Cuando fuimos peces

Santiago… de Cuba

Hace una docena de años di una charla en el Instituto de Historia de Cuba, en La Habana. Defendí —con más convicción que prudencia— la tesis de que Cuba nunca fue una colonia española, ni siquiera durante la guerra hispano-cubano-americana de 1895 a 1898. Sostenía que la isla formaba parte de España, como Zaragoza o Lugo, y que aquello no fue una guerra de independencia, sino una guerra civil internacionalizada. Mis amigos historiadores cubanos, que me quieren a pesar de mis herejías, discreparon con cordialidad.

Al final, se acercó un oyente, historiador de renombre y edad respetable, visiblemente molesto. Me soltó la matraca habitual: que los españoles cometimos el genocidio de los aborígenes caribes, les dimos candela, expoliamos las riquezas, y —aunque no lo recuerdo con certeza— puede que también incluyera la violación de mujeres y el consumo de niños crudos.

Aunque sabía su nombre, le pregunté:

—¿Cómo se llama usted?

Me respondió con algo tipo: Pedro Martínez y Álvarez del Pulgar.

—¡Mire usted! —le dije—. Esos a los que acusa debieron de ser sus abuelos, porque los míos nunca salieron de España. Es más, mis abuelos maternos conocieron el mar a los ochenta años, y solo porque sus hijos se mudaron a Valencia. Si no, habrían muerto sin salir de Trasmoz. De Trasmoz de Moncayo, para ser precisos. Aunque no hace falta, porque no hay más que uno.

Esa precisión se la venía dedicando a mi amigo Miguel Ángel, ya presentado en esta columna como el “tapón de rosca 2”, que se lesionó el “asterisco” jugando al parchís. El motivo fue un viaje por carretera desde La Habana a Santiago de Cuba. Él iba de copiloto y, cada vez que preguntábamos por el camino, decía:

—Por favor, ¿para ir a Santiago de Cuba?

Después de oírlo repetirlo veinte veces, le dije:

—¡Hombre, M.A.! No hace falta decir “de Cuba”. No vamos a acabar en Santiago de Chile.

Pero cuando me tocó a mí preguntar, al primer guajiro que abordé le dije:

—Por favor, ¿para ir a Santiago?

Y me repreguntó:

—¿De Cuba?

La carcajada que soltó M.A. se oyó hasta Santiago… de Compostela.

Luego supe que, incluso antes de la independencia, la ciudad se llamaba oficialmente Santiago de Cuba. Y que, cuando se acortaba, en los documentos de la época simplemente se decía… Cuba.

Colofón:

La historia, como el parchís, tiene sus trampas. Uno cree que va ganando y acaba lesionado en el asterisco. Y si pregunta por Santiago, que no olvide el apellido. Porque en Cuba, hasta los silencios tienen gentilicio.

Haiku final

Trasmoz no viaja

 pero en cada pregunta

 se asoma el abuelo.