Candela

Sánchez y los gastos militares

Por paradójico que pueda parecer, podría resultar que el rubio apanochado Trump, sin pretenderlo, haya venido a echarnos una mano a los españoles y aclarar cosas respecto al desaguisado y las tropelías que entre Sánchez, Pumpido y toda la caterva de instituciones fagocitadas por el «galgo de Paiporta» nos conducen, con paso firme, a una pérdida de institucionalidad, a un deterioro progresivo de la democracia e, indefectiblemente, a un estado autoritario caracterizado por el asesinato de Montesquieu y la división de poderes, puesto que uno de ellos —el poder Ejecutivo, es decir, Sánchez— ha fagocitado a los otros dos. Y por esa senda nos hemos venido conduciendo desde hace años sin que la oposición haya tenido recursos, medios ni carácter —esto fundamentalmente—, para hacer frente a la situación sobrevenida. Pero ojo, que ahora llegó el magnate Trump y, como elefante en cacharrería, está volteando el mapa político nacional e internacional.

En lo que nos toca, decir que los atropellos incesantes y contumaces a la Constitución; la entrega de poder, recursos y dinero a los independentistas; la vinculación cada día más estrecha con grupos que quieren destruir la unidad del Estado, cosa que —y es de agradecer— ni ellos mismos lo niegan; los desprecios incesantes —en aquellos territorios donde gobiernan nacionalistas o socialistas— a cualquier símbolo representativo de la nación española; los bárbaros aumentos de cargas fiscales para costear el derroche y gastos de unos insaciables socios, amén de los supuestamente propios del gobierno más gastón y derrochador de la democracia —de sobra sabemos que hasta rameras y cocaína se han pagado con los impuestos de los españoles—; y el frentismo enfermizo y peligroso en que se ha dividido a los españoles, está haciendo inviable —e invivible— la realidad social diaria de los ciudadanos.

Hasta la llegada de Sánchez, lo que era la normal alternancia entre ejecutivo y oposición discurría con naturalidad. Nunca se había dado la situación de que todo un gobierno centrase su principal esfuerzo en atacar por tierra, mar y aire a la oposición con el irracional objetivo de destruirlo y, de tal suerte, evitar la mentada alternancia en el gobierno.

¿Verdad que esta estrategia les suena? Efectivamente, eso es lo que hacen los regímenes comunistas o de similar pelaje: Cuba, Venezuela, Irán, China, Corea del norte, Nicaragua o Rusia, por citar los más renombrados.

Bien, pues con la llegada de Trump, como ya se ha dicho, el mundo ha dado un vuelco absoluto. Y en Europa, nuestra vieja Europa, tan culta, industrial y vanidosa, pues resulta que a pesar de tanto peso y poso clasista, señorial y de violetas imperiales, ha llegado este mercader rubio y nos ha sacado los colores y las vergüenzas. Entre otras cosas, porque nos ha explicado que nuestra defensa, si la queremos, deberá ser costeada por nosotros mismos y que ya está bien eso de ir de «gorrones». Cosa que, en parte, tiene razón porque hasta ahora todos íbamos muy a gusto montados en el machito de que «el tío Sam» nos defendería —recordemos Normandía o, más recientemente, los Balcanes—, de los problemas bélicos que pudiéramos tener.

Problemas —riesgos reales, mejor decir— que, a poco que estemos informados de la geopolítica actual, solo tienen un nombre, Rusia. Y más, con un gobernante como Putin: ex agente del KGB, comunista, estalinista con ínfulas imperialistas, marxista leninista, resentido con occidente y anhelante de resucitar las antiguas repúblicas para reedificar la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Pues con el actual escenario de guerra en Ucrania —es decir, en nuestra propias narices— y el lavado de manos del magnate yankee, es cuando Europa se ha enterado que tiene un enemigo en el norte y que si no se prepara para la guerra no sería extraño que, cual nuevo Hitler, el «zar Putin» pueda tener la tentación de expandirse para ampliar sus fronteras en una nueva variante de aquella «guerra relámpago», de tan infausto recuerdo. Hecho que, según los servicios de inteligencia de algunos países occidentales, no es algo quimérico pues hay información contrastada que avala tal pretensión.

Y es entonces cuando el viejuno, burocrático, inoperante y elitista gobierno Europeo se ha dado cuenta que la cosa no va en broma y la única alternativa es abandonar el utópico pacifismo imperante, el buenismo woke, las margaritas en el cabello, la vida contemplativa y empezar a rearmarse para jugar en otro escenario. Algunos líderes, con una cabeza más iluminada y visión política amplia —Macron, fundamentalmente y Andrzej Duda, de Polonia, por su particular memoria histórica respecto a la URSS— han tocado a rebato y llamado a esta importantísima y fundamental misión.

Y es en este contexto de guerra y el necesario aumento de gastos en defensa, propuesto por los dirigentes políticos europeos, cuando aparece nuestro Sánchez. Por una parte diciendo en los foros internacionales que sí a todo —no le queda otra, dado el posicionamiento de la práctica totalidad de gobiernos europeos— pero con la mosca tras la oreja, mirando de reojo y apretando los maseteros, pues se sabe maniatado, aquí, por sus socios comunistas de gobierno —Sumar, Podemos, los Bildutarras, ERC y BNG— pues es consciente que estos, por ser totalmente prorrusos, pro Putin y afines ideológicamente al agresor del que nos queremos proteger, andan mareando la perdiz, evadiendo respuestas e inventando justificaciones vacuas para no reconocer abiertamente que ellos no apoyan el incremento militar dado que, como comunistas, están con Rusia y apoyan absolutamente al «oso soviético». No lo dicen ni dirán, argüiran lo que sea, pero no les quepa la menor duda —algunos conocimos bien ese paño— que es lo que sienten y piensan. Y, además, porque no van a morder la mano que les da de comer —literalmente—.

Y todos estos sustentadores de Sánchez —previo cobro de favores, privilegios y canonjías— ya le han dicho al «galgo de Paiporta» que con ellos no cuente en eso de rearmar Europa, ni siquiera para su defensa. Luego, en semejante tesitura, la única posibilidad de que Sanchez saque adelante una necesaria —aunque improbable— votación y pueda presentarse algo saneado democráticamente ante los otros jefes de gobiernos europeos, sería con el apoyo del denostado, vejado, ofendido, humillado, maltratado, abusado y despreciado Partido Popular.

Porque de no tener una votación favorable en el Parlamento y dada la gravedad de la coyuntura actual, no habría otra alternativa que convocar elecciones, llevar el tema a la campaña electoral y que el pueblo español decida.

Y si, como parece, no llevara este trascendental asunto al Congreso para que los representantes hablen —para no molestar ni enfrentarse a sus socios extremistas— evidenciará, por una parte, una debilidad insoportable y, por otra, que una vez más se burla de la democracia, del Parlamento, de los españoles y su deriva autocrática va en aumento. Luego, muy mal, si lo primero, peor, si lo segundo.

Por todo ello, mi opinión —confío que compartida por muchos ciudadanos—, es que se hace imprescindible y necesario decir NO. Pero dejando claro que —aún estando totalmente de acuerdo en la necesidad de reforzar nuestras defensas— ahora es un NO a Sánchez, NO a cualquier propuesta que se vehicule a través del sujeto que más ha mentido, engañado y enfangado la política en nuestro país. Precisión ésta, de extrema importancia, que es necesario se explique bien a los dirigentes europeos para que se enteren, de una vez, con quien se está jugando los cuartos.

Por eso, hoy, mañana y siempre, el PP deberá decir NO. Un NO, revolucionario y de cambio. Un NO, por y para la libertad.

NO, NO, y siempre NO… ¡a Sánchez!