El orgullo gay en Budapest, entre la controversia y la prohibición
La represión policial de una contramarcha gay convocada en Budapest el 28 de junio por varias organizaciones húngaras sería un craso error de incalculables costes políticos para su primer ministro, Viktor Orbán.
Todos los progres del continente alistan sus maletas, entre ellos los locales, para ir a apoyar las protestas convocadas en Budapest por la izquierda, activistas gays húngaros y algunas organizaciones locales en favor de los derechos homosexuales, por citar solamente algunas, en defensa de la celebración de una contramarcha callejera del orgullo gay. El mayor error de Viktor Orbán ha sido prohibirla, porque al hacerlo ha concitado el rechazo unánime de la Unión Europea (UE), de unas treinta embajadas acreditadas en Hungría y de toda la progresía continental y local. Un error, sinceramente, de bulto y que ha generado una controversia gratuita e inútil.
Si Orbán hubiera permitido la marcha inicial y la misma se hubiera celebrado sin problemas en las calles de la capital húngara, hoy no estaríamos hablando de este asunto y su ejecutivo no estaría siendo atacado por las hordas mediáticas al servicio de las causas progres. No hay mejor publicidad para algo que prohibirlo, como ha ocurrido con esta marcha del orgullo gay húngaro. Sin embargo, a pesar de que estoy a favor de todo tipo de marchas, manifestaciones y expresiones pacíficas de cualquier signo o contenido, no cabe duda de que defiendo el derecho del primer ministro húngaro a prohibir la manifestación del orgullo gay, pero ha cometido un error político que le pasará factura en casa y fuera.
Por lo pronto, el alcalde de la capital, Gergely Karácsony, ha convocado una marcha del orgullo gay alternativa y ha desafiado abiertamente a Orbán, que, para atizar aún más el fuego mediático, ha tolerado una marcha ultra. En efecto, el partido ultra Movimiento Nuestra Patria y otros grupos intentarán coincidir en puntos del recorrido anunciado por la contramarcha LGTB, mientras la Policía húngara respalda estas protestas y advierte a los organizadores del Orgullo de que es ilegal y se enfrentan a “responsabilidades penales”. Es decir, Orbán tolera una marcha fascista y prohíbe la gay, provocando más controversias de las que ya había alimentado y fomentando (casi) el enfrentamiento en las calles. Si al error garrafal de prohibir la marcha gay se le une ahora la provocación, no cabe duda que el primer ministro húngaro es el maestro mundial en generar dislates y disparates.
Estaremos atentos a lo que ocurra el 28 de junio en Budapest, donde se prevén alteraciones del orden público, y donde el foco mediático continental estará puesto en esa marcha gay prohibida por la policía. Una reacción desmesurada por parte de la policía húngara reprimiendo a los gays sería ampliamente reproducida y transmitida a nivel global, descalificando al gobierno de Orbán. Y, además, sería una gran victoria para sus detractores. Por lo pronto, se esperan centenares de cargos públicos de toda Europa, entre ellos numerosos eurodiputados y políticos electos de todo el continente, que después se convertirían en enconados enemigos del actual legislativo húngaro, que no goza, por cierto, de una buena imagen en las instituciones europeas y en la opinión pública internacional. Sería un gran desatino que la policía húngara actuará violentamente contra los gays y daría al mundo una imagen deplorable de la Hungría de Orbán, que, precisamente, no cuenta con muchos amigos en el mundo si exceptuamos a algunos partidos trogloditas y homófobos. Esperemos reine la cordura.