Trasmoz, a la sombra del Moncayo
En la cara oculta del Moncayo, donde la niebla se enrosca como un susurro antiguo, se alza Trasmoz, el único pueblo oficialmente excomulgado de España. No por herejía, sino por orgullo. Allí, entre muros de piedra y leyendas que se niegan a morir, la historia se mezcla con el mito como el vino con la sangre.
Trasmoz no es un pueblo cualquiera. Su castillo, hoy en ruinas, fue testigo de rituales, disputas y pactos que aún se murmuran en voz baja. Se dice que en sus sótanos se invocaban fuerzas oscuras, que las brujas tejían con hilos de luna y que el viento del Moncayo no sopla, sino que habla.
Una figura destaca entre las sombras: La Hilandera, una anciana que vive al borde del barranco. Nadie conoce su nombre real, pero todos saben que sus tapices predicen lo que aún no ha ocurrido. Cada invierno, cuando el Moncayo se cubre de nieve antes de tiempo, aparece uno nuevo en la plaza. Siempre con un rostro desconocido, siempre con ojos que parecen mirar desde otro mundo.
Hace años, un joven forastero llegó buscando historias. Encontró una carta enterrada bajo una piedra del castillo. En ella, alguien afirmaba haber visto al demonio del Moncayo y describía un pacto: “El que suba al pico en la noche de San Juan y ofrezca su nombre al viento, recibirá sabiduría… o locura.” El joven subió. Nadie lo vio regresar.
Desde entonces, Trasmoz guarda silencio. Pero el Moncayo no olvida. Y cuando la niebla baja, algunos aseguran ver una figura entre los árboles. No camina. Flota.
En tiempos donde lo racional lo invade todo, Trasmoz resiste como un rincón donde la magia aún tiene permiso para existir. No es solo un pueblo. Es un recordatorio de que hay lugares donde la historia no se escribe, se susurra.
Si te ha intrigado esta historia, te invito a visitar Trasmoz. Pero hazlo con respeto. Y nunca, nunca subas al Moncayo sin saber lo que estás dispuesto a ofrecer.