Trump arbitra, Europa asiente, Ucrania cede
Cuando vi las imágenes que acompañan a este artículo, procedentes de la Casa Blanca, comprendí enseguida que son de lo más elocuentes: los líderes europeos y de la OTAN (que incluyen a los Presidentes de Francia y Finlandia, la Primera Ministra de Italia y el primer Ministro Británico, al Canciller Alemán, al Secretario General de la OTAN y a la Presidenta de la Comisión Europea) junto con el Presidente Ucraniano, Volodímir Zelenski, sentados en silencio alrededor del Despacho Oval, escuchan las propuestas del todopoderoso Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump en referencia a la Guerra en Ucrania.
No hay aspavientos, ni oposición visible, ni gestos de rebeldía. Europa y Ucrania parecen haber aceptado sin condiciones al Presidente estadounidense como árbitro en el conflicto con Rusia.
La secuencia resulta todavía más significativa si se recuerda que, hace apenas una semana, Trump mantuvo una cumbre en Alaska con el Presidente de la Federación de Rusia, Vladímir Putin. Ese encuentro no solo sirvió como preludio del giro actual en el conflicto, sino que supuso el regreso del presidente ruso a la esfera internacional occidental por la puerta grande. Tras años de aislamiento diplomático (en el mundo occidental, es decir, Unión Europea, países OTAN y EE.UU., que en el resto del mundo el llamado aislamiento no fue tal) sanciones y condenas, el Presidente Putin reapareció sentado frente al líder estadounidense, tratado como interlocutor legítimo y necesario. Esa foto, más allá de cualquier comunicado, marca un antes y un después: Rusia vuelve a ocupar su lugar en la mesa de las grandes potencias.
De allí salieron también los primeros indicios de lo que ahora se vislumbra como el desenlace del conflicto: una negociación que pasa por la cesión de parte del territorio ucraniano a Moscú (al menos aquellos territorios que Rusia tiene ocupados) y la renuncia definitiva de Kiev a integrarse en la OTAN. Puede sonar duro, incluso injusto, pero el mensaje que queda es cristalino: ni la Unión Europea, ni la OTAN, ni mucho menos Ucrania tienen capacidad suficiente para imponer otra salida.
Tras tres años de guerra, Europa ha demostrado que sin Estados Unidos carece de autonomía estratégica real, y que su capacidad de reacción ante un conflicto militar de gran escala es prácticamente nula. Bruselas habla mucho de “soberanía europea”, pero en la práctica espera las decisiones de Washington. Y ahora, esas decisiones pasan por reconocer a Putin como pieza central de la arquitectura de seguridad europea.
Lo más llamativo, desde una óptica nacional, es la irrelevancia de España. Nuestro país no figura en las conversaciones clave, no aparece en las fotos, no tiene voz propia en el debate internacional. En un momento histórico en el que se están redefiniendo fronteras y equilibrios de poder, España no pinta nada. Ni siquiera como actor secundario.
El resultado, por tanto, es doble: Trump emerge como mediador indispensable (para unos, el único capaz de contener a Putin; para otros, un negociador que sacrifica a Ucrania) y Europa asume de nuevo su condición de socio subordinado. Para España, el silencio es aún más incómodo: quedamos fuera de la sala donde se decide el futuro de la seguridad europea. España ni está, ni se la espera, en el nuevo orden internacional.