Siembra de música
Honorio, mi padre, quería que nosotros fuéramos músicos y nos trajo un día a un profesor de guitarra. Antes, había comprado una guitarra. Recuerdo que jamás había tocado una guitarra y lo primero que cancaneé de puro oído, con una sola cuerda, fue “La piragua” de José Barros. Éramos en ese entonces cinco hermanos, luego nacerían dos más. Así que nos turnábamos la guitarra. Los lunes para Margit, la mayor. El martes para Carlos. El miércoles para Nelsy. El jueves para Alberto y el viernes para mí. La guitarra compartida nos hizo felices en casa. Todos nuestros aguinaldos y regalos del 24 de diciembre, antes de la llegada de la guitarra, fueron el xilófono, la armónica, la organeta. Los niños de aquellos años cogíamos el canuto de los papayos y lo ahuecábamos como si fuera una gaita o una flauta. Forrábamos una peinilla con papel plateado de los cigarrillos y le sacábamos sonidos. A veces, los trastos de la cocina, se convertían en tambores y en baterías.
En San Pelayo, aldea de músicos, todos los niños tienen su hojita de limón o laurel que meten entre sus labios y la soplan imitando el sonido de la trompeta o el bombardino. Hay bandas de hojitas que ponen a bailar a todo el mundo. En la familia yo no tenía recuerdos de músicos. Más tarde supe de un viejo pariente que tocaba el clarinete en Cereté. Mi padre le encantaba Ernesto Lecuona, Lucho Bermúdez, los porros sinuanos y los porros de Pedro Laza, y también los boleros de Alfredo Sadel, y los danzones de Barbarito Díez. Antes de nacer mi primer hijo, yo le colocaba música en una grabadora para que la escuchara en el vientre. La música fue un paisaje vibrante en mi casa. Mi padre tarareaba e interpretaba boleros y danzones.
Sembrar vocaciones tempranas es una de las grandes propuestas para los ciudadanos de hoy. Hay gente que descubre su vocación tardíamente. José Saramago dijo alguna vez que empezó a escribir después de sus cincuenta años. Cuando se descubre una vocación es entrar en una apasionante revelación. Ir tras una vocación nos hace legítimos, auténticos y felices. En Cartagena de Indias se vive por estos días una prodigiosa siembra musical al pie del mar. Se celebran las Clínicas Instrumentales y las Clínicas Kids, impulsadas por la Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar (Unibac), con 850 estudiantes de música de toda Colombia. Es una iniciativa del músico y maestro Germán Céspedes, quien dirige el Conservatorio de Música Adolfo Mejía y la Orquesta Sinfónica de Bolívar. Muchos de estos estudiantes serán músicos profesionales. Otros incorporarán la música a sus diversas disciplinas, y la música hará lo suyo para completar un dilema o una encrucijada. Como Antonio Vivaldi en su tiempo, la música era un bálsamo para los quebrantos de salud y para sanar dolores del alma. La música puede restaurarnos y salvarnos. Y darnos una mejor versión de nosotros mismos.