El liberal anónimo

No queríais Nobel… pues taza y media

Que la paz, la concordia y la unanimidad reinen entre todos los cristianos... porque sin paz no podemos agradar a Dios. —Carlomagno, emperador del Sacro Imperio Romano

Frente a un gran cartel que rezaba “Peace 2025” y rodeado de todos los fastos que se pueden dispensar a una gran estrella, el Presidente Donald Trump rubricó la paz entre Israel y Palestina. A este evento acudieron los principales líderes del globo. Algunos, tal que confesó el propio mandatario norteamericano, no le eran del todo simpáticos, sentimiento que, huelga decir, compartimos muchos en esta nuestra España. Por simple deducción quisiéramos adivinar que uno de esos nombres empieza por “Pe” y termina en “-dro”, y no creo que sea necesario ser Sherlock Holmes para completar el crucigrama. 

Don Pedro Sánchez, el polizón del Nilo, aficionado empedernido a los tours y a las vacaciones sufragadas por el erario, marchó a Egipto. Es hombre de costumbres refinadas, más dado a saunas y a hoteles de cinco estrellas que a reuniones de Estado ¡Pero fue! Aunque sólo sea para inmortalizarse en una fotografía, lo hizo. Su presencia fue tan irrelevante que no aportó absolutamente nada, salvo su ególatra entendimiento que suponemos habrá encontrado en la fugaz escapada. Pedro ansiaba alejarse de un pueblo que ya no le soporta, de procesos judiciales que le pisan los talones y de todo tipo de insultos que le llueven como agua de mayo. Marchó, sí, pero nadie sabe qué diablos pintaba ahí, junto a las pirámides de Emperadores, nadie lo sabía ni en España ni en el extranjero. Su papel, más propio de un almirante español de flotilla de descerebrados que de Presidente de un país europeo, se ha convertido en el hazmerreír mundial. Ya nadie le toma en serio y más de uno preferiría que se hubiese marchado a Gaza a celebrar con sus camaradas de Hamás el fin de la contienda, esa paz que han traído sus detestados antagonistas: Netanyahu y Trump. Este tipo, allá donde va quiere destacar, ser el influencer, aunque con sus gestos toscos, su cinismo evidente y la ineptitud le delatan como un perfecto mentiroso, un embustero del uno al otro confín. Lo hemos visto salivando, corriendo a ver al Presidente estadounidense para sentir el roce de su mano con la de Trump en un gesto que explica perfectamente que para él la foto es la foto.

Pedro Sánchez fue, se empeñó en hacer acto de presencia. Estuvo, se fotografió, y como es costumbre hizo el ridículo. —Pero vayamos al momento saludo. Con esa sonrisa que solamente puede esbozar un don nadie, hemos percibido también un cumplido liviano, raudo y encogido. Pedro rindió pleitesía a Trump cuando le estrechó la mano, pero resultó un gesto tan volátil como lo es su credibilidad. El Presidente Trump, magnánimo o distraído le soltó: Fantástico trabajo que hacéis aquí. Y uno, que aún quiere gozar de algo de sentido común, se pregunta: ¿de qué trabajo habla? ¿qué hace “aquí”? Es evidente que Sánchez representa menos en el mundo que una cucaracha en un salón de baile, aunque es más cierto que reparte dinero con más ligereza que la subida de impuestos que impone a los sufridos trabajadores españoles. Quiero pensar que Trump, en el instante que daba la mano al tramposo ni siquiera sabía a quién estaba saludando. Más adelante lo buscó, porque en una de sus intervenciones preguntó: ¿Dónde está España? Bien parecía que la rata andaba perdida y nadie sabía dónde. Rápidamente incidió de nuevo: ¿Estáis trabajando aquí sobre el PIB? Sorprende otra vez esta nueva pregunta y nos hace volver la mirada al partido socialista y a sus turbios asuntos, porque ciertamente es a lo que nos tienen acostumbrados.

Entre tanto, los simpáticos radicales de la izquierda celebran que Trump no hubiese sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz, aunque sospecho que hasta el último jirón de su conciencia les susurra que es el candidato más idóneo para esa distinción. El Presidente estadounidense es un hombre firme, cabal y sensato, con una mente preclara y una voluntad férrea. No es hombre que se ande con rodeos. Cuando busca soluciones a problemas de envergadura demuestra una capacidad que parece innata y hasta diría que alejada de su experiencia empresarial. Debo decir, no obstante, que sin duda la concesión del Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado es muy buena cosa, sobre todo cuando todos sabemos que su lucha y los derechos de su pueblo han sido fuertemente apoyados por el Presidente Trump, quien ha tomado la delantera y endurecido políticas y medidas contra un gobierno ilegítimo y corrupto, pero también contra los cárteles de la droga que tan cercanos parecen al delincuente Maduro. Trump es quien está haciendo una fuerte y verdadera presión para liquidar esa dictadura socialista, corrupta, ladrona y mafiosa, la misma que tiene completamente aprisionado a todo el pueblo de Venezuela. 

A mi humilde entender Trump posee muchas virtudes, pero sobre todas destaca una, y es su deseo de engrandecer a Estados Unidos y al mundo. No debemos olvidar que hace unos pocos años él lideró una cruzada de paz en el mundo que pareció un milagro, algo que alcanzó en un tiempo record. También cruzó libremente la frontera de Corea del Norte y estrechó la mano al líder supremo de aquel país, Kim Yong-Un, ¡y decían algunos cortos de miras que su llegada a la Presidencia nos llevaría a una guerra mundial! Estamos, sin duda, ante un dirigente recto, un estadista, un presidente firme y un verdadero hombre de paz. En aquella primera legislatura —como también en esta segunda— se ha evidenciado como la persona más influyente y con mayor interés en encontrar la paz y la tranquilidad mundial, frente a sus antecesores, Obama, el gran Nobel de la Paz, o Biden, un anciano enfermo, quienes solamente sembraron la discordia y suscitaron varias guerras. Trump, por el contrario, conoce bien que los desequilibrios llevan a la flaqueza de los Estados y cualquier persona cuerda—como es él— busca la prudencia y la seguridad para el buen curso de la sociedad, la cultura y la economía. 

Así pues, he aquí al auténtico, evidente, cierto y legítimo Premio Mundial de la Paz, el Presidente Donald Trump. Es su mérito, un acto de importancia sublime, una fecha que debemos grabar en nuestras memorias pues, un trece de octubre de 2025, rodeado de los líderes mundiales —exceptuando a Sánchez que fue un simple polizón— es cuando estampó su firma en el documento de paz más anhelado por todos. Él ha hecho cuanto ha estado en su mano, aunque ahora, tanto Hamás como las milicias armadas se enzarzan en una pugna feroz por mantener su menguante dominio. Donde antes había guerra, ahora se insinúa un conflicto más sutil, pero no menos virulento, y es el de las facciones que se disputan en la sombra el control y el poder. Las hostilidades se recrudecen en forma de ajustes de cuentas que, lejos de ser justicia, son torturas y asesinatos. 

Esta violencia no es otra cosa que una llamada al odio perpetuo contra el pueblo de Israel, un odio que se transmite como una herencia y sin esperanza de redención. Y, entretanto, algunos progresistas europeos y americanos, los grupos de la izquierda, agitan a sus masas encolerizadas bajo el disfraz de la paz, gritando consignas que solamente sirven de coartada para justificar el terror.

¡Qué más ejemplos quiere un pueblo ingrato o el Comité Noruego del Nobel! Aunque bien visto, tal vez su rechazo no sea ingratitud sino un simple resentimiento voluntario, el mismo que es capaz de convertir a los necios en héroes y a los sabios en sospechosos.