Romasanta: ¿dónde está enterrado el asesino en serie y “hombre lobo” antropófago español?
Manuel Blanco Romasanta, más conocido como “El hombre lobo de Allariz” o “El sacamantecas” fue el primer asesino en serie español documentado como tal. Romasanta mató a diecisiete personas, principalmente mujeres y niños.
Nacido posiblemente como mujer en 1809 en la parroquia orensana de Santa Olaia de Esgos, fue bautizado e inscrito como “Manuela”. Por su más que probable hermafroditismo, en su juventud adoptó la identidad masculina y se cambió legalmente el nombre por Manuel, lo que evidencia que tuvo de pasar algún tipo de control oficial para superar un trámite de esa naturaleza. A los veintiún años se casó con una moza de la misma plaza, que murió al poco de puertas adentro.
Romasanta apenas medía 1,37 metros de estatura y aseguraba padecer licantropía; creía convertirse por las noches en hombre lobo. El modus operandi de Manuel Blanco Romasanta consistía básicamente en llevarse mediante engaños y falsas promesas a mujeres y niños para matarlos sin piedad en los bosques del noroeste español, fundamentalmente gallegos, que, como quincallero nómada, conocía bien. Pese al acentuado analfabetismo en el contexto rural del siglo XIX, sabía leer y escribir con fluidez.
Caníbal
Según él, era además antropófago; es decir, caníbal. En el juicio del año 1852 (causa 1778), con 135 testigos y 1.700 folios manuscritos, custodiados actualmente en el Archivo del Reino de Galicia, declaró que debido a su naturaleza “lobishome” comía trozos de cadáveres de sus presas humanas. Luego, ya sin la maldición de la Luna, les extraía el unto o grasa corporal que vendía como buhonero en el norte de Portugal a precio de oro y a modo de “ungüento milagroso”, si bien hay investigadores que aseguran que este comercio sucedió muy ocasionalmente y que el hecho de la antropofagia continuada con todos los cuerpos ofrece serias dudas.
La primera víctima de Romasanta, al menos que conste judicialmente, fue un alguacil en la zona del pueblo leonés de Tremor de Abajo, huyendo el malhechor enseguida por el presente municipio cepedano de Villagatón, tal como testificó en la instrucción la dueña de la taberna de Brañuelas en la que el gallego estuvo reposando. La relación de Romasanta con las tierras leonesas le venía de familia; sus bisabuelos paternos procedían de La Vecilla de Curueño y uno de sus hermanos estaba afincado en La Pola de Gordón.
Garrote vil conmutado
Cuando, después de largos años de correrías sangrientas por el noroeste, al fin lo detuvieron en la provincia de Toledo donde había huido fugitivo por estar en busca y captura, empleándose en el campo como segador, el juez de Allariz, de vuelta el reo a Galicia, lo condenó en 1852 a la pena capital por sus diecisiete crímenes, de los que únicamente reconoció nueve en el interrogatorio.
A la postre, la reina Isabel II le conmutó el garrote vil por la cadena perpetua gracias a la intervención del doctor Phillips (quizás el nombre real del médico hipnólogo fuera Joseph Pierre Durand de Gros), quien argumentó que, en efecto, Romasanta “era propenso” a padecer una enfermedad mental que explicaría su comportamiento criminal y su creencia en la licantropía.
Después de recorrer varias cárceles gallegas, a Romasanta le confinaron en el legendario fuerte penitenciario del monte Hacho en Ceuta, donde los peores convictos iban a morir en sus celdas inhóspitas. Las normas de la época dictaban que los condenados a cadena perpetua debían cumplir el castigo fuera de la Península, en las plazas africanas, en Canarias o ultramar. Romasanta falleció intramuros en 1863, dadas las duras condiciones del cautiverio y un cáncer de estómago, conforme se supo después.
Existía asimismo en Ceuta otra prisión contemporánea que a la vez funcionaba como establecimiento militar, el cuartel de Las Heras, donde se hallaban los presos políticos deportados de los países hispanoamericanos que aún formaban parte del suelo español; excepcionalmente podía haber algún convicto peninsular.
Con el correr del calendario, el presidio del Hacho pasó por diversas vicisitudes durante más de siglo y medio de vida. En 1910 se suprimió el cumplimiento de penas civiles, pero se mantuvo la fortaleza como centro de reclusión para militares hasta 1979 que cerró definitivamente.
Tumba enigmática
Hasta aquí la introducción al perfil criminal y correrías de Manuel Blanco Romasanta. Vayamos pues al quid de la cuestión: ¿dónde está enterrado Romasanta, protoasesino serial, visionario y “Hombre lobo de Allariz”?
En los últimos tiempos, algunos historiadores, criminólogos, policías academicistas y estudiosos del tema hemos intentado arrojar luz sobre el paradero de los restos de Manuel Blanco Romasanta utilizando técnicas modernas de indagación. Sin embargo, hasta el momento no se ha encontrado certeza sobre su lugar exacto de enterramiento.
Hace unos años, formando parte del equipo docente de un curso de la UNED en Ceuta, investigué in situ el caso, avalado por la Sociedad Científica Española de criminología.
Como antecedente, sabemos indubitadamente que los periódicos “Iberia”, “La Esperanza”, “La Época o “El Heraldo de la Mañana”, preservados en la Biblioteca Nacional, se hicieron eco en sus páginas del fallecimiento en Ceuta de Manuel Blanco Romasanta a causa de un cáncer de estómago, el 14 de diciembre de 1863.
Por otro lado, en el libro de difuntos de la parroquia de Santa Olaia de Esgos, en Orense, donde nació Romasanta, se constata una anotación descubierta en 2012 por los investigadores y hermanos Castro, sobre el Cabo de Año que se celebró el 16 de diciembre de 1864, y donde se reseña palmariamente su muerte en el correccional de Ceuta.
Con todo, y volviendo a gestiones de nuestros días, en la nueva cárcel ceutí de Mendizábal, que reemplazó a la anterior de Los Rosales en 2017, no constan datos.
Tampoco figura ningún apunte de Romasanta en los legajos del cementerio municipal ni en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, donde por entonces se daba sepultura a los condenados que sucumbían intramuros. Los libros parroquiales de presos difuntos del penal, enterrados en dominio del templo, se crearon pocos años después. Cabe igualmente contemplar la tesis de que se perdieran o se destruyeran por motivos inexplorados.
Y nada en lo concerniente a la inhumación del preso en el registro de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias en la calle Alcalá de Madrid. Nada. A Romasanta se lo ha tragado la tierra. Literalmente. Acaso en el abismo del inframundo.
Hipótesis sobre el enterramiento
De tal modo, ¿qué teorías razonables podemos barajar, más allá de la decepción de las misiones improductivas?
Hablando con los funcionarios de la prisión de Mendizabal me confiaban su hipótesis particular: los carceleros de la época se habrían puesto de acuerdo para que la tumba de Romasanta no fuera reconocida en el futuro, dados sus crímenes horrendos y la popularidad morbosa que despertaba. Una especie de “damnatio memoriae” o condena de la memoria romana.
Otra posibilidad muy potente a tener en cuenta sería, al hilo de lo anterior, que, en efecto, los sepultureros hubieran creído más conveniente darle tierra en una fosa común en algún feudo de la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, y que el tiempo hiciera su trabajo de indolencia. Tiene mucho sentido.
Por último, aunque menos respaldada por el principio de prudencia, otra conjetura se basaría en que los restos de Romasanta fueron trasladados desde Ceuta a su lugar de origen, en Galicia. Según esta especulación, alguno de sus hermanos podría haber hecho gestiones, enormemente costosas, para que el cuerpo viajara miles de kilómetros desde el continente africano hasta su aldea gallega. No existiendo registros que confirmen la versión, es una quimera que, bajo mi punto de vista, decae por sí misma.
No obstante, hay que tener en cuenta que en Galicia las tradiciones funerarias son muy profundas, y la idea de que un “hechizado” tan notorio como Romasanta pudiera haber sido enterrado en su terruño de nacencia le confiere cierta intriga.
¿Psicópata u “Hombre lobo”?
¿Era realmente Manuel Blanco Romasanta un asesino en serie psicópata que utilizó la licantropía como excusa para sus crímenes espantosos, o se trataba en verdad de una víctima, enfermo mental, que lo llevó a creer en su propia transformación como lobo depredador?
Estas preguntas, junto con el misterio de su tumba, probablemente seguirán sin respuesta, lo que contribuye a que el enigma de su leyenda perdure como una protoespecie de “Jack el Destripador” del noroeste español.
Y, en efecto, el hombre es un lobo para el hombre.