Pedro navaja en su Moncloa
Amigos lectores, ¡sí!, el título de esta columna sabatina va referida a quien ustedes se imaginan y acertadamente conjeturado. El mismo que, con cierta frecuencia, ha pasado a vitaminar, dar vida y razón a esta columna sabatina.
¿Acaso no habla el personaje con jactancia y altanería de su resiliencia a prueba de bomba?, pues nada, ya que él nos maltrata, toma el pelo y degrada sin rubor ni piedad, a un servidor, en justa correspondencia, no le queda otra que —como diría un mexicano— darle «en toda la madre». o lo de «leña al mono» que es más nuestro y castizo.
Entonces y por aquello de la globalización y los vínculos del hermanamiento con los de allende los mares lo dejaré así, en las dos versiones habladas, y más ahora que hay unos cuantos clubs de fútbol —felicidades al Oviedo— cuyos propietarios, dueños, inversores o accionistas —la cosa en estos momentos no es sencilla de dilucidar— son mexicanos. De tal suerte me hago entender de un mayor abanico de ciudadanos y me «doy el pisto» de una cierta internacionalización ultramarina.
Les diré que uno, que fue peleón, contumaz y bastante firme en convicciones y rebeldía contra prepotencias y abusos, pues —viendo lo que acontece— no le ha quedado más remedio que rearmarse de los otrora y casi olvidados juveniles impulsos y enervamientos ideológicos, y reaccionar de la manera que las canas, los años y la salud le permiten, ante la sarta de embustes, desprecios, tomaduras de pelo e irrespeto que el «galgo de Paiporta» nos inflige a diario a los españoles.
¡Este es más franquista que Franco!, me decía ayer mismo y no sin fundamento, mi buen amigo Juncal.
Miren ustedes y tomen nota los dirigentes del partido de la oposición que aspira a gobernar — a modo de receta y recado—: no se están enfrentando a un contendiente al uso. Y cuando digo lo de «al uso», me refiero a lo que era práctica o hábito político de antes, ni a una persona normal, ni a alguien con moral, ética y principios. ¡No! Y convenzase. Este hombre —sin duda afecto de severos problemas psicológicos y que con seguridad terminará mal—, ha roto los esquemas de lo que se supone un comportamiento decente o, al menos, respetuoso y lógico.
Luego, señores de la oposición: la normal, lógica y clásica disputa política —cual pacto entre caballeros y a la que ustedes estaban acostumbrados—, no sirve con «Pedro, yo estoy bien». Porque este «paquidermo de la mentira» —lo del falso acuerdo con el Secretario General de la OTAN además de espurio concluyó en ridículo—, ha superado todas las barreras, los límites y la decencia de lo que por décadas había sido la lógica política y la natural divergencia entre opositores en cuanto a ideas y prácticas.
Es alguien —y esto no requiere mucho debate ni análisis político, por evidente y cristalino— que ha antepuesto «SU» interés personal y exclusivo, a cualquier otro de características globales, generales o colectivas. Alguien a quien no le ha importado que, en aras de «SU» ansia de poder, esté triturando España, la Constitución, la convivencia, principios como el de la separación de poderes —indispensable en cualquier sociedad democrática— y el futuro de un país que, desde hace 50 años, había conseguido olvidar rencillas periclitadas y alcanzar una convivencia apacible con un alto respeto a sus instituciones.
Como habrán observado, todo eso ha quebrado y, cada día, y sin importar la incontinente avalancha de corrupciones que le rodean y la desvergüenza que le cubre por mil años que viviera, se ha atornillado al puesto con el apoyo —y esto tampoco admite dudas porque ellos mismos lo han dicho y repetido asazmente— de aquellos que tienen como único objetivo romper España y amenazan que «lo volverán a hacer». Es decir, nacionalistas radicales —que son todos los existentes, más allá de la careta que se pongan circunstancialmente— y el pequeño, pero dañino ejército de odiadores comunistas y putinescos, entre los que ya, por repugnante y asqueroso que resulte, aparece con letras de oro, el traidor y mercenario Pumpido, ¡pero bueno, mejor así, las cosas claras!
Pues señores de la oposición, sacar a Sánchez de su sitial monclovita, mejor antes que después, se ha convertido en un acto de patriotismo. Pero no esperen que se lo ponga fácil porque ya están viendo cómo y de qué manera está aferrado al sillón —a pesar de los infinitos casos de corrupción de su entorno político y familiar y el reclamo, incluso, del nutrido y relevante número de importantes figuras del socialismo histórico—, y como jamás hubiera hecho ningún otro político de cualquier país de los que forman nuestra órbita europea.
Luego, actúen con decisión, olviden la galantería y modales florentinos de cuando la disputa era entre caballeros, porque las reglas de juego clásicas ya no sirven y el «atrincherado en la Moncloa» es un villano, vulgar mentiroso y navajero, que no tendrá inconveniente en utilizar cualquier argucia —ilegal, con seguridad— con tal de derrotar y aniquilar a su enemigo. Pues —y convénzase—, ya no se habla ni discute entre contendientes u opositores. Para Pedro, este Pedro Sánchez «diplodocus de la trola», solo hay enemigos.
Por eso, a un servidor, este deleznable personaje, cada día le recuerda más algún pasaje de aquel «Pedro navaja» que tan bien describió Rubén Blades en su poema-canción:
«Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar/ con el tumbao que tienen los guapos al caminar/las manos siempre en los bolsillos de su gabán/ para que no se sepa en cuál de ellas lleva el puñal».
Ya ven, amigos, «la vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida».
¡Pues toca moverse!