Trump y el Nobel imposible
Donald Trump, hoy nuevamente presidente de Estados Unidos en 2025, sabe mejor que nadie que el Premio Nobel de la Paz no es neutral. No necesita que se lo expliquemos los articulistas ni sus críticos: él conoce de sobra que el galardón está atravesado por la política, por la visión ideológica del comité noruego y por un simbolismo que a menudo pesa más que los hechos. Por eso sería ingenuo pensar que está esperando con ansiedad que lo premien por sus logros diplomáticos.
Ya lo vimos en 2009, cuando Barack Obama, con apenas meses en la Casa Blanca y con dos guerras abiertas, recibió el Nobel de la Paz no por lo que había hecho, sino por lo que representaba: esperanza, multilateralismo, una nueva narrativa. La decisión fue tan política como lo sería ahora entregárselo a Trump, solo que en dirección contraria. Noruega no es tierra fértil para el nacionalismo republicano .
Sin embargo, la realidad es que, guste o no, Trump ha cosechado resultados concretos. Sus seguidores destacan que ya ha logrado cerrar siete guerras y que, en este preciso momento en que escribo, está a punto de finalizar la de Gaza, uno de los conflictos más enconados y dolorosos de la última década. Si el Nobel de la Paz tuviera que guiarse únicamente por los hechos y no por la ideología, la candidatura de Trump sería difícil de ignorar. Por lo evidente del tema, casi obligaría al comité a reconocerlo.
Pero la política internacional no funciona con la lógica de la evidencia. La figura de Trump sigue siendo demasiado divisiva, demasiado asociada a choques con organismos multilaterales y a un estilo que desentona con el ideal de cooperación global que el comité quiere promover. En un contexto donde el Nobel suele premiar símbolos de diplomacia y consenso, resulta improbable que veamos al presidente republicano alzando la medalla en Oslo.
El ejemplo de la literatura confirma la misma lógica. Jorge Luis Borges, acaso el mayor escritor en español del siglo XX, jamás recibió el Nobel de Literatura. No fue un olvido: fue una decisión política. Su conservadurismo, sus declaraciones incómodas y su cercanía con dictadores latinoamericanos lo dejaron fuera, pese a que su obra transformó la narrativa universal. El Nobel, en paz y en letras, rara vez ha premiado únicamente talento o logros; siempre ha tenido un componente ideológico.Trump lo sabe. Seguramente comprende mejor que nosotros y que muchos observadores que este no es un premio “neutral”. Tal vez hasta se ría del asunto, sabiendo que su figura jamás encajará en el molde del comité. La pregunta entonces no es si se lo darán a Trump, sino a quién querrán darlo para enviar un mensaje político en 2025. Ante la evidencia, quizá el comité sorprenda con un gesto inesperado… o, en un giro más previsible, termine reconociendo a la activista sueca que simboliza la causa climática, tan celebrada en foros internacionales y tan opuesta a la figura del presidente estadounidense.
En cualquier caso, la lección es clara: el Nobel habla tanto de quienes lo reciben como de quienes lo otorgan. Y en ese diálogo político, Trump ya sabe que no tiene asiento reservado en la mesa de los laureados, aunque sus logros objetivos griten lo contrario.