La de los tristes destinos
Camino del Palacio de Oriente, al llegar a la plaza de La Ópera, pasé ante la estatua de Isabel II, aquella reina oronda de vida tan solitaria y falta de amor de la que de alguna forma me compadezco. La tan vilipendiada y tan poco conocida. Empezando por tener en cuenta el padre que le tocó en suerte y una madre de la que no tenía, ni cariño ni presencia, fue zarandeada desde niña, por su momento histórico, por generales y políticos de distintos colores, por su deseo de ser querida. No nos olvidemos tampoco de su físico, salud y matrimonio, desastroso todo ello desde su nacimiento hasta su definitivo exilio. Y un escenario político complicado con el inevitable advenimiento de una prolongada guerra civil. No es extraño que se la apodase como “la reina de los tristes destinos” a causa de su exilio, su desolada vida familiar desde su nacimiento, y de las continuas revoluciones surgidas en su reinado en las que era utilizada por las distintas facciones que usaban la Corona en beneficio propio.
Había conmoción en el palacio pues ya se conocía de buena tinta el embarazo de la reina Cristina. Lo confirmaba oficialmente el Boticario Mayor don Agustín José de Mestre y el 10 de octubre de 1830 se despejaba la incógnita sucesoria al nacer una niña que iba a llamarse Isabel entre otros nombres . A la que Fernando VII proclamaría con los honores de Príncipe de Asturias como heredera de la Corona. Ya a los tres años, por la muerte del rey, Isabel era reina, lo que, hasta donde yo conozco, ha sido la soberana más joven proclamada, siendo su madre la reina gobernadora asistida por un gabinete de generales. Madre que, quizá viendo en ella el recuerdo de su esposo, casi no veía porque además se dedicaba a parir y cuidar en un secreto a voces, los diez hijos que tuvo con un soldado de su guardia personal, Agustín Fernando Muñoz, al que concedió entre otros los títulos de duque de Tarancón y Grande de España. Con el que finalmente se casó al morir Fernando VII y tuvo diez hijos a los que sí atendió con mucho amor. Parece cierto que Isabel no supo escribir ni leer bien hasta que tuvo 10 años. Bastante lógico teniendo en cuenta que a una reina, máximo poder durante aquella época, no se la podía llevar la contraria ni imponerla algo contra su voluntad. Como a toda niña de pocos años, no la gustaba estudiar y su Camarera Mayor y Ama, Juana de la Vega condesa de Espoz y Mina, tenía que valerse de un truco no siempre eficaz, que produce tristeza porque demuestra la gran falta de amor que sufría la niña-reina. La artimaña consistía en decir “como vos deseéis, majestad, pero entonces ya no la voy a querer” y salía de la habitación. Ante lo cual Isabel, llorando, iba tras ella diciendo que la quisiera y que estudiaría.
Al producirse el exilio a Francia de su madre, doña María Cristina, se produce un vacío de poder casi instantáneo que suple el general Baldomero Espartero, el cual toma las riendas de la situación y asume la presidencia del Consejo de Ministros. Fue duro el destino de ella en todos los sentidos. Sin guía honrado ni apoyo emocional, inició su reinado en una etapa liberal y entró en la escena política siendo una niña entre una revulsión de valores sociales antagónicos que se sucedían frecuentemente. Sin duda, esto contribuyó a que entrase en una dinámica de trasgresión de las fórmulas convencionales de la Corte y a componer una personalidad de criterio rebelde y en contra de las normas en uso. Recordemos su matrimonio. Fue decidido por sus ministros y cuando tenía 15 años fue informada de quien sería su futuro esposo: su primo don Francisco de Asís de Borbón. Al oírlo sollozando casi suplica: Por favor, con Paquita no, con Paquita no. El no ocultaba su homosexualidad y convivía con un amante al que trajo a España con él cuando se casó y que, por cierto, fue su pareja durante toda su vida. Como puede deducirse, el matrimonio nunca llegó a consumarse, pues, para mayor demostración, la reina de 16 años seguía viviendo en su palacio de Oriente y él, tras la boda, se trasladó a vivir al Pardo. Como es lógico todo el mundo sabía el fracaso del regio matrimonio así como la gran influencia de Serrano, “el general bonito”, al que el gobierno destina a Navarra para separarlo de ella. De nuevo sin un amigo. Llega entonces Bravo Murillo, el que todo lo decide, el bienintencionado pero lejano y dictatorial. El ministro hasta de su sombra.
Empiezan entonces amoríos, decisiones heroicas equivocadas y no. Crisis y abatimientos. Dijo ella misma: “ Si yo hubiera sabido que reinar era eso; condenar una voluntad, un instinto natural de vivir, ser objeto de intrigas de gobierno, ser mofa popular sin que nadie entienda tu enorme soledad o tu sacrificio, la falta de humanidad y apoyo a un ser humano cercado….” Reina de crisis mitigadas desde su adolescencia por los tratamientos de sus boticarios de corte con pomadas de esencia de rosas para sus labios siempre de gran sequedad con grietas, pomadas y lociones para su cabello más bien escaso, débil y quebradizo. Su clara tendencia a la obesidad. Pomadas de tuétano de vaca para su piel reseca. Flores de azufre para su dermatosis incurable en manos y parte de la cara que la avergonzaba. Jarabes para sus continuos catarros. Desnortada, busca una revancha en el sexo y la comida. Se la conocen varios amantes, el primero el general Serrano. Más tarde lo fue José Ruiz de Arana que se rumoreó que era el padre de la infanta Isabel. Enrique Puigmoltov y Mayans, militar aristócrata que defendió el Palacio Real en la revuelta del 1856 por lo que le fue concedido el título de Vizconde de Miranda y al que se le atribuye la paternidad de Alfonso XII. Incluso la reina le insinuó a su hijo lo evidente, que la única sangre que corría por sus venas era la de ella, lo que era lógico a causa de la evidencia sexual del real esposo. Carlos Marfori, con el que se fue a vivir en Francia tras su exilio. Y por último Ramiro de la Puente. Estos fueron los más importantes, aunque parece que tuvo otros esporádicos entre los que había intelectuales, militares, políticos y un músico.
Esta conducta reprochable fue comentada en escritos, cantada por el pueblo y reprochada por los españoles. También, sorpresa, dio origen a un libro escrito por el romántico y dulce Bécquer, profusamente ilustrado por su también romántico hermano Valeriano, que es el libro pornográfico más sucio y de mal gusto que he visto en mi vida, que también en esto hay clases. Puede encontrarse en algunas bibliotecas municipales.
No quiero que este comentario sea tenido como una defensa a ultranza de esta figura. Su comportamiento fue claramente reprobable y no seré yo quien diga lo contrario. Simplemente he querido exponer las posibles causas que la llevaron a una vida disoluta e incluso escandalosa. Pero también es cierto que otras reinas tuvieron vidas tumultuosas y no fueron tan vituperadas ni en su tiempo ni ahora. Por ejemplo la reina Ana de Inglaterra, con amantes de ambos sexos que además influían en asuntos de estado. Leonor de Aquitania. Juana de Portugal. O Isabel I de Inglaterra que tuvo una vida bastante activa entre sábanas y que sigue siendo conocida como La Reina Virgen. La lista es mucho más larga, pero no es cosa de ser exhaustiva.