La mirada del centinela

El pato Donald

Donald Trump porta una vitola asignada por las izquierdas de político nefando. Es evidente que el personaje tiene sus claroscuros. El pueblo americano ha confiado en él para reflotar el país, ha depositado su confianza en un magnate  experimentado en negociar, un hombre que todo lo cifra a la estadística económica y la cuenta de resultados. Por eso, el político Trump es solo una extensión del hombre de negocios que lleva dentro, y los asuntos los plantea en términos de beneficio o pérdida monetaria.  

Así las cosas, es inevitable, por su peculiar carácter rayano en el histrionismo, que las formas y el fondo se den la espalda en los movimientos políticos que afronta el presidente de los Estados Unidos de América. A Trump le pierden las formas, sus maneras de cowboy, sus modales de paleto trajeado al que le  acaban de robar un ternero, su compostura de pavo real que abre su colorida cola y achanta a los gallos de la vieja Europa. Puede frenar la guerra de Ucrania, cosa deseada por todos, pero lo hace con una puesta en escena y unas cláusulas abusivas que le favorecen a él y, lo que es mucho peor, al opresor Putin.  

Con el tema de los aranceles sucede otro tanto, es obvio que la diplomacia no es su fuerte, porque, además de subir un 25% los aranceles a Europa, dice que la UE se constituyó para “joder a Estados Unidos”. Si el gabinete Trump no le para los pies (algo improbable), el hombre de negocios con ínfulas de conquista  acabará por romper la baraja del mercado internacional. No es momento de un cisma entre aliados históricos, no es momento de que el hombre más poderoso del mundo se alinee con el hombre más peligroso del mundo; so pena de que ambos lo sean.  

Si no desea parecer un dibujo animado que despotrica con un lenguaje que nadie entiende, como su tocayo el pato Donald, el presidente Trump debe cuidar sus formas y medir sus palabras. De lo contrario, las izquierdas, ávidas de carnaza populista, airearán a los cuatro vientos lo malvado que es y lo malvados que son todos los que están en ese lado de la balanza. Esa ultraderecha en la que meten a todo quisque, los que osamos llevar la contraria de sus actos e ideas peregrinas.  

Trump debería considerar quiénes somos los protectores del bien común, quiénes estamos subidos al carro de los justos, quiénes formulamos las bases de lo que es hoy día un planeta civilizado (con sus grandes carencias, sin duda), quiénes defendemos las conquistas culturales e históricas que nos han convertido en sociedades evolucionadas, lejos de la brutalidad de antaño.  

Sin esos tics de forajido vengador, a Trump le iría mucho mejor. Hacer patria no significa romper moldes, no significa romper acuerdos en el orden internacional, no significa echarse en brazos del verdadero forajido que mora en el Palacio del  Kremlin. El zar de expresión impertérrita está encantado con las últimas maniobras de su camarada Trump. Sería bueno que Donald no le cambiara el  rostro al enemigo, que sea capaz de reconducir las alianzas atávicas y no le baile el agua al macabro emperador Putin. De lo contrario, cada vez le confundiremos más con el divertido pato Donald, pero en su caso sin gracia, sin gracia ninguna.