#AI mucho que contar

La otra cara de la IA

Como todo en la vida la inteligencia artificial también tiene dos caras, como una moneda que lanzas al aire, la que deslumbra, que nos hace soñar, que parece magia (a veces lo es), y la cruz, esa que incomoda, que desconcierta, que te obliga a frenar un segundo antes de seguir.

Hoy quiero hablarte de esa cruz..., la menos visible, la que no sale en las keynotes, pero que está en todas partes. No para alarmar (ya sabéis que aquí no venimos a eso), sino porque cuanto más entendamos lo que tenemos entre manos, mejor lo usaremos. Y cuanto mejor lo usemos..., más libres seremos.

Soy de los que cree que la IA es una de las mejores cosas que nos ha pasado (lo digo así de claro), pero también creo que no estamos preparados, no del todo, ni culturalmente, ni emocionalmente. Esta revolución no es como las anteriores, llega más rápido, es más accesible, se cuela en nuestras rutinas sin pedir permiso..., y sin darnos tiempo para digerirla.

Antes, las nuevas tecnologías llegaban con margen, con espacio para formarse y digerir. Ahora, para cuando te pones al día, ya hay una API nueva, una demo en streaming y alguien usándola en Unreal Engine 5.6 (sí, a veces me quedo con la boca abierta también). No tenemos que saberlo todo, pero sí deberíamos saber por dónde andamos. Porque corremos el riesgo de quedarnos en lo bonito y olvidar las preguntas necesarias.

Pero al lío que me disperso, el otro día me pasó algo que no olvidaré, estaba en el súper, entre la leche y las galletas de dinosaurios, cuando me llegó un audio de WhatsApp de mi mujer, o eso pensé. Misma voz, mismo tono …, ese “oye, escúchame un momento” que sabes que viene con recado. Me decía que hiciera un bizum al nuevo monitor del campamento de verano de José (un nombre original para los días de hoy ...), que no podía en ese momento y que este era el número nuevo. Todo encajaba..., pero algo me decía que no era ella.

Una palabra que no usaría, esa urgencia que no le pega. Dudé, paré. ¿Y si no era ella? No pasó nada, era real. Pero esa duda quedó, y en 2025 esa duda ya no suena a paranoia, suena a criterio necesario. (menos mal que lo hice y no nos quedamos sin el campamento de verano del enano …, imagínate)

Los deepfakes ya no son vídeos divertidos en TikTok (bueno, también…, hasta TikTok tiene ya su propia IA para eso). Son audios, mensajes, videollamadas. Según Sumsub, solo en el primer trimestre de este año se detectaron 179 mil incidentes de deepfakes, un 19 % más que el año pasado, y ya representan el 31 % del fraude de identidad digital. Y esto solo es lo visible, lo detectado. Lo inquietante no es solo la capacidad técnica, es lo rápido que se cuela en lo cotidiano. Cómo empezamos a dudar de lo que antes confiábamos sin pensar. (Y si ahora tienes la duda de si esto lo ha escrito ChatGPT..., enhorabuena, estás pillando el punto, aunque , ya te digo que no, entre otras cosas, porque el día diez se cayó y me dejó tirado en mitad del párrafo).

Y eso no se queda en lo personal, en el trabajo también pasa. Según McKinsey, el 92 % de las empresas ya usa IA, pero solo el 1 % se considera madura de verdad en su uso. Es decir, la mayoría ya la tiene encima, pero pocos saben cómo usarla con naturalidad, sin miedo, sin postureo. Presumimos de IA en conferencias, pero cuando alguien la usa para redactar un mail, generar una idea o automatizar un proceso, aún escuchas eso de “bueno, esto te lo hizo la IA, ¿eh?”. La usamos, pero muchos de vosotros en secreto, como si tuvierais que justificaros por apoyaros en algo que, si se entiende bien, multiplica, aunque hay que tener cuidado en cómo, cuándo y dónde lo usáis, hay límites (lo hablaremos en el próximo capítulo). De hecho, Disney ya ha denunciado a Midjourney por clonar a sus personajes ..., ni la IA se libra del abogado de Mickey.

Si algo tengo claro, más que nunca, es que no necesitamos frenar esto. Al contrario, necesitamos entenderlo bien. Por eso creo que el paso uno es tener criterio, aprender a convivir sin ingenuidad, pero sin miedo. Y para eso, no necesitamos contraseñas complejas ni formación técnica (que también), bastan gestos humanos, casi invisibles, pero poderosos, como una clave familiar (hacerlo). Una palabra tonta, un emoji raro o una frase absurda que sólo vosotros entendéis. Algo que una IA no aprendería en un dataset (por ahora). Si recibes un mensaje raro o una llamada sospechosa, pregunta por la clave. Si no la aciertan…, no hagas el bizum (no cuesta nada revisar o rellamar).

No se trata de rechazo, sino de atención. Convivir con responsabilidad, con curiosidad, con juego. Pedidle a la IA que te escriba una receta estilo Gandalf o que te explique la inflación como si fueras un niño…, y ríete con lo que te contesta.

Cuanto más la uses, más conocerás sus límites. Y cuanto más conozcas, menos podrá dominarte. Porque la libertad no está en apagar la tecnología, sino en entenderla. La otra cara de la IA no es un monstruo, es solo una parte que tenemos que mirar, aceptar y gestionar con criterio, con respeto, con humor y, sí, con una clave compartida, porque la IA ha venido para quedarse, pero nuestro sitio sigue intacto, y si caminamos con conocimiento, aprenderemos a decidir cómo caminar al lado de la tecnología..., que de eso va todo.