El pensamiento didáctico de Andrés Bello
Jamás podrá derribar el tiempo las grandes ideas humanas, las obras culturales de los verdaderos genios. Cierto que cada época tiene y gasta a los suyos, pero siempre queda diluida en las páginas de la Historia la esencia del auténtico talento, la llama viva de los espíritus selectos. Pasan los siglos, se derrumban los imperios, caen las más brillantes civilizaciones, y sin embargo ahí están los pensamientos de Aristóteles, los versos de Homero, la prosa de Cervantes. Nos movemos sobre un paisaje sustentado por la cultura; por todas las culturas que nos han pre- cedido. Lo demás carece de autenticidad y de trascendencia. Lo demás es fisiología, es entelequia sociológica, es vida animal. Por eso, cuando en el panorama de un país o de un continente aparece un gran educador, una persona que sabe recoger toda la esencia de la ciencia histórica y basar en ella una filosofía comunal, su trabajo es impagable y el respeto que las generaciones presentes y venideras deben rendirle es eterno.
La joven América, vitalista y arrolladora, pese a su todavía breve caminar histórico, cuenta ya con una nómina de ilustres pensadores, surgido desde - y en - la propia raíz de su independencia. Seres humanos llenos de idealismo, de amor a los suyos, con plena conciencia de cómo debemos entender la consolidación de los pueblos y de la cultura. Hoy vamos a fijarnos en Andrés Bello, a reflexionar sobre la esencia de su filosofía educativa, situándonos en la época en qué su obra tuvo lugar. Como se sabe, el insigne venezolano vivió de lleno los años de la independencia americana, trabajó honradamente por ella, conoció las estrecheces económicas y se preocupó con preferencia por dotar a Chile –su patria de adopción- de un impulso educativo extraordinario. Tanto desde su dedicación universitaria como desde su ferviente vocación literaria, cuyas huellas quedaron grabadas para siempre en las páginas de "El Araucano”, periódico que dirigió durante toda su vida.
Nos apasiona toda la historia de Bello, especialmente sus años de residencia en Londres. El encuentro de la fina sensibilidad de Bello con la cultura europea fue fundamental para sus tareas posteriores. Sobre todo, en la capital de Inglaterra, su espíritu ganó en estatura, en sagacidad, en tacto. Para él no existías el tiempo cuando se entregaba a la lectura en la Biblioteca del Museo Británico. Allí leía y meditaba, se preparaba para la gran empresa que les aguardaba en Chile. Por eso, cuando llega a dicho país y el Gobierno requiere sus servicios, su visión es clara de cuál es el problema más urgente a resolver: el de la educación. Y con su celo proverbial crea las normas estructurales de la Universidad de Santiago, de la que será nombrado Rector, aumentando progresivamente el número de sus aulas y de sus disciplinas. Su método es moderno: enseñanza por grupos, con exposición breve y concisa de los temas y dando opción a los estudiantes para que pregunten y comenten cuanto crean necesario con los profesores. El método lo había utilizado él anteriormente con sus discípulos.
Ha pasado más de un siglo desde su muerte, pero su pensamiento didáctico, su colaboración a la cultura de la naciente américa, sigue viva en toda la comunidad de los pueblos de lengua española. A él se debe la redacción del Código Civil chileno, el más antiguo de América; escribió una Gramática castellana, una Ortografía, así como otros trabajos de indudable valor, entre ellos sus famosos "Discursos".
Fue tal vez el primero que entendió que la empresa de la independencia no era privativa de este o aquel país, sino de todos los pueblos hispanoamericanos, y así lo proclamó en todo momento.