Saga de bandidos
En México algunos cárteles tienen banda sonora propia, la misma que se encarga de cantar sus hazañas. Algunos de estos grupos se han trabado en competencia con otros, en disputa sonora.
Con tanto bandido que hay en Colombia, todavía no ha surgido ahí un género musical que se ocupe de ellos, de su lírica y de su épica, a diferencia de México que insertó en la memoria popular las gestas de Juan Charrasqueado, Gabino Barreras, Lucio Vásquez, Joaquín Murrieta, entre otros.
Fue a través del corrido, con su auge en los últimos lustros del siglo XIX y con los soles de la revolución mexicana en 1910, cuando se dio nombre a las aventuras de personajes que llegaron montados en sus caballos, aunque, ciertamente, algunos no alcanzaron a ensillar, como Juan Charrasqueado, porque antes de hacerlo, una bala atravesó su corazón. A propósito de este suceso, tuve largas disquisiciones con el lúcido Armando Peña Mosquera, acerca de si Charrasqueado ensillaba su propio caballo o tenía quién lo hiciera, pues en ese segundo de pasar la pierna sobre el lomo del noble alazán fue cuando cegaron la vida de este prócer que fue valiente, parrandero y jugador.
Una suerte no distinta corrió Lucio Vásquez, solo que su muerte fue anunciada por unos “pavos reales” que volaron hacia la Sierra Mojada. Ello inspiró al compositor Felipe Valdés Leal, pues la historia de Lucio tenía todos los tintes románticos y trágicos de las historias de amor. Sierra Mojada, en Coahuila, fue fundada en 1879 por un señor Arreola que encontró una mina de plata. El pueblo creció al tenor de la bonanza de los plateros. Lucio trabajaba en la mina pero -oh desgracia- se enamoró de la hija del propietario, pretendida al tiempo por el vástago del mismo, un tal Juan Sánchez. Güera y chulita, Lucio enloqueció por ella, sin ninguna esperanza. Fue por ello que, estaba cenando cuando llegaron unos amigos para invitarlo a un fandango. Al escuchar el corrido, uno sabe de entrada que es un engaño para un encuentro con la pelona. Los Pavos Reales eran unos sicarios de la época que le apuraron la muerte. Después que lo asesinaron le echaron tierra en la boca y así lo vieron morir, “como cuando a uno le toca…”
Pero otro personaje mexicano, Joaquín Murrieta, quedó en la historia también porque se negó a pagar impuestos en tiempos de la fiebre del oro en California, allá por 1850. Encontró la muerte a mano de los Rangers, después de convertirse en un Robin Hood. Dicen que tomó este camino después de ser expropiado; al parecer su esposa fue violada y vio arder su rancho. Hasta Pablo Neruda se ocupó de él en su poema “Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta“.
En esta saga de personajes de corridos es menester mencionar a Adela Velarde Pérez, “Adelita”, guerrillera nacida en Juárez, a quien un coronel quería llevar vestida de seda al cuartel, después de abordar con honores mariachis un tren militar. Si la escena de amor transcurría cerca del océano, el compositor imaginaba -no era menor el honor para Adela- remontar las olas con ella en un buque de guerra.
No tan gloriosa fue la vida de Rosita Alvírez, a quien un don Juan de aldea, herido en su honor porque ella se negó a bailar con él, le pegó tres tiros, allá por 1900 en Saltillo. Valentinadas hay en todas partes, más en la sierra mexicana donde bailar a saltos fue tema para las calaveras de Guadalupe Salcedo. Lo curioso, situación que pone de presente el sexto sentido de las madres en la nación latinoamericana, es que en los tres corridos, el de Juan Charrasqueado, Lucio Vásquez y Rosita Alvírez, hay una madre que les dice que no salgan, que no vayan, porque tienen un presentimiento barrunto en el corazón. No deja ser moraleja pensar que los tres encontraron la hora final por desobedecer a sus madres; dixit, Rin Rin Renacuajo.
Al presentimiento materno escapó Gabino Barreras, a quien dispararon 18 tiros de fusil Mauser. Había comandado un batallón de más de 1000 hombres en el Estado de Guerrero, en apoyo a Emiliano Zapata. Al igual que otros héroes populares mexicanos, robaba a los terratenientes y repartía el botín entre los pobres. Enamoradizo, se le contaron más de trescientas amantes entre pueblos y aldeas. Al igual que Charrasqueado, “en los campos no dejaba ni una flor”. Gustaba de las broncas y compraba peleas en las cantinas. Su historia, como la de otros, fue luego material para las canciones de Jorge Negrete, Cuco Sánchez, Antonio Aguilar, Pedro Infante, Fernando Fernández, Tito Guizar.
Barreras había nacido en Tlapehuala, “era fornido, de cara ancha, y llevaba siempre un pañuelo rojo amarrado al cuello”.
En una versión conocida del corrido de Lucio Vásquez, se da a entender que Lucio no muere inmediatamente después del ataque en gavilla de los Pavos Reales, abre un ojo y se encomienda a la Virgen de Guadalupe: “Madre mía de Guadalupe de la Villa de Jerez, dame licencia señora, de levantarme otra vez…” Para seguir disparando, claro, en defensa propia.