El liberal anónimo

Trajano y Franco, singularidades y paralelismos

El gobierno de los sabios es preferible al gobierno de los demagogos. —Platón

La ausencia de un análisis crudo, meticuloso y disciplinado está provocando en la narración de nuestra historia más reciente una falta de ambivalencia, la cual es, sin duda, extremadamente necesaria para poder velar por la verdad y aproximarnos a la rigurosa realidad de cualquier suceso. Evidentemente, hoy, en este instante, nos encontramos frente a unos analistas que lejos de saber sobre nuestra historia, son políticos. Sus crónicas están en las antípodas de la investigación, la certeza y la veracidad, de manera que se han sumado a lo políticamente correcto o, en otro caso, a expandir una fábula oficial narrada por relatores que solamente dictan lo contrario desde un prisma crítico resultando poco agudo, tropezando constantemente con hechos probados o verificados y, en ocasiones, suficientemente contrastados.

Sin embargo, cuando uno se detiene a analizar los sucesos históricos con la misma serenidad que recomendaba Marco Aurelio por cuanto la felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos, es entonces el momento en que se descubre que cualquier juicio sobre los hombres de Estado —por lo general— están más contaminados por la pasión que por la razón. Así ha ocurrido con Marco Ulpio Trajano, emperador romano en el siglo II, o también con otro más reciente y conocido, el Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, jefe del Estado español durante una buena parte del siglo XX. Estamos ante dos figuras cuyas vidas están separadas por varios siglos pero que, de algún modo, están unidos por una misma circunstancia, que ambos sucumbieron en decir que fueron consecuencia del caos y la necesidad del orden

Trajano nunca fue elegido por sufragio, tampoco por aclamación popular, por el contrario fue adoptado por Nerva en un momento en que Roma necesitaba un gobierno con firmeza, expansión y disciplina. Franco, por su parte, emergió de una guerra civil que, según han escrito grandes historiadores, eruditos y analistas políticos, no fue habría sido provocada por él, sino por el colapso de un sistema republicano dirigido por una izquierda socialista que había perdido el respeto hasta de sus propias leyes. Ni que decir tiene que los mismos diarios de Azaña expresan con dureza una parte de lo que estaba ocurriendo en España por aquellos años de la segunda república, pero tampoco podemos olvidarnos de las conocidas masacres cometidas por los revolucionarios, con cientos de asesinatos y aprovechando la huelga general en Asturias en octubre del 34 —acompañando a las revueltas, eso sí, el robo y asalto al Banco de España en Oviedo, la quema de archivos, iglesias, edificios magníficos, y un completo destrozo de la Catedral y del patrimonio histórico—. Más adelante fue mal llamada “revolución del 34”. No obstante, fue evidente el caos reinante y la prensa se hacía eco continuamente de docenas de sucesos y crímenes con un pueblo que clamaba por la estabilidad y, si acaso, cumplir con aquella máxima de Cicerón: la salud del pueblo es la ley suprema.

Cualquier gobernante conoce que todo orden precede al progreso y en eso ni a Trajano, ni al Generalísimo les falló la intuición. Trajano construyó foros, acueductos, mercados y caminos de tal magnitud que aún hoy asombran al viajero. Franco, con menos mármol pero con la misma determinación, levantó pantanos, promovió la industrialización y modernizó infraestructuras que sostuvieron el esqueleto hidráulico de España. Pero también se levantaron cientos de carreteras con el diseño del Plan Peña, u otras grandes obras como la Universidad Laboral de Gijón o el mismísimo Santuario del Valle de los Caídos.

Hoy vivimos un instante histórico que podría estimar absurdo. Todo lo que suena a autoridad se tacha de dictadura, pero siempre y cuando esa no tenga indicios de algún pensamiento socialista. También vemos que muchos de estos que se incomodan con todo celebran el expansionismo romano como un gran aporte para la civilización ¡Sin duda lo fue! Pero uno debe preguntarse: ¿acaso no fue Trajano un conquistador? Aquel viejo gobernador reprimió revueltas en Judea y Dacia, pero también impuso su visión del mundo por la fuerza de las legiones, sin embargo ahora, los grandes críticos del relato oficial actual dicen mal de Francisco Franco mientras se hacen cientos de fotografías entre los viejos restos arqueológicos como los circos romanos, las pirámides u otros lugares sin duda de una crueldad extraordinaria, en que se cubrió la tierra con cientos de miles de víctimas inocentes. Esos mismos son los que hoy recuerdan a Trajano como optimus princeps, o sea, el mejor de los príncipes. Por el contrario los juzgadores de la Memoria Histórica señalan a Francisco Franco con una vara distinta. ¡Cuan injusta resulta a veces la vida y que sencilla es la crítica desde el prisma del resentimiento, cuando no hay ni conocimiento ni razonamiento!

Platón, en su magna obra de La República advertía que el gobierno de los sabios es preferible al gobierno de los demagogos; pero en este instante sucede todo lo contrario. Observamos que brilla la mediocridad justo en el instante en que la educación ha caído, en el momento en que la filosofía ha quedado degradada a la nada y cuando el aprendizaje del latín ha sido completamente orillado. Es ahora cuando los sabios son silenciados por miserables demagogos que son aclamados por los que más gritan. Esta suelta de perros de presa es aprovechada por los mismos “analistas” para modificar cualquier razón —sobre todo aquellos que escriben desde la comodidad de la subvención y el dogma—. Esos son los mismos que convierten a Franco en el villano perfecto e ignorando que su gobierno, al igual que le ocurrió a Trajano, también pasó por serias dificultades y docenas de bloqueos. Sin duda, de todo esto, cualquier diagnóstico resulta mucho más complejo y exigiría de un notable rigor, el mismo del que carecen los que escriben en pancartas, o con grafitis, pero también cantantes, actores, periodistas e incluso los adalides de la cuestionable y restrictiva “Ley de Memoria Histórica”.

Trajano buscó la forma de ayudar a los pobres y Franco habría promovido la natalidad, la vivienda protegida y la seguridad social, pero también han escrito cientos de historiadores que ambos a dos entendieron que un pueblo necesita algo más que discursos, que requerían pan, techo y estabilidad. Ocurre, por el contrario, que los analistas modernos confunden libertad con desorden y progreso con ruido, que prefieren ignorar cualquier paralelismo o, en otro caso, ni siquiera lo investigan porque no les interesa absolutamente nada. 

Siempre se ha dicho que una historia contada mil veces se convierte en verdad, sí, pero es más cierto que también se transforma en mentira si se repite sin ningún tipo de rigor. Y en esas están los socialistas en este instante, buscando la discordia y sembrando el odio en donde no quedaba nada. Esa misma gente que ni siquiera sabe de Ramiro I, Almanzor, Alfonso X o el mismísimo Carlomagno, pero tampoco de Largo Caballero o de José Calvo Sotelo. Quizá sea el momento de hablar y decir, de recuperar la dualidad y mirar con ojos más templados, quizás ha llegado la hora de dejar la historia para los historiadores y de exigir que las manifestaciones se apoyen en pruebas y no en relatos unilaterales, ni tampoco en ecos que no devuelven las voces, porque como bien decía Séneca, toda la verdad se pierde en la multitud de palabras

Sin duda, hoy, más que nunca, sobran palabras y falta verdad.