Volverás a Región
Antes se llamaban así, regiones. Ahora se llaman comunidades, unas más autónomas y otras menos. Volverás a la comunidad no tiene el mismo eco a la vez íntimo y remoto de todo lo añorado por ausente. Y cuando se trata de la nostalgia de cierta diáspora por su terruño, a eso se le pudiera llamar morriña. Tengo que confesar que no me he leído la novela de Benet. Lo intenté en varias ocasiones, pero al cabo de una veintena de páginas me perdía en el laberinto de una narrativa cuyos referentes no alcanzaba a perfilar tras la neblina de la subjetividad. Y eso que ya me había leído a Faulkner, el gran maestro del flujo de conciencia en quién se había inspirado el ingeniero de caminos. Tendré que terminarla algún día, tanto por obligación literaria como porque el futuro del título me sigue sonando a destino. Aunque Región sea un territorio inventado cuya geografía se ha empapado de la de León, esa misma abstracción cartográfica no deja de reflejar el ámbito primigenio, lluvioso o estepario, al que todos queremos volver. Y ese regreso acaso sea más imperativo cuanto más trágica haya sido nuestra vivencia en su territorio. Puede que el Numa de la leyenda ya esté muerto y que los que se aventuren en su antiguo coto de caza vuelvan con vida. Puede que apenas queden rastros de la opresión dictatorial del Régimen y que la constitución democrática haya cimentado la libertad y justicia en la Península. Puede que nuestra conciencia y nuestro corazón colectivos se hayan ido quitando maleficios históricos para que florezca una solidaridad definitiva. Pero también puede que esos viejos fantasmas pervivan en sus grutas y se desprendan cada noche en bandadas de quirópteros decididos a perpetuar el reino de las sombras.
El mandamiento cifrado del retorno figura entre las señas de identidad del pasaporte de todos los ciudadanos de Región, la cual, con el paso de los años, es una idealización de la añoranza. La verdad es que no hay vuelta atrás. Aunque el tiempo se mida por revoluciones, su flecha sigue recta rumbo al infinito. Uno intenta cerrar el círculo de sus aventuras y naufragios volviendo al punto de partida y proyectando sus recuerdos al fondo de la caverna en un intento de comprender la necesidad de lo acontecido. Es tiempo de volver sobre los propios pasos para establecer el hilo conductor del viaje que, impulsado por los vislumbres de la infancia y las inquietudes de la adolescencia, nos llevó por esos derroteros de la humanidad y el orbe hasta fondear nuevamente en la misma dársena. Las mareas siguen las pautas lunares y las aldeas retienen sus estoicas soledades de granito. Menos oscuras, con más antenas y menos supersticiones, casi ajenas a sus raíces ancestrales, casi de espaldas a las tierras de labranza, a los montes que los incendios han cubierto de eucaliptos, a la ría cuyas ensenadas, presas de la ausencia de las naves, se sumen paulatinamente en el anonimato y la apatía. Y ahí están las zarzas como una corona de espinas en el campanario, los ecos de una fe y una doctrina que condenó nuestra inocencia original al suplicio de la culpa. ¿Y qué decir de los abusos y carencias escolares o del autoritarismo patriarcal y su sempiterno dies irae?
La vuelta es el encuentro ineludible con la propia historia y su papel decisivo en marcar nuestra personalidad y trayectoria. Es tiempo de memoria. No sólo de la propia sino de una memoria colectiva que dé constancia de nuestras vivencias y espíritu generacionales como aportación a una reflexión profunda sobre la experiencia humana y la necesidad de un cambio fundamental para que sus horrores no se repitan. Porque hay señales alarmantes de que estamos atrapados en un eterno retorno. En vísperas de mi partida a los diecisiete años, se quemaba el monte. Cuando regresé veinte años más tarde, ardían las colinas parroquiales. Y ahora que, treinta años después, regreso definitivamente, los incendios reducen a cenizas cuatrocientas mil hectáreas en todo el país. Por mucho que crea que la odisea se ha terminado, Ulises no podrá descansar de sus batallas porque su isla natal, al igual que el resto del mundo, está en llamas.