Perspectiva espacial
Dadas las actuales catástrofes anunciadas, me atrevería a postular que gran parte, cuando no el conjunto, de la problemática humana es una simple cuestión de perspectiva. Comprender algo es abarcarlo en su totalidad o percibir su esencia. Ese elemento holístico de la percepción es lo que nos libera de la fragmentación y sus miserias. O sea que el principal peligro en la resolución de cualquier problema es la parcialidad de miras. El interés propio, el prejuicio, el fraccionamiento intrínseco a toda creencia e ideología, la identificación con un retazo de la historia y sus gloriosas cenizas, son algunos de los factores que contribuyen a ese cóctel ponzoñoso de distorsión perceptiva, comprensión limitada e ineficacia en la acción. La experiencia resultante de esta estructura la refuerza y nos condena a su eterno retorno. O sea que la única manera de romper con dicho círculo vicioso es entenderlo a fondo o verlo desde una perspectiva superior. Y puesto que el mundo entero se encuentra en vísperas del diluvio y sin arca de Noé, una de las soluciones acaso sea contemplarlo desde el espacio exterior.
Para algunos cosmonautas el viaje al espacio resultó ser profundamente esclarecedor. Al vislumbrar la Tierra despuntando sobre el horizonte lunar se dieron cuenta de la unicidad de aquel pequeño planeta blanquiazul perdido en la inmensidad de la noche interestelar. Al verlo en su totalidad, se sintieron conmovidos por la fragilidad entrañable de la biosfera y se dieron cuenta de que no había fronteras nacionales, políticas, sociales o de cualquier otra índole sobre su superficie. Esos hombres y mujeres, no ya los pocos que pisaron el polvo soñoliento de la Luna sino los que tripularon la Estación Espacial perdieron sus identidades separatistas y regresaron a sus pueblos con la misión de compartir su visión cósmica. Promovieron una inversión del orden de los valores establecidos que antepone la economía a la sociedad y ésta al planeta, cuando debería ser al revés. Entendieron que existir es formar parte de una amplísima red de interconexiones, que nada existe en el aislamiento. Y que la causa de toda la violencia y sufrimiento humanos se debe precisamente a la ignorancia de esta simple verdad. Para ellos, esta perspectiva global contiene el germen de una transformación radical, lo cual, dada la realidad de un mundo abocado a la destrucción, les resulta esperanzador.
Pero la iluminación espacial no va siempre acompañada de inspiración y optimismo mesiánicos sino de tristeza. Eso fue lo que sintió William Shatner, el actor que interpretara al legendario capitán Kirk en la serie televisiva de Star Trek, cuando a sus noventa años tuvo por fin ocasión de desafiar la gravedad. En vez de emocionarse ante el misterio insondable del universo se vio sumido en el pozo de la angustia. Viendo la Tierra flotando en el vacío, comprendió que nuestro planeta es un pequeño oasis de la vida a la deriva en una vastedad de muerte. Al contrario de su personaje de ciencia ficción, no se entusiasmó con la exploración intergaláctica sino que se sintió agobiado por la distancia insalvable entre el calor más entrañable de la canica azul y el frío infinito de las tinieblas. Había tenido que ponerse realmente en órbita para apreciar que la Tierra es nuestra única morada y que seguir expoliándola como lo hemos estado haciendo durante milenios es un absoluto despropósito. De ahí las lágrimas amargas del nonagenario capitán Kirk ante la unicidad de la vida y nuestra absoluta irresponsabilidad al respecto.