Férvido y mucho

Verdades y convenciones: ni de la ciencia podemos fiarnos

La izquierda estadounidense ha instrumentalizado (y exportado) la industria del fact-checking (muy rentable) en aras de avalar sus propias fake-news, expidiendo certificado de probanza respecto a lo que en el debate político es falso y lo que es verdadero, después del correspondiente chequeo factual pro domo. O sea, patrañas. Al parecer, eso la habilita moralmente (a la izquierda estadounidense o a la de Almendralejo) para la instauración de censura –su censura- y medidas derogatorias y discriminatorias al tiempo que modela una narrativa sociopolítica sesgada, manipuladora y partidista. Y la derecha también, no sea me olvide. Sin ir más lejos, el otro día leí, no recuerdo donde, que Rusia tiene el mismo nivel de corrupción que Nigeria. Yo no dudo que el escribidor avale, recurriendo al fact-checking, esta descarada desinformación (pues información no es) remitiéndose a institución u organización internacional –OMS, UNESCO, Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras, lo mejor de cada casa, etc.- o algún medio de impecable y objetiva fachada -bien pudiera ser The Economist- y sin embargo más escorado que Arriba, como vimos con el culebrón de los aranceles, asumiendo la incompetencia del médico que emite ocho diagnósticos, nueve erróneos.  

Todo ello muy normal y como de cajón. Porque la humanidad vive asentada en bullente magma de cacao mental en el que burbujean grandes y pequeñas imposturas, a veces astutamente calculadas con sorprendente destreza de trileros y en otros casos rezumadas, las imposturas, simplemente por el relativismo de nuestro tiempo. Nuestra época es la del pensamiento débil. Evidentemente, en todo hay excepciones. Y excepcional es la singladura vital e intelectual de Andrés Fernandez Diaz, de tan abundosos y selectos conocimientos cuya relación ocuparía todo este artículo. Un resumen aparece en su libro, he tenido el honor de prologarlo, Fin d’étape, subtitulado Penúltimas reflexiones, (2025, DELTA Publicaciones Ediberun www.ediberum.com ) donde Andrés (fue director del INE y Catedrático extraordinario de l’Université Paris-Sorbonne, etc., astrónomo, físico, economista, etc.) despliega amenísimo talento de científico y humanista, exponiendo profundas reflexiones respecto al método científico, el arte, la política y la compleja relación entre verdad y convención.

Así las cosas, qué puede esperarse de la tensión intelectual de una época de -pensamiento débil, me asegundo- en la que un día de estos, no me extrañaría, cancelarán a Beethoven. Por supremacista blanco; o porque la programación de su obra por grandes orquestas margina a compositores afroamericanos poco representados musicalmente; o porque fue copropietario de empresa que traficaba con esclavos; o porque una investigadora de Harvard descubrió que le dio un piquito –Beethoven, sí- a una Jenni Hermoso del coro de adolescentes de la Novena Sinfonía. Un día de estos cancelarán a Beethoven, pero no a Joan Baez, que popularizó entre la progresía woke -en agraz por entonces- el homenaje a los asesinatos machistas de género (El preso número 9) ¿Qué esperanza queda de no caer en el nihilismo si por doquier se escucha que todas las ideas y opiniones, incluidas político-sociales, son igualmente respetables?: Rusia tiene el mismo nivel de corrupción que Nigeria…Ahí queda eso, Churchill. En fin, reflexiono –sin extrañeza pero con melancolía- respecto a la cantidad de sandeces que se dicen, muy seriamente y con total convicción, respecto a la guerra en Ucrania o la política general de Trump, aranceles incluidos.

En ese contexto, la ciencia debería ser acogedor refugio. Empero, de ahí mi melancolía, no estoy seguro de ello. Son especialmente elocuentes los mitos que se tejen alrededor del conocimiento científico porque la impostura y los intereses creados que mantienen activos mitos, leyendas urbanas y patrañas (plenamente constatables en epidemiología, climatología, economía, cosmología, etc.) son de la misma frágil envergadura que en ciencias sociales, históricas o políticas. Pondré un ejemplo concreto de ciencia dura que casi no se discute aunque de endeble robustez epistemológica. Si Nature o Science no cumplen no cabe ser exigentes con HOLA!

Ahí va. Los astrofísicos que descubrieron y comprobaron que el Universo se expande con aceleración creciente fueron galardonados, merecidamente, con el Nobel de física. No obstante, ese descubrimiento significa, ni más ni menos, que la capacidad predictiva del modelo cosmológico estándar se tambalea, acercándose casi al derrumbe, puesto que predice justo lo contrario: el Universo se expande desacelerando la velocidad de expansión. El zócalo en el que se apoya el modelo cosmológico estándar es la Teoría de Relatividad General (teoría geométrica de la gravitación en la que no hay nada de relatividad, propia a la Relatividad Especial). Habida cuenta del carácter gravitatorio atractivo de la materia normal (así llamada bariónica) o de la energía normal -que desaceleran la expansión- a los cosmólogos, a fin de justificar la aceleración, no les quedó otro remedio que sacar de la chistera la energía oscura, hipotéticamente con carácter gravitatorio repulsivo, cuya naturaleza, suponiendo que exista, es completamente desconocida. Quiere decirse, la energía oscura aparece mágicamente en el modelo cosmológico estándar cual hipótesis ad hoc (Sabine Hossenfelder: Lost in Maths). Algo parecido sucede con la materia oscura/dark matter, necesaria para justificar ciertos fenómenos astrofísicos (observaciones de Fritz Zwicky, Sinclair Smith, Vera Rubin, etc.), siendo su naturaleza asimismo desconocida, a la par de la energía oscura, ni nunca se ha observado directamente lo cual lleva a dudar de su existencia, simple artefacto, otra hipótesis ad hoc. Observación, para mayor inri, que de constatarse algún día representaría un grave problema para el modelo estándar de la física de partículas (teoría ya de por sí incompleta) por cuanto no anticipa su existencia.

En definitiva, ni energía oscura ni materia oscura pueden ser hipótesis, científicamente hablando, sino convenciones aceptadas con cierta desenvoltura. Por qué extrañarse, entonces, que una patraña tipo “Rusia tiene el mismo nivel de corrupción que Nigeria” se acepte, via convención, como hipótesis a partir de la cual se prueba (sic) que Rusia va a invadirnos si no nos rearmamos. Y si nos rearmamos, también.

Y es en el campo de la ciencia y las matemáticas donde se ha instalado quizás la mayor tensión entre convenciones (científicas) y verdad (lógico-matemática en el sentido de Gödel: proposición o teorema decidible). Sucede que las matemáticas no son propiamente ciencia –quizás ciencia instrumental por formar parte de todas las otras- pues no necesitan verificarse empíricamente. Lo propio de las matemáticas/la matemática y la lógica es la coherencia: que no pueda demostrarse con las mismas hipótesis axiomáticas A y No-A. Por el contrario, en ciencias solo puede probarse lo que es falso, la validación en ciencias opera por exclusión. Ocurre que una inferencia deductiva no contradictoria (conclusión) –lógicamente coherente- a partir de dos proposiciones (premisas) falsas, es falsa. La ciencia explica y anticipa los fenómenos naturales. Sin capacidad predictiva, por muy alambicadas que sean las explicaciones o teorías, no hay ciencia. Y la predicción debe constatarse empíricamente.

Atención a las patrañas.