Abrir la mente y el corazón

Sobrevivir sin un techo

Hace unos meses, el aeropuerto de Madrid fue noticia por un problema que lleva años sin resolverse: alrededor de 300 personas pasaban la noche allí cada día, buscando las necesidades básicas mínimas para sobrevivir- un techo, agua y acceso a un baño. Aunque muchas de ellas llevaban tiempo en esta situación, ningún organismo estatal había ofrecido hasta entonces una respuesta ni una solución efectiva frente a este grave problema.

En relación con esto, el pasado 10 de octubre se conmemoró el Día Mundial de las Personas sin Hogar, una fecha que nos invita a reflexionar sobre una realidad que afecta a millones en el mundo. 

Según datos de las Naciones Unidas de 2018, más de 900 millones de personas viven en asentamientos informales o campamentos, sin contar a quienes directamente habitan en la calle. Las grandes ciudades, lejos de ser refugio, se convierten en escenarios de supervivencia diaria.

Son muchos los factores que pueden ocasionar que las personas vivan en la calle: pobreza extrema, desempleo, migración forzada, enfermedades mentales, adicciones, violencia, desastres naturales, entre otras. Las personas sin hogar son excluidas del sistema, privadas de acceso a servicios básicos, y condenadas a una vida marcada por la precariedad y la invisibilidad. Se transforman en entes que deambulan, y duermen a la intemperie buscando sobrevivir día a día.

Además, la esperanza de vida de las personas sin hogar se encuentra entre los 42-52 años, lo que representa unos 30 años menos que la población general, ya que por ejemplo en países como España la esperanza de vida es de 84 años.

El hecho de no tener un hogar afecta las relaciones sociales, generando un gran deterioro en la salud física y mental de las personas afectadas, lo que implica la adopción de conductas adictivas, desestructuración del grupo familiar, desnutrición, hipotermia, depresión y paranoia.

En lo que respecta a la población española, según la Encuesta sobre las Personas sin Hogar del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) del año 2022, 28.552 personas fueron atendidas en centros asistenciales, un 24,5% más que en 2012. El 28,8% llegó desde otro país y tuvo que empezar de cero, mientras que el 26,8% perdió su empleo. Además, el 59,6% presentaba síntomas depresivos

Aunque existen redes municipales y organizaciones que trabajan sobre esta problemática, no es suficiente. Se necesitan políticas públicas firmes, integrales y sostenidas que garanticen el acceso a vivienda, salud, alimentación, empleo y contención emocional. La reinserción social no puede ser una utopía: debe ser una prioridad y es responsabilidad del estado.

Es importante conocer el perfil sociodemográfico, las condiciones de vida y las dificultades de acceso al alojamiento de las personas sin hogar para poder dar una respuesta real, para una reinserción duradera.

El prejuicio y la indiferencia agravan el problema. La vergüenza que sienten muchas personas por su situación impide que pidan ayuda. Por eso, la empatía y la acción colectiva son fundamentales. No basta con mirar: hay que involucrarse.

Los “sin techo” no son “sin derecho”, tienen voz, aunque a veces hablen bajo. No son invisibles. Visibilizar a este grupo tan vulnerable es el primer paso para que se trate este problema, y se trabaje en alcanzar una solución real y duradera desde el estado.

Porque al final del día, lo que la mayoría de los seres humanos queremos es lo mismo: llegar a casa tranquilos, compartir una comida con nuestros seres queridos, y dormir bajo un techo seguro.

Ninguna vida humana vale más que otra.