Un Belén laico
Un bebé, una mujer, un hombre. Una imagen potente que silenciosa, pero poderosamente, nos conquista cada año, coincidiendo con el periodo de las saturnales que celebraban los romanos, o de las fiestas druídicas en Stonehenge por el solsticio de invierno. Nuestros antepasados celebraban que el sol detenía su deriva y revertía el salir cada día un poco más al sur, haciendo así que el día empezase a ganarle terreno progresivamente a la noche, dando comienzo a un nuevo ciclo temporal.
Viviendo entre edificios y siendo la diferencia principal entre el verano y el invierno que usamos el aire acondicionado o la calefacción, según el caso, hemos terminado por hacernos insensibles a algo tan obvio, como que la naturaleza tiene ciclos, pero ¿por qué un bebé, una mujer y un hombre?
Porque mal que le pese a la civilización woke, la de la corrección política que se escandaliza cuando alguien afirma tajantemente cosas obvias como que si es verano o invierno, ¡ah! ¡oh!, o que acusa de derrochar odio a algún perturbado que afirme que los niños son los que tienen pene, el ser humano también tiene sus ciclos, que venimos en llamar generaciones, y para que eso suceda hace falta la tríada mágica de una madre, un padre y el bebé de ambos.
En España nacen cada año más ancianos que niños: aproximadamente el doble de personas celebran sus 65 primaveras -cada vez con mejor salud, todo ha de decirse- que bebés nacen en las maternidades de nuestros hospitales. El problema no son las pensiones, el problema es el mismo que tuvieron los Neandertales hace 30,000 años: que se extinguieron, desaparecieron, se evaporaron, nunca más, adiós, dejando el continente europeo a una nueva raza humana más potente y fecunda proveniente de África. El que quiera ver paralelismos, allá él.
Siempre he tenido la idea de que uno de los éxitos de la religión cristiana ha sido una acertada elección de sus imágenes. Tan es así, que si retirásemos de nuestros museos y pinacotecas las representaciones que contienen imágenes religiosas tendrían que cerrar, como lo hará el Prado con su plan de descentralización si Dios y el sentido común no lo remedian. El logo del cristianismo no puede ser más sencillo y a la vez más cautivador, y la imagen del nacimiento con su triada mágica no es sólo sencilla y elegante, sino que cuando nos regalamos unos minutos delante de ella -toda vez que tengamos la precaución de apagar antes el móvil-, nos sugiere todo tipo de reflexiones.
Una vez tuve un colega inglés que su calificativo para decir que algo no se podía rechazar es porque era como la maternidad y la tarta de manzana (motherhood and apple pie). Seguramente los belenes napolitanos ya habrán incorporado algún panettiere, pero como muy bien sabía Carlos III, los españoles somos más sobrios y nos hemos quedado únicamente con la maternidad, y últimamente ni siquiera, porque para la nueva Inquisición parece ser pecado decir que los bebés son necesarios para que la vida se renueve.
Isaías decía que “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, lleva a hombros el imperio y tendrá por nombre Ángel del Gran Consejo”, o como decía Juan “et verbum caro factum est”. Este bebé también será necesario para que nuestra vida se renueve, ¡Feliz Navidad!