Entre el “orinario” y el formulario: anatomía de una entrada triunfal
En una gasolinera perdida entre curvas y campos de cereal, vi un cartel en los “orinarios” —no urinarios, que suena a hospital— que decía:
“Arrímate un poco más, no la tienes tan grande como piensas.”
Me reí. No por la vulgaridad, sino por la precisión. Era un mensaje para evitar el goteo, sí, pero también una advertencia existencial. Una súplica contra la arrogancia. Una pedagogía de la humildad, escrita en azulejos y salpicada de humanidad.
Esa frase, tan escatológica como sabia, me llevó en el recuerdo a una escena vivida junto a un amigo —ese que no nombro “casi” nunca— durante un vuelo rumbo a La Habana. Poco antes de aterrizar en el aeropuerto José Martí, nos repartieron los formularios de entrada. En el apartado “sexo”, había dos casillas vacías que debían marcarse con una X: H (hombre) y M (mujer). ¿O eran V (varón) y H (hembra)? Ya no lo recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que mi amigo, con su habitual sentido del humor, escribió tras la palabra “sexo”: ENORME.
Nos lo mostró con orgullo, como quien lanza una travesura al mundo. Risas, codazos, comentarios de pasillo. Pero luego, consciente de que las bromas en formularios migratorios pueden acabar en salas sin ventanas —sobre todo en los pazguatos “USAdos”— tachó el añadido con una línea prudente, aunque lo bastante tenue como para dejar entrever el trasunto del texto.
Afortunadamente, la entrada era en Cuba. Y allí, la broma se saldó con una sonrisa de oreja a oreja, coronada por unos dientes perlíferos de una guapísima agente de aduanas. Ella, sin perder la compostura, compartió discretamente el hallazgo por el micrófono interior con sus otros compañeros de las garitas aduaneras —la mayoría, también bellas mujeres—. A tenor de las carcajadas que acompañaron la entrada triunfal de mi amigo, diría que el chiste fue bien recibido.
Así que sí: entre el “orinario” y el formulario hay una misma enseñanza.
No te creas tan importante. No te alejes tanto de la realidad.
Y, por favor, apunta bien.
Porque a veces, la frontera más difícil de cruzar es la del propio ego