La prensa en Colombia: en jaque
En tiempos de inteligencia artificial, donde las falsedades circulan con ropaje de verdad, urge defender al periodismo riguroso. No a los influencers sin rigor, no a los opinadores de turno que confunden su libertad con irresponsabilidad, apoyo irrestricto a los periodistas serios que, con ética y contraste, siguen ofreciendo una brújula en medio del caos informativo.
Colombia conoce bien esa tensión entre poder y prensa. De los 59 presidentes que ha tenido el país desde 1819, la mayoría han sido abogados, pero 22 han tenido vínculos con el periodismo. Desde la Constitución de 1991 —vigente hoy— tres mandatarios tuvieron conexión directa con el oficio: César Gaviria como director del diario La Tarde de Pereira; Andrés Pastrana desde el noticiero TV Hoy; y Juan Manuel Santos, antes de ser presidente y Nobel de Paz, fue subdirector de El Tiempo, propiedad de su familia hasta que vendieron, una parte al Grupo Planeta de España, y luego ambas partes, negociaron con el banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Todos los presidentes, en su momento, viven tensiones con la prensa, en mayor o menor volumen. Pero lo que ocurre ahora con Gustavo Petro supera lo conocido, en medio de una escalada de ambigüedades que en nada ayudan al país a avanzar para resolver sus dificultades. Ahora, como antes Álvaro Uribe e Iván Duque, el presidente colombiano desacredita medios y descalifica periodistas. Los califica de “Mossad”, los acusa de mentir sistemáticamente, y una vez tildó a mujeres periodistas como “muñecas de la mafia”.
Mientras Uribe restringió el trabajo de corresponsales extranjeros en zonas de orden público, y su vicepresidente y varios alto funcionarios del gobierno acusaron a los medios de amplificar el terrorismo, Duque dividió la prensa entre “amigos” y “enemigos”, prefiriendo comunicarse vía redes antes que enfrentar preguntas. Petro, igual que Uribe como expresidente, pero en distinta orilla, ha seguido esa línea. Impulsan medios afectos a su causa, apoyan a influencers y fortalecen canales, pero desconocen e incluso hostigan a periodistas que los contradicen.
Con Santos, aun en medio de un proceso de paz polarizante, no recurrió a la descalificación ni al señalamiento personal. El debate fue intenso, pero no insultante. El problema es que hoy los periodistas, la prensa libre, vuelve a ser incómoda, y por eso hay que defenderla. La inteligencia artificial puede escribir, pero no puede investigar ni contrastar fuentes. Solo el periodismo ético, humano y comprometido puede cumplir esa misión.
Callar a la prensa o sustituirla por propaganda no sólo empobrece el debate democrático: lo envenena. Porque cuando se ataca a los periodistas, no se estigmatiza a una persona. Se rompe el derecho colectivo a la verdad, al disenso, a la vigilancia del poder. Y eso contribuye al caos. Razón de más para no permitirlo. Nunca.