Trump y Petro: el ego y el poder minan la guerra contra las drogas
La descertificación de Colombia en la lucha antidrogas no es un trámite más de Washington. Es un episodio que desnuda a dos mandatarios que, desde orillas ideológicas opuestas, se parecen más de lo que están dispuestos a admitir: Donald Trump y Gustavo Petro.
Trump nunca fue un hombre de Estado. Su lógica es la del empresario del espectáculo: amenaza, sanciona, polariza. Para su administración, la descertificación dejó de ser una herramienta técnica y se transformó en un titular de fuerza. Así lo expresaron voces de su propio partido: el senador Marco Rubio calificando a Petro de “errático”, y congresistas republicanos como María Elvira Salazar y Mario Díaz-Balart acusando a Bogotá de “sabotear” la lucha antidrogas. No hay estrategia integral detrás, sino un gesto de supremacía que grita: Estados Unidos dicta, los demás acatan.
Petro, en cambio, presume de estadista, pero su estilo pendenciero lo traiciona. Convirtió la descertificación en combustible político y bandera de soberanía, especialmente en escenarios como la ONU. Pero su discurso choca con la precariedad de su propio equipo: Armando Benedetti permanece en el gobierno con más ruido que resultados, marcado por escándalos que debilitan la institucionalidad. Y otros ministros, tan frágiles en ejecución, han pasado al olvido por la falta de logros. En su juego de confrontación, Petro reduce un problema estructural a un pulso de dignidad personal: pelea hasta con su sombra y responde más a la provocación que a la construcción.
Los dos tienen trayectorias que revelan más semejanzas de las que aceptarían: Trump, con un imperio inmobiliario marcado por quiebras y escándalos, mantiene su fama a punta de titulares. Petro, con una vida cómoda y una narrativa de deuda y resistencia, se mueve entre verdades a medias y una familia más afincada en el extranjero que en el país. Ambos, desde esquinas opuestas, parecen dispuestos a arrasar con todo lo que no encaje en sus quereres.
Pero a la hora de resultados los datos son contundentes: el consumo ha aumentado en Estados Unidos y el precio sube de manera vertiginosa por el que el mercado es insaciable, en tanto que la producción de cocaína alcanzó las 2.600 toneladas en 2023 y los cultivos superaron las 250.000 hectáreas, cifras históricas, faltando las de 2024. Aun así, la administración Petro muestra récords en incautaciones, un esfuerzo ignorado en el veredicto de Washington. Pero nada de eso pesa más que la pugna personal entre dos presidentes que prefieren el ruido a los resultados.
En realidad, lo que queda claro tras los mensajes cruzados es que ninguno hace la tarea que corresponde. Ni Trump contiene el consumo en su propio territorio —verdadero motor del negocio—, ni Petro logra desarticular la mafia que avanza en la toma mafiosa territorial, política y económica de Colombia. Ambos, como si se hubieran puesto de acuerdo, resultan tóxicos y letales para enfrentar una guerra que el mundo pierde frente al narcotráfico como expresión dominante del poder político. Ambos lo saben, y sin embargo no hacen lo necesario para pasar a la historia por lo contrario a lo que los condena.
La descertificación no es, pues, solo una medida contra Colombia: es la escena de un duelo de egos. Uno, desde la supremacía; el otro, desde la resistencia. Y en medio quedan los campesinos cocaleros, los barrios asfixiados por la violencia, los militares que ponen la vida, las familias atrapadas en un negocio global que sigue intacto por cuenta de un negocio tan escabroso como la historia trágica de las víctimas consumistas.
En conclusión, Trump y Petro son, al final, las dos caras de la misma moneda: líderes que se creen fundadores de la historia, cuando en realidad la están erosionando y, lo peor, perdiendo la oportunidad que les dio la historia para hacer algo positivo por un mundo mejor, es decir, sacarlo del caos y el contrapunteo que no edifica. Opiniones y comentarios a jorsanvar@yahoo.com