Salven las fotos
En el telón del fondo se ve un lago con montañas y cisnes que avanzan en medio de cítaras de un cielo bienhechor. La niña está ahí, delante, con su vela y su misal, porque acaba de hacer la primera comunión. En la foto se ve que entornó los ojos al cielo, como a la espera de una revelación divina.
Más acá entre una polvareda y camiones que se alejan, aparece él, muy joven, entre un grupo de soldados que izan a otro delante de la cámara, con gesto cómico. Son reclutas en tiempos de la Guerra Civil; pero también está Pedro, el panadero, que dejaba hogazas calientes en las puertas, y el que fue farolero en Madrid cuando las calles se inclinaban hacia un futuro en sombras, pero iluminadas a trancos por las ruedas de la bicicleta y el pito del sereno.
La fotografía no es muy clara, pero Ramona posó ahí en el día de su boda. Aunque el blanco y negro no deja ver el rubor en sus mejillas, su novio la mira de soslayo, con alegría, en un tiempo que se difuminó ya en los cantos del pasado siglo, al inicio, cuando todavía era menester recordar un verso de Quevedo: “Soy un fue, y un será, y un es cansado…”
Manos expertas de mujeres, principalmente, se afanan hoy desde el grupo “Salvem les fotos” de las universidades de Valencia y la Politécnica en una tarea de restauración y conservación de fotos y álbumes completos de los pueblos valencianos por donde pasó la Dana hace poco más de 1 año, llevándose en su corriente familias completas, iglesias, casas, panaderías, sueños y esperanzas. A la tarea se unen también museos y asociaciones culturales, con ayuda de Inteligencia Artificial.
Lo de que ocurrió en estas comunidades del este de España el 29 de octubre de 2024, fue como un nuevo diluvio que ahogó la vida, un vendaval furioso en el que seres humanos, coches, vacas, armarios y aves de corral, pasaban raudos en las ondas de aquel aguacero bíblico, hasta estrellarse contra altas paredes y quedar ahí testigos de una de las peores tragedias de España en los últimos años.
Lo único que la Dana no pudo arrastrar en su corriente fueron los recuerdos. Por ello se afanan en esta tarea de poner luz otra vez en el resplandor que se aleja, en la foto en tiempos de guerra, en la alacena despintada que está al fondo de la pareja que celebra Navidad junto a un niño y dos cachorros, en el destello mínimo de una botella de vino que acompaña un sarao de hace 70 años.
Esta preciosa labor de “Salvem les fotos” tiene que ver con la recuperación del tiempo perdido, una tarea en la que fue experto el escritor francés Marcel Proust, quien nos dejó siete libros publicados entre 1913 y 1927, los mismos que nos permiten pensar hoy que sí es posible dejar para la posteridad todo lo que parece una ruina en la procesión de los años.
Entre el barro quedaron las vidas de 228 valencianos y también sus recuerdos fotográficos en álbumes que luego fueron tirados a la basura por lo que tenían de irrecuperables. Pero el grupo que hoy está todos los días al frente de esta labor poética no permitió que estas joyas del tiempo ido terminaran en un incinerador, sino que acudió presto a realizar la difícil tarea de retrotraer el pasado a las familias que todo lo perdieron.
A veces basta una foto, una canción, para instalarnos en el río del tiempo con una fragancia que no volverá pero que configura eso que llamamos nostalgia o “saudade”.