio.

El deseo y la promesa de amor en la vida son tan fuertes que se convierten en el único sentido de la existencia, aunque ese amor nunca llegará a ser pleno. Goethe muestra cómo el deseo apela a lo más profundo de nuestras emociones, movilizando los sentidos hacia aquello que se desea poseer. Sin embargo, cuando ese deseo no se cumple, se transforma en un dolor vacío, en una carencia sin posible alivio. 

Para el filósofo Chopenhauer, no pocas veces malherido a culpa de eros,  sus frases iracundas advierten sobre la terrible amenaza que implica la ceguera de un afecto sobrado hacia otra persona: “El amor es el mal (…) Todo enamoramiento, por muy etéreo que se intente presentar, radica exclusivamente en el instinto sexual”, para él, es un astuto truco de la naturaleza para que la especie humana no se extinga, en cambio,  el secreto para el filósofo Kierkegaard radica en tener un amor frustrado en la realidad para que pueda convertirse en una resolución lírica. La dignidad de la literatura incurre en enunciar ese profundo dolor o ese deseo de amor concedido –que en la vida es un amor frustrado–, en un poema o en una novela, sin caer en la satisfacción o cursilería que da un amor logrado.

Werther vive su dolor en un profundo silencio que se percibe en las páginas de sus cartas. Este silencio, inherente a su pena, da forma y peso a cada palabra, a cada pausa y a cada confesión. Goethe logra que el silencio actúe como un eco constante que destaca la intensidad de sus emociones, permitiendo que los lectores sientan esa ausencia que se apodera de él. Después de todo, el silencio es la esencia de la incomunicación y la desesperanza, es el espacio que permite que el dolor florezca en su mayor crudeza.

Goethe anticipa la idea de que el amor moderno ha devenido un significante vacío, una promesa que rara vez se cumple en su totalidad,  nos enfrenta a la paradoja del amor: es capaz de darnos sentido, pero también puede dejarnos en un vacío insoportable cuando no es correspondido. Así, Las penas del joven Werther sigue siendo relevante, pues refleja cómo los vínculos humanos, a pesar de los cambios sociales y tecnológicos, continúan basados en la búsqueda de algo que, a menudo, resulta inalcanzable.