Tolstoi, y el cuento de los tres ermitaños
Entre mis lecturas de los últimos días del año, cuando he logrado pasar, cada vez con más esfuerzo, de los trescientos libros leídos en ese tiempo, cayó en mis manos un volumen, con los “cuentos escogidos” de León Tolstoi.
Tolstoi ha pasado, por méritos propios, a figurar entre los mejores novelistas de todos los tiempos. Bastaron dos obras para llegar a esta privilegiada posición: “Guerra y Paz” y “Ana Karenina”, pero junto a ellas escribió una serie de relatos cortos, agrupados bajo el título de “Cuentos escogidos” por el editorial Almuzara, y con una interesante “Biografía germinal del conde altruísta” de Federico von Baumbach. El prologuista hace un interesante recorrido de la larga vida de Tolstoi, desde su nacimiento en la rusa Yasnaia Poliana, en 1828, hasta su muerte, a causa de una neumonía, en la estación ferroviaria de Astapovo, cuando se había distanciado de su mujer y sus hijos, como un ermitaño entregado a la religión.
Cuarto de los cinco hijos del conde Nicolái y la condesa Mariya Tolstaya, una familia enraizada en la nobleza rusa, León tuvo una profunda enseñanza, viajó por Europa y escribió varios tratados sobre educación, mientras sea preparaba para ingresar en la carrera diplomática, estudiando y lenguas orientales, pero acabó renunciando a su vida académica. Participó en la guerra entre Rusia y el Imperio turco, como oficial de artillería, con su hermano Nicolai. Para curar sus heridas físicas y psíquicas, en su retiro del Caúcaso comenzó a interesarse por la Literatura, en la que alcanzó fama mundial.
De estos “cuentos escogidos”, me voy a permitir uno que me ha impactado, el ded “Los tres ermitaños”, que se inicia con unas frases de San Mateo: “Cuando ores, no usen varias repeticiones, como los paganos, porque éstos creen que serán atendidos hablando mucho. No los imiten, porque antes de que ustedes lo pidan ya el padre de ustedes conoce sus necesidades”´
El relato se inicia con la visita del arzobispo de Arkangelsk, pobres pecadores” al monasterio de Solvski para adorar sus santas reliquias. Allí un mujik le cuenta que en un islote cercano hay tres ermitaños que trabajan para la salvación de sus almas. El arzobispo quiere ver a los ermitaños, a los que solo se puede llegar en una difícil travesía en piragua, y logra que le lleven hasta allí. Se encuentra con los tres ermitaños, les bendice y les pregunta como sirven a Dios. El más viejo de los ermitaños le dicen como es su plegaria a Dios: Tú eres tres, nosotros somos tres… concédenos tu gracia”.
El arzobispo les dice que no es así, y les enseñó como deben hacerlo. Para ello les hace repetir, frase por frase, una y otra vez, el “ Padre nuestro” hasta que se lo aprenden de memoria. Se marchó del islote, y no quiso dormir, hasta que vio una estela blanca que se dirigía a él, navegando con rapidez. Cundo la estela se iba acercando comprobó, asombrado, que la estela era los tres ermitaños que corrían sobre las aguas, como si estvieran en tierra. Los ermitaños se acercaron al arzobispo, y le dijeron: “Servidor de Dios, ya no sabemos lo que nos ha hecho aprender. Mientras lo hemos repetido nos acordábamos, pero una hora después de haber cesado de repetirla, sea nos ha olvidado y no podemos decir la oración. Enséñanos de nuevo”.
El arzobispo hizo la señal de la cruz, se inclino hacia los ermitaños y dijo: “La plegaria de ustedes llegará de todos modos hasta el Señor, santos ermitaños. ¡ Rueguen por nosotros!