Un vendaval en la radio de Colombia
Colombia ha vivido durante décadas con la convicción —convertida en mantra nacional— de creer tener una de las mejores radios del mundo. Nadie sabe exactamente cuándo ni cómo nació esa creencia, pero se instaló como verdad revelada, transmitida de cabina en cabina, de audífono en audífono y hasta hace poco entre varias generaciones. Y sí: somos un país de radio. La radio está en la carretera, en la cocina, en la tienda de barrio, en el tráfico interminable y en los amaneceres de cualquier punto cardinal.
Pero de ahí a decir que tenemos una radio espectacular, innovadora y competitiva frente a los grandes temas y sistemas globales hay un trecho sin sustento. Hace tiempo que la radio colombiana dejó de ser creativa: se abrazó a formatos repetitivos, a conversaciones cerradas, a debates circulares sin producción narrativa, a la densidad verbal sin preparación ni ritmo. Y peor aún, fue ocupada por paracaidistas: voces sin rigor que llegaron a los micrófonos como activistas, guiados más por intereses políticos, económicos o egos inflados que se alejan de la vocación de informar, entretener y educar.
Esa dejadez creativa, sumada al avance tecnológico, es la causa de un hecho que empieza a hacer historia: los dos grandes sistemas radiales de Colombia —Caracol Radio (Grupo Prisa de España) y RCN Radio (Organización Ardila Lülle)— han anunciado reestructuraciones para sobrevivir en un ecosistema donde la radio ya no es el centro, sino una pieza más en un tablero dominado por plataformas digitales, pódcast, redes sociales y la potencia disruptiva de la inteligencia artificial. Lo que está en juego no es solo la operación empresarial: lo que duele es el desempleo de trabajadores y el desmoronamiento del modelo informativo. Pero este ruido es global.
Hay un componente interno que agrava la situación y rara vez se discute con claridad: el manejo empresarial. No hablamos solo de formatos anticuados, sino de decisiones corporativas que han reconfigurado el mapa mediático del país. RCN Radio eliminó su “cadena básica” y unificó sus frecuencias bajo la marca La FM, apostando por un esquema noticioso 24 horas y una variante musical con el sello La FM Plus. Caracol, por su parte, enfrenta despidos y la desaparición de una de sus emisoras habladas, y también investigaciones de la SIC por una presunta integración empresarial no reportada con Canal 1, una movida que —si se confirma— podría derivar en sanciones millonarias. La crisis busca resolver múltiples equivocaciones.
En EE. UU., ícono mayor de la radio comercial moderna, el repliegue es dramático. La caída de los ingresos publicitarios tradicionales ha llevado a recortes masivos en cadenas históricas. NPR, referencia en periodismo serio, tuvo solo en 2023 uno de los despidos más grandes de su historia tras un déficit superior a US$30 millones. Más de la mitad del consumo de audio informativo ocurre en formato on-demand, no en directo. El pódcast desplazó al noticiero matinal, disputa el territorio de las conversaciones y la agenda informativa pasa más por los diarios en la web que por las emisoras AM/FM. Las nuevas audiencias desean presentadores que no presuman de ser omniscientes y que busquen pluralidad, autenticidad, rigor y formas originales de contar las historias.
En el Reino Unido el panorama es distinto, aunque no menos desafiante. La BBC —modelo universal de servicio público— también ha reducido personal y fusionado redacciones. Pero lo ha hecho sin renunciar a una idea fundacional: la radio no es un negocio; es un derecho ciudadano. El reto en Londres no es sobrevivir al mercado, sino redefinir el papel editorial en un entorno donde la verdad compite con la posverdad. La BBC responde con innovación: pódcast de altísima calidad, radios temáticas, experimentación sonora y periodismo investigativo profundo. No se defendió con nostalgia: lo hizo creando. Mientras en Colombia la tabla de salvación parece ser el recorte, allá la apuesta es la creatividad.
En el Cono Sur también hay sacudidas fuertes. En Argentina, Radio Nacional y los grandes grupos privados ajustan equipos frente a la inflación y al derrumbe del mercado publicitario. La radio se mantiene viva gracias a su tradición política y cultural, pero el negocio tambalea y la polarización ha deteriorado la confianza del público. Brasil, en cambio, encontró un camino híbrido. Cadenas como Globo apostaron por la transmedia: radio que se ve, se escucha y se comparte. Programas que funcionan como clips en video, como pódcast y como señal abierta tradicional. Su fortaleza no es la nostalgia, sino la adaptabilidad, combinando entretenimiento, investigación y formatos ágiles. Son lecciones contundentes: sin innovación la radio muere y sin confianza desaparece.
En Asia, Corea del Sur ofrece un reflejo más duro. La radio no es el centro del ecosistema informativo: es apenas un componente del universo digital. La inteligencia artificial se usa para redacción, generación de voces y automatización de cabinas. La distribución es multiplataforma como norma, no como experiencia piloto. La calidad técnica es impecable porque la inversión es estratégica: el Estado y las empresas consideran los medios como infraestructura, no solo como negocio. Si Colombia se compara con Corea, la ilusión de una radio “espectacular” se revela como lo que siempre fue: un mito cómodo de otro siglo.
Para entender lo que ocurre con Caracol y RCN, hay que aceptar algo elemental: los oyentes de hoy no son auditorios pasivos. Son ciudadanos más informados, más críticos y conscientes de que las grandes cadenas no representan la pluralidad del país. Ya saben —y esto es crucial— que muchas noticias responden a intereses empresariales o políticos, antes que al deber democrático de informar. Y cuando el público detecta el sesgo, no reclama: se va. Migra. Y quien pierde es la radio porque la verdad no es opcional: es condición para sobrevivir.
Solo si las emisoras —empresarios y periodistas— entienden que no basta con transmitir noticias, sino que hay que explicarlas, contextualizarlas, contrastarlas y narrarlas con ética y oficio, habrá posibilidad de renacer. La reestructuración actual no es solo un efecto digital: es la consecuencia de un modelo que se creyó perfecto cuando estaba envejecido, que repitió formatos cuando debía innovar, que editorializó cuando debía investigar, que confundió rating con confianza y micrófono con poder. Quizá —algún día— se pueda decir con fundamento, y no con mito, que Colombia sí tiene una radio espectacular. Pero para eso hay que merecerla. Hoy no. Opiniones y comentarios a jorsanvar@yahoo.com