Desde Rusia con amor
Los acontecimientos se precipitan. La maniobra de Trump de aliarse con Putin para terminar con la guerra en Ucrania ha descolocado a los ucranianos, en primer lugar, pero igualmente a los europeos, que han sido sorprendidos en una de esas fotos de escalinata, llenas de gente que nunca decide nada.
La teoría reinante en tiempos de Biden, de que había que derrotar a Rusia, ha decaído por completo. Teoría que era seguida a pies juntillas por la OTAN y los países europeos más influyentes, desde la belicosa Inglaterra a la desconcertada Alemania, y todos los limítrofes con el gigante ruso, temerosos de ser engullidos.
“Siempre venzo a Rusia pero no me sirve para nada”, exclamó Napoleón mientras se retiraba por la estepa. Y es que a Rusia nunca la ha vencido nadie. Soportó la invasión napoleónica y soportó la invasión de Hitler, dos gigantes de la guerra en Europa que, cada uno en su momento, decidieron que había que someterla. Pero ambos fracasaron y a ambos ese fracaso les supuso su final.
Rusia, sin embargo, nunca se sintió tentada de invadir Europa. La Europa central u occidental, aclaramos, porque con Polonia es otra cosa. Polonia, ese vasto territorio entre Alemania y Rusia, sí ha sido vapuleado por ambas potencias en numerosos pasajes de su historia. La Varsoviana, el espléndido himno de corte revolucionario, fue escrita en 1879 por Waclaw Swiecicki, un poeta polaco, desde la celda de Varsovia en la que penaba, encerrado por los rusos, en una de las incontables escaramuzas entre aquellos países. Pensemos que muchas ciudades, ahora ucranianas, como Leópolis, fueron antaño polacas porque esa zona ha sido un devenir constante de flujos y reflujos.
Los rusos han entrado en Europa en dos ocasiones: persiguiendo a Napoleón y persiguiendo a Hitler. Es decir, de manera reactiva, nunca por propia iniciativa. El zar Alejandro I se plantó en París en 1814 porque si persigues a Napoleón lo persigues como Dios manda, hasta su casa. Pero se retiró en seguida porque los rusos siempre admiraron a los franceses; su aristocracia hablaba un perfecto francés, y una vez derrotado el corso nada se les había perdido en las orillas del Sena.
Lo de Hitler fue semejante pero no igual. Rusia había puesto 40 millones de muertos en el campo de batalla y cuando expulsaron a los alemanes de su territorio los siguieron con saña hasta Berlín, donde Hitler se pegó el tiro. No se puede desmerecer el valor y el coraje de los americanos que desembarcaron en Normandía (Dios tenga a sus caídos en el paraíso de los héroes) pero cuando tal cosa se produjo la guerra estaba ya encarrilada y era Rusia quien la había ganado.
Sucedía, no obstante, un hecho que no había ofuscado la mente de Alejandro I: en Rusia había triunfado la revolución soviética y el comunismo era la ideología que debía implantarse en Europa y en el mundo. Rusia, por vez primera en su historia, se creía no ya legitimada, sino obligada, a expandir el comunismo. Así que los países que liberó del nazismo en su persecución, no lo fueron para la democracia sino para el comunismo.
Se atribuye a Henry Kissinger esta frase feliz: “El comunismo es una doctrina política que gozó de gran prestigio en aquellos países en los que nunca se implantó”. Tú hazle una gracia con el comunismo a quien haya vivido bajo él y lo más probable es que te parta la cara. Pero (siguiendo a don Henry) como en España nunca se implantó, puede entenderse que tengamos una orgullosa vicepresidenta del Partido Comunista y un buen número de políticos de izquierda que añoren aquel espantajo.
Reagan contó otra anécdota, la de una ciudadana que se presentó ante el primer ministro ruso, allá por los años 60 y le preguntó: “Señor ministro ¿el comunismo lo inventó un político o un científico?”. “Un político, desde luego” -respondió el primer ministro-. “Es lo que yo pensaba. De haber sido un científico habría experimentado primero con ratones”.
Rusia abandonó el comunismo con Gorbachov. Hay nostálgicos de Stalin como los hay de Franco, sin que se me ocurra comparar ambos personajes. Pero Rusia ya no es la Unión Soviética. Tiene un presidente de corte claramente autoritario, al estilo de todos los gobernantes que han dirigido el inmenso país. Nueve husos horarios tiene Rusia (GTM +2 GTM +12) Como para gobernar eso con mano blanda.
Pero a Rusia nadie le ha vencido. ¿Iba a ser Ucrania, carne de su carne, cuna de todas las Rusias, la primera en hacerlo, con la ayuda militar americana y el jolgorio europeo? Como ha dicho Trump, sin las armas de EE.UU. la guerra habría durado dos días (“Tres, dice Putin” -le corrigió Zelensky para encabronarle-) En el mundo, la etapa de la guerra fría fue larga y compleja… con pulsos, rearmes, mucho espía y las novelas de John Le Carré. Pero el comunismo en Rusia había desaparecido, aunque los americanos no se enteraron. Biden se quedó en la guerra fría y todos sus actos demuestran que no supo salir de ella.
Contrariamente, la Alemania de Ángela Merkel inició una aproximación a su gran enemiga de antaño, con una cooperación que llevó a ambos países a un entendimiento positivo y a los mejores años de su reciente historia. Hasta que Rusia invadió Ucrania.
La invasión de Ucrania
Cuando la Unión Soviética se disuelve en el año 1991, Ucrania se declara estado independiente. En cuanto a Crimea, era rusa desde 1774, cuando le fue arrebatada a Turquía. Pero Nikita Jruschov, primer ministro de la U.R.S.S. y ucraniano de Kalinovka, (un pueblo cercano a Sebastopol, que hoy tiene 483 habitantes) decidió adscribir Crimea a Ucrania, cuando había sido desde su conquista parte de Rusia. Es algo así como si Franco hubiese decidido adscribir El Bierzo a Galicia y separarlo de León, por aquello de que él era gallego. Entonces no tuvo mayor importancia porque todo quedaba en casa. Pero al desintegrarse la Unión Soviética, los rusos no quitaron el ojo de Crimea, hasta tomarla sin más en 2014.
Estas situaciones de disgregación de imperios son siempre conflictivas. Las tensiones en el seno de la ex URSS pueden contemplarse como se quiera pero no tienen nada que ver con guerras de estado a estado. Es todo mucho más fluido. En Ucrania, la parte oriental, el Donbass, es netamente rusófila y desde 2014 hay una guerra por su posesión. Como Ucrania no cedía el Donbass y Rusia no lo resignaba, Putin decide elevar la apuesta y pensando poner un gobierno títere en Kiev, que le entregue la zona reclamada o quien sabe si el país entero, inicia la invasión en 2022. Es evidente que erró el tiro porque Ucrania contaba con el apoyo de EE.UU. para defenderse.
Con las armas estadounidenses y los euros europeos Ucrania ha mantenido una guerra de desgaste frente a Rusia, que ciertamente ya ha conseguido lo que pretendía: hacerse con la parte oriental, el Donbass y la franja sur, que hace frontera con el río Dnieper.
Es imposible no considerar esa guerra como una agresión. Y es imposible no simpatizar con el agredido. Pero supongamos que España en un futuro se fragmenta, implosiona; que Marruecos vuelve a ocupar el sur, Cataluña se independiza y Galicia se une a Portugal. Y unos años después, lo que queda de España reconquista lo perdido…¿Es invasión, recuperación, restitución, usurpación…? ¿qué es? Pues ese marco mental es el que puede hacer entender la guerra de Ucrania vista desde ambos lados, el ruso y el ucraniano.
El tema va a terminar por la vía rápida. Como todo conflicto artificial, en cuanto se llama al pan, pan, y al vino, vino, se acaba la tontería. Si USA deja de enviar armas a Ucrania (esta pasada noche Trump ha firmado el finiquito) Rusia la invade en tres meses. Pero no creo que los deseos de Rusia vayan más allá de proteger a sus paisanos del Donbass y de Crimea, ni que Trump se lo fuera a permitir. Trump quiere una paz rápida y hacer negocios con ambos contendientes, no maniatar a Ucrania para que Rusia se la coma. Y se lo habrá dicho bien clarito a Putin: “Yo desarmo a los ucranianos pero tú te quedas con lo que tienes, que es lo que querías y ya es bastante. No me toques Ucrania que hay tierras raras y las vamos a compartir”.
Y el papel de Europa
Lo de Europa es un papelón. Han apoyado tanto a Ucrania, sin otro argumento que los Leopard oxidados de Margarita Robles, jugando de farol (aunque en el papel de pagafantas) que ahora están colgados de la brocha. Les ha entrado de repente una furia militarista, una sed de rearme, que no se sabe bien para qué. Si Rusia y Ucrania sellan una paz con las fronteras que quiere Putin y la bendición de Trump, lo sensato sería utilizar el dinero en la reconstrucción del país, que está destrozado. ¿Armarse hasta los dientes? ¿Pero para qué? ¿Tal vez piensan que Putin, cual nuevo zar Alejandro I, quiere llegar a París?
Lo más patético de la Unión Europea es que desde que Gorbachov y la Merkel dejaron de influir, no han entendido nada. Vivían bajo el paraguas USA, sacando pecho y animando a todos a entrar en la OTAN, a sancionar a Rusia, a hundirla…¿Hay algo más ridículo que las miles de sanciones impuestas al país eslavo…”pa ná”? Y ha hecho falta que Trump tenga claro qué le preocupa y qué no le preocupa para tumbar todo el tinglado. Rusia no es su enemigo, se ponga Biden lo histérico que se ponga; su enemigo es China. Así que dejará de perder tiempo y dólares con la OTAN en Europa y se centrará en lo suyo.
Zelenky, a su vez, es judío. Y como judío, inteligente y dotado de un instinto innato de supervivencia. Ha capeado los años de guerra y ahora sabrá aceptar lo que Trump le propone: que Rusia se quede con lo que considera suyo, que se apoye en los americanos para reconstruir el país y que hagan negocios juntos con las tierras esas. Tendrá un país más pequeño pero mejor dotado y más integrado consigo mismo ¿Y cuál sería el papel de los europeos en este marco? Pues el único posible, si una sombra de racionalidad anida en los desnortados cerebros de Bruselas: ayudar a Ucrania en su reconstrucción, dándole cobijo en la UE (si es que todavía eso supone un beneficio) y tender puentes con todos los agentes de la zona, Rusia incluida. Que se olviden de guerrear con la potencia eslava, que es tan Europa (la parte europea, claro) como nosotros. Y, por supuesto, empezar a pensar en una defensa propia, ya que EE.UU. ha desistido de esa onerosa carga. La defensa europea llevará tiempo, esfuerzos e inteligencia. Pero ha de acometerse sin histerias, sin pensar en ir sobre Moscú, sin buscar la revancha por el fiasco sufrido.
La verdadera autonomía europea será no seguir a los profetas del belicismo (con Inglaterra a la cabeza, menos mal que ya no está en la UE) sino cultivar un ámbito europeo sin bloques, sin odios y sin ansias de destrucción. Que a veces parece que con Rusia somos como los de Hamás con Israel: a degüello. Y ni nosotros podremos nunca degollar a Rusia ni Rusia tiene el menor interés en degollarnos…con lo bien que vivían sus oligarcas en Marbella.
España y Rusia
Cuando los españoles cantamos nuestra euforia en los estadios de medio mundo con el “¡Yo soy español, español, español!” En realidad estamos cantando “Kali kakali kakali kamayá” una melodía rusa de pura cepa. Y cuando Glinka visitó España quedó tan fascinado por nuestra música que compuso su famosa “Jota aragonesa”, un plagiete amable y rendido. Sin olvidar a Rimski Korsakov, cuyo “Capricho español” constituye una de las más bellas páginas (si no la más bella) entre las músicas costumbristas de corte sinfónico.
Aunque lo verdaderamente asombroso es el caso de Mili Balakirev, compositor ruso de entre los siglos XIX y XX, cuya “Obertura sobre un tema de marcha española” es, nota por nota, un homenaje a nuestro himno nacional, que suena nítido en sus pentagramas. ¡Hale, a Youtube a escucharlo!
Si hacemos abstracciones de la etapa comunista, cuya influencia en España (escasa, aunque concentrada en la guerra civil) fue claramente negativa, expolio del oro incluido, hay muchas zonas de interés mutuo y mutua admiración entre los dos países. En Rusia siempre se ha querido a España. Y los españoles, a pesar de todos los pesares, siempre hemos admirado la potencia cultural rusa, que en música es inabordable. Hasta el coitado hermano de Sánchez estudió en San Petersburgo.
Y dicen algunos expertos que la obra más popular de Dimitri Shostakovich, ese divertimento de la “Suite de Jazz”, que se escucha en el metro, en las bodas y en todas partes, que todo el mundo conoce y tararea, fue inspirada por los exiliados españoles, a los que escuchó cantar aquello de “Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo solo sé… ¡café!”