En corto y por derecho

Con permiso de los cervantistas

La excelente aportación de la literatura en el exilio, no puede hacernos olvidar que los mejores escritores se quedaron, o regresaron a España, al acabar la Guerra Civil. Así lo hicieron nuestros dos Nobel, Aleixandre y Cela, y entre otros muchos Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Baroja o Azorín. Lo del ‘páramo cultural’ del franquismo no deja de ser parte de la ‘matraca sociata’ que insiste en reescribir la historia.

Uno al que casi no le dio tiempo a quedarse fue a Unamuno, que falleció a finales del 39. Como todos los grandes quiso dejar constancia de su valoración del Quijote, la ‘Vida de Don Quijote y Sancho’ publicado al hilo del tercer centenario (1905) de la publicación de la Primera Parte, tuvo un gran impacto, aunque la lectura actual de su ‘El sepulcro de Don Quijote’, un artículo de 1908 incluido como prólogo en la segunda edición de 1915, resulta decepcionante. Mayor interés reviste un libro de Azorín mucho menos conocido, el titulado ‘Con permiso de los cervantistas’, que a diferencia de Unamuno pone mayor énfasis en la biografía de Cervantes y en su obra literaria completa.

Una comprensión cabal de las obras del alcalaíno, exige conocer su vida con cierto detalle para saber en qué momento histórico y de su existencia fue escrita cada una de ellas. Ya glosé aquí la utilidad para ello del ‘Cervantes’ de Canavaggio, ahora constató con agrado que el historiador francés conocía con detalle el citado libro de Azorín. Uno se da cuenta, con los años, del relativo sentido que tiene hacer a los colegiales recitar las obras de Cervantes y obligarles a leer el Quijote o las Novelas Ejemplares. Comprender su obra es tarea de una vida; en 1985 asistí a un montaje que hizo Paco Nieva de ‘Los baños de Argel’, ahora me doy cuenta que mal aproveché aquello, solo lo justo que permitió mi ignorancia.