El sastre que escucha (y el que no lo hace, pero te cobra como si lo hiciera)
Fue recién en el año 2020 cuando inicié mi búsqueda de un sastre, debo decirlo, a mi medida. Mi intención era adoptar la costumbre de comisionar prendas que reflejaran exactamente lo que tenía en mi mente, principio que mantengo hasta hoy. Son muchas las ventajas de la sastrería, que pasan desde lo práctico hasta lo estético; y por qué no decirlo, también por lo ético. Venía saliendo de un MBA en Fashion Business y tenía claro que la moda rápida, o el consumo desmedido, no eran lo mío. Sobre todo cuando, por nuestra personalidad, nos fijamos en ciertos detalles en los que no piensan los compradores de las grandes marcas: nuestras manías.
Fue en Chile donde comencé mi tarea de contactar a sastres. En mi cabeza tenía la idea: primero, de conversar con ellos; luego, mandar a confeccionar alguna prenda, o pantalón, o camisa. De esa manera, vería si me escuchaba, si lograba entender lo que esperaba que fuera el resultado final. Además, era primordial que tuviera un estilo propio que supiera adaptar al mío. Porque si las mujeres tienen la posibilidad de utilizar prendas de diseñadores de renombre, reconocidos por un estilo, ¿por qué yo no podría esperar algo similar? En este punto, varios sastres fueron descartados. Primero, no tenían buen canal de comunicación para llegar a ellos, eran lejanos y sólo ponían trabas. Segundo, no escuchaban, intentaban imponer lo que ellos sabían hacer. Tercero, el estilo de sus prendas no tenía nada distintivo. Perfectamente, un traje podía ser de cualquiera.
No olvidemos mencionar un gran detalle. Mi búsqueda de sastre inició el 2020, en pleno confinamiento por pandemia. Es posible imaginar los motivos por los que se complejizó mi tarea. Desde el origen, pedir referencias no fue sencillo. De mis círculos, nadie entendía muy bien lo que yo buscaba, o bien, mis conocidos que suelen disfrutar de prendas clásicas, no son tan maniáticos como yo. Si iba a invertir más dinero en trajes, necesitaba que el precio reflejara ese valor agregado esperado. Para mi sorpresa, no siempre el precio refleja el servicio y el producto comprado.
Luego de varios descartes, lamentablemente, porque muchos sastres dejaron de funcionar durante la pandemia, sólo uno fue pasando mis filtros. Primero, me contestó un mensaje por Instagram y me confirmó que seguía trabajando. Me explicó su forma de trabajo (y sí, él corta); segundo, le expliqué qué tenía en mente y le pregunté si estaba dispuesto a realizarlo. Me dijo que podía. ¿Siguiente obstáculo? Él vivía y trabajaba en Santiago de Chile y yo en Viña del Mar, regiones distintas del país. En pandemia, había que solicitar permiso para pasar de una zona a otra. No sé cómo, pero lo logró, pasó los controles y llegó a verme a la oficina. Le dije que quería un traje gris, con pantalón de tiro alto, de pinzas, cinturón ancho con cierre lateral y ajustadores, vuelta al bajo del pantalón. Para la americana, cruzado, solapas anchas y de seis botones. Además, le dejé claro que probaríamos, para hacer otras cositas después. No quería el mejor tejido, pero tampoco algo malo. No sólo me escuchaba, sino también me daba sugerencias; y era honesto: me decía qué podía quedarme mejor o peor de acuerdo a mi tipo de cuerpo. Lo hicimos. Cumplió con los tiempos de las pruebas y de la entrega. El resultado reflejaba lo que habíamos conversado en un inicio; y, aunque quizá él no lo sabía en ese momento, tenía un estilo propio bastante marcado, reconocible y diferenciador de otros. Su historia de trabajo me hace entender su camino recorrido para llegar a ese estilo. Una genialidad.
No me considero un mal cliente: soy comprensivo y espero retroalimentación a mis ideas. Además, tengo una gran capacidad de juego y de probar cosas distintas. Al final del día espero que, realmente, me escuchen; que sean honestos conmigo, y que no me intenten vender cualquier cosa, pretendiendo hacerme creer que fui yo el que pidió lo que me están entregando, como me ha pasado algunas veces con otros sastres –y otros que no lo son, pero que dicen serlo–. Gracias, Sebastián.