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Sudán: el conflicto silenciado que desangra África

En un mundo que parece avanzar tecnológicamente a pasos agigantados, aún persisten conflictos que nos recuerdan lo lejos que estamos de alcanzar una verdadera civilización basada en la paz y la justicia. Hoy quiero detenerme en uno de ellos: la guerra en Sudán. Un conflicto que sigue cobrando vidas, destruyendo comunidades y sembrando desesperanza.

Desde 2003, Sudán ha sido escenario de guerras civiles que han dejado una estela de muerte y desplazamiento. Pero desde abril de 2023, la situación ha escalado a niveles alarmantes, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entre abril y diciembre de 2023, aproximadamente 9,4 millones de personas fueron desplazadas forzosamente, cifra que aumentó a 11 millones a mediados de 2024. Esto significa que 1 de cada 5 sudaneses vive lejos de su hogar, marcando el mayor desplazamiento interno jamás registrado por ACNUR.

La magnitud del conflicto se refleja en datos estremecedores proporcionados por Naciones Unidas:

  • Graves violaciones de derechos humanos, incluyendo el uso sistemático de la violencia sexual contra mujeres y niñas como arma de guerra, especialmente en Darfur y Jartum.
  • Ataques étnicos contra civiles, como el asesinato masivo de miles de personas de la minoría Masalit, obligadas a huir a Chad.
  • Hasta 2023, Sudán contaba con 15,8 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria, siendo una de las mayores poblaciones desplazadas de África: 1,1 millones de refugiados y 3,7 millones de desplazados internos.
  • Actualmente, 15 millones de personas han abandonado sus hogares, de las cuales 11,6 millones están desplazadas dentro del país y 3,5 millones han cruzado fronteras hacia Sudán del Sur, Etiopía, Chad y Uganda.
  • 17 millones de niñas y niños están fuera del sistema educativo, lo que compromete el futuro de toda una generación.
  • El 70 % de los hospitales no funcionan, mientras el país enfrenta brotes de enfermedades prevenibles como el cólera, el sarampión y la malaria.
  • Altas tasas de desnutrición, baja inmunización y acceso casi nulo a recursos básicos como agua, alimentos y medicamentos.
  • Casi 24,8 millones de personas dependen de ayuda humanitaria, mientras más de la mitad de la población (25,6 millones) sufre niveles críticos de hambruna.

Esta emergencia ha desbordado las fronteras de Sudán, afectando a comunidades de acogida ya vulnerables y generando una crisis regional. La pérdida de acceso a la educación, especialmente para los niños, representa una herida profunda que amenaza con perpetuar el ciclo de pobreza, violencia y desplazamiento de las próximas generaciones.

A esta situación se suma un factor crítico: la insuficiencia de financiación internacional. La suspensión de fondos por parte de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) ha tenido consecuencias devastadoras en ese país. USAID representaba más del 30 % de toda la Ayuda Oficial al Desarrollo mundial, y en contextos como Sudán, su contribución alcanzaba el 40 % de los fondos humanitarios.

La pregunta que debemos hacernos como comunidad global es clara:¿Hasta cuándo permitiremos que el ser humano siga repitiendo actos de violencia como estos?

Sudán no puede seguir siendo una tragedia silenciada. Es urgente que los líderes políticos, las organizaciones internacionales y la sociedad civil se comprometan con acciones concretas para resolver el conflicto, garantizar la seguridad de las personas afectadas y construir caminos hacia la paz. Esto implica no solo atender la emergencia, sino también trabajar para acoger con dignidad a quienes huyen, proteger sus derechos y reconstruir sus oportunidades de vida.

No se trata solo de cifras. Se trata de seres humanos, de ciudadanos del mundo que merecen vivir con dignidad. La comunidad internacional tiene el deber moral de actuar, de mitigar el sufrimiento y de no mirar hacia otro lado.

Porque aún en medio del dolor, la esperanza persiste. La esperanza de que la humanidad despierte, que los líderes escuchen, que las decisiones se tomen con coraje y empatía. La esperanza de que, si actuamos juntos, podemos detener el sufrimiento y construir un futuro donde la paz sea una realidad.

Sudán nos  necesita. Y es nuestra responsabilidad responder.