Disquisiciones

El picoteo de la muerte

Hay momentos que trastocan el ánimo y convierten inesperadamente el amanecer en el ocaso, donde se encuentra lo inevitable y vive el desconcierto ante un hecho que algunos intuyeron, y otros no lo pensaron posible, al negarse a creer la capacidad de quienes encarnan el mal.

El hecho trasciende ante la sorpresa luctuosa, como única e inevitable ruta de la existencia humana, que lleva a la penumbra de la tristeza, con preguntas sin respuestas coherentes ni sensatas. Una vez más la presencia de la muerte y la barbarie igual que hace tres décadas. Una mezcla de rabia, dolor y desánimo, que resulta como una noche sin luz, que ojalá sirva para comprender el verdadero sentido que tiene la vida. 

Al comienzo de un día gris y con ojeras, recibimos la noticia que se apagó la vida del joven político Miguel Uribe Turbay, quien sufrió un atentado en Bogotá, hace dos meses en una reunión política, cuando un joven desubicado disparó un arma de fuego a escasos metros de la víctima, que lo mantuvo con pronóstico reservado hasta el desenlace fatal. Ya se presagiaba un final poco alentador en razón de las mismas circunstancias que padeció el activo precandidato presidencial colombiano.

El hecho reviste importancia porque la intolerancia prima, el enemigo acecha, recuerda episodios similares donde el impostor de la violencia hace trizas la poca cordura que nos queda.

Para sus adeptos y seguidores un golpe bajo. En su familia una desilusión total ante esos enemigos ocultos que le cortaron las alas y consiguieron lo que pretendieron. Lo que ahora no puede quedar impune es el olvido de ese monstruo de la discordia por el poder que consume y devora la comunidad.

Es cierto que la conquista de ideales debe ser hasta el final, sin descanso para obtener la gloria, aun a costa de sacrificios, pero nunca de la entrega de las razones en que se fundamenta el verdadero cambio social. Sin embargo, segar la vida de otro por retaliaciones, por pensar diferente,  por la forma de decirlas, u otra razón no puede ser argumento válido.

Entonces, cómo no protestar ante lo sucedido, si el silencio se puede convertir en traición, ya que al final no se recuerda las palabras de compromiso sino la lealtad de los amigos.

La historia se repite. Ahora será su propio infante quien viva la misma historia de Miguel, que con el paso de los días imaginará a su protector entre copos blancos del firmamento azul. Esa raíz vivirá su ausencia y logrará entender, quizá, si valió la pena aquel sacrificio de la vida de su padre, o si independientemente de las posturas ideológicas sirvió para prosperar democráticamente y encontrar una luz por la esperanza de la vida en el sendero social. 

Amartya Sen, el premio nobel de economía (1998) dijo: “Si las partes combaten conjuntamente las particulares injusticias, podrían hacer grandes avances al pasar de la abstracción de las ideas a la estructuración de las soluciones”