El toreo, toro bravo y público han cambiado consideradamente en los últimos tiempos
Quizá la grandeza del espectáculo taurino radique en su perenne discusión. Ya lo dice el viejo refrán: “hay del ídolo de lo que no sea discutido”. La fiesta de los toros sigue renovándose principalmente por los conceptos que cada día aportan los profesionales, o mejor dicho los toreros. Pero siendo un poco realista debo decir que, el toreo de ahora no se realiza igual del que hace décadas, y no digamos si lo comparamos con la llamada época dorada y anterior a ella. Hoy se interpreta de otra manera, simplemente diferente.
Refiriéndonos solamente al presente, lo primero que diría es que el toro de lidia ha cambiado consideradamente en todo, incluso hasta en la morfología, por lo cual, ambas partes, torero y toro, han marcado un camino paralelo de continuada transformación, con un resultado común. Como antes hemos dicho, la forma de torear como se concibe hoy es de otra manera distinta, puede que incurra en decremento la emoción y conmoción del público de tiempos pasados. A mi entender, el espectáculo ha cambiado para más belleza, más artístico.
Diremos también, las reses que se están criando en las dehesas se prestan más al lucimiento de los espadas, de más consonancia en el comportamiento y calidad en la embestida, dejándose torear, pero con menos ímpetu y poderío que las de antes, una bravura especial deseada por muchos toreros.
Lo más relevante de la renovación, como acabamos de decir, ha sido el toro bravo, pilar básico donde estriba principalmente toda la actividad. Pero sin ninguna duda, el toro del momento es más apetecible por los toreros que el de épocas precedentes, con sus matices y defectos.
Los animales de antaño, escasamente se le podía instrumentar series continuadas de timbre artístico, eran más broncos e impetuosos para los lidiadores, con el peligro de herir en un mínimo descuido. Ahora ha pasado a ser un fiel colaborador del torero para el capote y muleta, al complicado anterior que desarrollaba muy pronto el sentido, apenas dejaba ejecutar una faena artística.
Los viejos espectadores estaban acostumbrados a verlos en cualquier plaza, ahora sufren en los tendidos lamentando la ausencia de aquellas encastadas reses, elogiando igualmente como paradigma el toreo poderoso, pasando a la monotonía impuesta por unos públicos algo sensibles y conformistas. Pero en honor a la verdad, también existen ganaderos que crían toros de los que se podrían llamar emblemáticos, complicados y de difícil lidia.
Es bien cierto, existen toreros capaces de enfrentarse y sacarles partido a toros como si fuesen de la época antigua, pero también hemos comentado que hoy se torea con mucha más vistosidad, dado a la noble y suave embestida de la mayoría del ganado reinante. Hay matadores que nos deleitan con sus dotes artísticas, gracias a sus estilos y duende, a cambio del poderío y dominio de otros. Por eso el toreo sigue siendo tan grandioso como virtuoso.
La renovación es sinónimo de vida y de progreso. La fiesta de los toros nunca dejará de ser un ceremonioso ritual que dista desde hace unos cuantos cientos de años, que sigue estando viva por sus continuadas modificaciones. Si esto no fuese así, no habría soportado la cantidad de controversias que ha tenido, y seguirá teniendo, sorteando a diario los muchos obstáculos que le salen en el camino. No hay ningún otro espectáculo que cause tanto pros y contras.
Aunque no nos equivoquemos tampoco, gran número de la asistencia que acude a las plazas es más complaciente, con mi respeto a todos, quiere espectáculo, dándole lo mismo que sea toreando como manda los cánones o haciendo gracias ante un animal bonachón, le importa poco salir de las mismas diciendo, que bien o que mal ha toreado el torero tal. Al fin y a la postre diversión, que es lo que prima para muchos.