Vodka on the Rocks
Tras la reciente filtración de los audios del mediador designado por Donald Trump (Steve Vitkoff) y del representante enviado por Vladimir Putin, quedó expuesta una dinámica diplomática inquietante. El material, difundido hace una semana por Bloomberg News, mostraba la facilidad dejó soslayar un entramado de sugerencias para facilitar el diálogo con Trump y dejar debilitar la intervención en la negociación del Presidente Ucraniano, las sugerencias iban desde cómo llamar a Trump y cómo adularlo por su “gran labor” y por la posibilidad de una eventual postulación al Premio Nobel de la Paz. Según lo revelado, ese clima de seducción habría allanado el terreno para aceptar los 28 puntos del borrador del “acuerdo de paz” que debería ser presentado a Volodímir Zelenski.
Sin embargo, la figura del mediador Steve Witkoff (cuyos antecedentes profesionales tienen que ver con el mundo inmobiliario y nada con el mundo diplomático) con intereses en Rusia, junto con la participación de Jared Kushner (yerno del Presidente Trump), no parece causar demasiado temor en el Kremlin. En el día de ayer y horas antes de la reunión, Putin volvió a lanzar advertencias a Europa: afirmó que no aceptaría ningún acuerdo de paz basado en los términos planteados por los gobiernos europeos y advirtió que, si Europa desea arriesgarse a una escalada bélica, “Rusia está lista”.
Con este telón de fondo, los ultimátums de la administración norteamericana parecen perder peso. Ni Nicolás Maduro en Venezuela, ni Vladimir Putin en Rusia, han mostrado preocupación frente a ellos; por el contrario, parecen haber fortalecido su posición internacional pese a la presión retórica de Washington.
Los 28 puntos del plan de paz, se negocia bajo una no tan estricta reserva, dejan según múltiples analistas a Europa en una posición vulnerable. No contemplan una condena explícita a la invasión de territorio ucraniano ni el compromiso de avanzar en investigaciones por crímenes de guerra. Como advirtió recientemente un periodista polaco, “nada garantiza la tranquilidad de Polonia ni de ningún país si este acuerdo se firma tal como está dejándose tal antecedente”.
La distancia entre los gestos diplomáticos y la realidad humana del conflicto parece, una vez más, abismal. Las sonrisas protocolares, las fotos cuidadosamente escenificadas y los
apretones de manos no consiguen ocultar el costo humano de la guerra. Las decenas de miles de muertos, los desplazados, las familias desmembradas y las ciudades arrasadas quedan relegados fuera de cuadro mientras los líderes globales se reparten roles en una dramaturgia geopolítica donde, como escribió Dostoievski en Los hermanos Karamazov, “Quien se miente y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad, ni en él, ni alrededor de él”. Y, como recordaba Hemingway en Adiós a las armas, “el mundo rompe a todos, y después algunos se hacen fuertes”.
El desafío, entonces, consiste en evitar que esta negociación se transforme en un pacto de silencio disfrazado de paz, donde la justicia quede relegada y el sufrimiento humano ni siquiera sea una moneda de cambio en el juego del poder global, sino un simple objeto descartable, un número más en la estadística de un noticiero matutino.
No olvidemos que la guerra no deja números de muertos y heridos, sino historias personales truncadas, no existe para este autor ninguna guerra que se gane, sino una humanidad caída bajo la pesada sombra de un poder que envenena.