Férvido y mucho

Las superestrellas más allá del caso Lamine Yamal

En promedio, las personas profesionalmente mejor cualificadas obtienen mayores remuneraciones en el mercado del trabajo que las que poseen cualificaciones más bajas. Sin embargo, a veces las diferencias de ganancias son tales que sólo pueden explicarse por la especificidad de los mercados.

El mercado en el que se negocian los salarios de las superestrellas –dentro del star-system- concentra especificidades que no se encuentran en el mercado del trabajo de camareros, catedráticos, taxistas o ingenieros. Tanto es así que la teoría económica y los mecanismos que subyacen en las remuneraciones de los directivos de grandes empresas –con altísimos ingresos- no enlaza con el mercado de vedetes o superestrellas (actores de cine, cantantes, deportistas, etc.) cuya reputación la determina el público que consiguen atraer. Intentaré enfocar esta líneas al mundo del deporte y, específicamente, al fútbol.

La explotación comercial de la notoriedad, en el marco de la producción y consumo de masas y del impacto mediático, se encuadra en la “Economía de la celebridad” (Celebrity Economy) que reviste cuatro características: 1 Las diferencias de remuneración son más elevadas que las diferencias de talento profesional. 2 La valoración del prestigio se extiende allende el campo de competencia profesional. 3 Las ventajas obtenidas están sujetas a fenómenos de retroalimentación positiva. 4 El progreso técnico y la globalización de la economía amplían la dimensión del mercado de sus profesionales más mediáticos.

En ese contexto, por impopulares excesos, una fiesta de cumpleaños organizada por el exitoso futbolista adolescente Lamine Yamal (avecindado en problemático entorno familiar) dejó amargo poso de decepción en buena parte de la opinión pública. Pero los excesos, en cualquier persona y asimismo en los deportistas de élite expuestos a la celebridad (o deseosos de) pueden ser de varios tipos. Sin salir de la industria futbolística, desde el alcohol y otras dependencias, Paul Gascoigne, hasta la autodestrucción llevada a cabo por el bello tenebroso George Best pasando por las horteradas de nuevo rico de Cristiano Ronaldo (pagó quinientos mil dólares, de aquella, para conocer a Paris Hilton…y más si afinidad, ni a Ramfis Trujillo le salían tan caros los polvos) o la bajada a los infiernos de Maradona, genio frágil. También, como en todo, buena o mala suerte cuentan. El disciplinado y trabajador Ladislao Kubala -bebedor macho- murió prácticamente en la indigencia (al realizar varias inversiones económicamente fallidas) ligeramente mitigada por un partido de fútbol que organizó el Barça en su honor donándole el taquillaje, años antes de fallecer.

Echando bien las cuentas es no obstante un error creer que a los deportistas de élite se les sube el estrellato a la cabeza. Allende los casos impactantes de estética loser, no excesivamente numerosos, la realidad muestra que los deportistas de élite, superestrellas, principalmente en deportes de equipo, poseen cualidades intelectuales y psíquicas por encima de la media, en parte genéticas pero también duramente adquiridas con perfeccionismo.

El fútbol, además de deporte es un espectáculo bien instalado en la industria del entretenimiento con todo lo que conlleva en términos económicos: televisión, taquillaje, patrocinios y márquetin. El estatus de superestrella se caracteriza por dos dimensiones: talento técnico y carisma. El talento de los jugadores cuenta pero los clubes obtienen asimismo beneficios de su reputación/carisma. Esas externalidades son susceptibles de capitalizarse obteniendo rendimiento incluso político (recuérdese el Barça del Procès). Independientemente de las externalidades explotadas por el club, las superestrellas generalmente gestionan atinadamente la propia reputación. Al estudiar rigurosamente las capacidades intelectuales de las superestrellas deportivas se observan altos niveles de función ejecutiva, memoria, resolución de problemas, planificación y capacidad decisoria. Asimismo, impresiona su flexibilidad cognitiva, adaptándose y cambiando de estrategia en función del cambio de situación. Es raro encontrar superestrellas deportivas aquejadas de personalidad borderline. Por el contrario, suelen ser personajes extravertidos, cuidadosos y diligentes, amables y con deseo de hacer bien las cosas, teniendo en cuenta sus obligaciones con los demás jugadores, buenos compañeros, abiertos a la experiencia y con reducida inestabilidad emocional, inseguridad y ansiedad. Hay excepciones, no obstante, y algunas superestrellas fracasan impredeciblemente al ser contratadas por un club cuyo ambiente no les conviene.

Más técnicamente, la valoración económica de un futbolista es poliédrica, comporta varias facetas. Los que tiran de los equipos y realzan los encuentros, están ínsitos en el star-system y sujetos a su dinámica. Las ventajas simbólicas que experimenta el espectador se transforman en ventajas materiales para la superestrella al ampliar su mercado natural con las nuevas tecnologías de la comunicación y la globalización.

Actualmente, existe relación directa entre la remuneración del talento profesional y la talla y características del mercado en el que opera. Los costes de producción de un partido de fútbol retransmitido en el mundo entero no dependen del número de espectadores, es fijo tanto si lo recibe un espectador o mil millones y por tanto la función de coste medio es decreciente manifestando rendimientos crecientes a escala. En este sentido las superestrellas captan un alto porcentaje de la renta generada. Esta lógica de funcionamiento interno al deporte y su activación por los medios, especialmente la televisión, provocan un efecto de retroactivación del estrellato con desbordamientos económicos favorables a las superestrellas.

Uno de los enfoques que goza de mayor popularidad entre los economistas para explicar las diferencias de ingresos es la “Teoría de torneos” (Tournament theory) Lo que se jugaban los rivales en los torneos –unas veces simplemente adversarios, otras enemigos- era mucho, tanto si ganaban como si perdían (en casos extremos, la princesa o la muerte) A la victoria contribuía sin duda la destreza con las armas de cada rival –su cualificación profesional o técnica, por así decir- pero también la suerte que podía ser inclinada a favor gracias al esfuerzo o el pundonor.

En los deportes, generalmente el mejor gana mucho más que los que lo siguen al tiempo que la diferencia de talento es ínfima, lo cual explicaría que los siguientes estén dispuestos a hacer enormes esfuerzos, como en los torneos de antaño, para alcanzar el podio supremo. La teoría económica de los torneos suministra una explicación a las grandes diferencias de ganancias de los profesionales del deporte aun siendo las diferencias de productividad deportiva -entre el primero y el segundo, entre el segundo y el tercero, etc.- mínimas. En algunas situaciones extremas, el mercado se caracteriza por un cuasi-monopolio de la superestrella (por ejemplo, Tiger Woods en su momento álgido) La concentración de remuneraciones proviene de que la demanda de los más talentosos aumenta más que proporcionalmente respecto a sus talentos respectivos.

Asimismo, la conciencia profesional de las superestrellas, en general, puede explicarse por objetivos distintos, aunque no excluyentes, de la maximización de ingresos. El espíritu de competición, la voluntad de superación, el culto de sí mismos, el pundonor deportivo, el ansia de gloria, el deseo de entrar en la leyenda son motivaciones perfectamente coherentes con la lógica deportiva. Como la vida misma.

Otro día les comentaré por qué Lamine Yamal se tiñe de rubio.