Vientos de cambio
Ya he mencionado esta frase en otro de mis artículos: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie» (El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa). Más que una ironía literaria, la sentencia encierra una clave de lectura permanente sobre el poder y su capacidad de adaptarse sin transformarse en lo esencial. La observación, desde el panóptico mediático, de las noticias políticas del mundo me hace volver una y otra vez sobre esta idea.
Uno de los ejemplos más claros para observar esta lógica es América del Sur, un territorio donde el cambio suele presentarse como promesa, pero rara vez como transformación profunda. Es conocida la influencia de América del Norte en las decisiones políticas y en los desarrollos de una región que nunca termina de emerger.
La riqueza de los recursos naturales de América del Sur ha sido siempre un foco de atención para los países más desarrollados: la producción de granos, el petróleo, los yacimientos gasíferos, la minería, entre otros.
Sin embargo, los bruscos cambios de políticas y la inestabilidad social y económica son denominadores comunes en las ecuaciones de los países que pertenecen a esa porción del mundo.
La irrupción inesperada del presidente argentino Javier Milei, mediante el uso de una comunicación no convencional y de las redes sociales como canal privilegiado, permitió interpelar a un sector de la sociedad largamente relegado por la política tradicional y dio lugar a un gobierno que muchos califican como “experimental”. Más allá de las valoraciones, el fenómeno revela el agotamiento de lenguajes políticos que ya no logran nombrar la experiencia cotidiana de amplios sectores sociales.
En los últimos días, y más allá del enfrentamiento entre Venezuela y Estados Unidos — mejor dicho, entre Nicolás Maduro y Donald Trump—, sorprendió Chile con un cambio de rumbo político: el triunfo contundente de José Antonio Kast, con más del 58 % de los votos, dejó atrás a un gobierno de izquierda que fracasó. Gabriel Boric quedó muy lejos de las expectativas de quienes aguardaban de la izquierda chilena respuestas sociales que nunca llegaron y un bienestar económico asentado en un socialismo inexistente.
Kast proviene de un ámbito social católico, con fuertes convicciones sobre la importancia de los valores y, entre ellos, la defensa de la vida y la libertad (en ese orden). Menciono este dato como síntoma de una búsqueda social que parece reaparecer en distintos lugares: la necesidad de anclarse en fundamentos que den sentido y límite a la acción política.
Mientras las sociedades parecen decir, a través del voto, que necesitan volver a valores fundamentales, la realidad muestra una paradoja difícil de ignorar: políticas como el aborto y la eutanasia continúan extendiéndose por América, aun cuando se invocan, al mismo tiempo, discursos de protección y ampliación de derechos.
El mundo ya no puede pensarse como un conjunto de países libres y aislados, sino como un entramado complejo en el que todo está interconectado. Cada movimiento es observado, cada jugador y cada juego constituyen una partida que modifica, aunque sea levemente, el equilibrio general.
No percibo ideologías tan sólidas como suelen presentarse en los discursos públicos, sino una lógica pragmática orientada a la administración del poder: alianzas provisorias destinadas a evitar que el equilibrio se rompa y a garantizar que todo continúe, más o menos, como siempre.
Claro está que, en estos “vientos de cambio”, quienes siempre resultan más despeinados no son los arquitectos del poder, sino los pobladores de cada nación. Cada familia no juega una partida estratégica: vive buscando el pan de cada día con el esfuerzo y el sudor de su frente. Se dice que los pueblos gobiernan a través de sus representantes. Ojalá quienes asumen responsabilidades de gobierno —en Chile y en toda la región— logren hacerlo con coherencia de vida, poniendo en el centro a las personas concretas y favoreciendo la paz y el equilibrio tan necesarios.