La ONU: cuando se abandona el diálogo peligra la paz
La Asamblea General de las Naciones Unidas está pensada como el espacio universal del diálogo político. Una tribuna en la que incluso los adversarios más férreos pueden exponer su visión del mundo, confrontar argumentos y, en el mejor de los casos, buscar puntos mínimos de entendimiento. Sin embargo, en el reciente discurso de Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, ese principio fundacional se resquebrajó: varias delegaciones abandonaron la sala antes de que el líder israelí comenzara a hablar.
Este gesto, cargado de simbolismo, es mucho más que una protesta silenciosa. Significa la negativa a escuchar, la renuncia al intercambio de ideas y la sustitución del debate por la ausencia. Es un acto que comunica rechazo, sí, pero también pone en cuestión el sentido mismo de una institución que debe ser ejemplo de democracia y deliberación para el mundo.No cabe duda de que la retirada fue intencional: un mensaje político de rechazo. En ese sentido, fue un acto pacífico, contundente y con gran impacto mediático. Pero al mismo tiempo, este tipo de boicot plantea un dilema: ¿qué queda de la palabra “diálogo” cuando la respuesta es no escuchar?
Un ejemplo histórico lo demuestra con claridad: en 1962, durante la Crisis de los Misiles en Cuba, el mundo estuvo a punto de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, en apenas 12 días de intensas negociaciones, prevaleció el diálogo. Khrushchev aceptó retirar los misiles de Cuba y Kennedy garantizó que no habría invasión a la isla. Aquella crisis, la más peligrosa del siglo XX, se resolvió no por la fuerza, sino por la palabra. La democracia internacional se sostiene sobre un principio elemental: escuchar incluso lo que no queremos oír. Abandonar la sala antes de que empiece un discurso es, en la práctica, negar ese principio. Una institución internacional como la ONU pierde legitimidad cuando permite que la confrontación se exprese en el vacío en lugar de en la réplica.
La protesta, en este caso, pudo haberse manifestado de otra forma: permanecer en la sala y responder en el mismo foro, o emitir declaraciones inmediatas después. Ese camino habría reforzado la autoridad moral de quienes denuncian, en lugar de dejar un eco de sillas vacías.
La paradoja es evidente: mientras los Estados miembros exigen al mundo más diálogo, más paz y más negociación, ellos mismos recurren a la retirada como forma de protesta. El mensaje que llega a las sociedades globales es ambiguo: frente a un adversario, ¿escuchar y responder o levantarse y marcharse?
Las instituciones internacionales deben cuidar no solo su funcionamiento interno, sino también la ejemplaridad que proyectan. De lo contrario, el riesgo es que los foros multilaterales se conviertan en escenarios de gestos simbólicos vacíos, en lugar de espacios donde se enfrenten las ideas y se busquen salidas reales a los conflictos.
El boicot previo al discurso de Netanyahu no solo fue un acto de protesta política; fue también un espejo incómodo de las contradicciones democráticas de la ONU. Si la comunidad internacional quiere ser tomada en serio como garante de paz y diálogo, no puede permitirse renunciar a la escucha. Porque sin escuchar, no hay debate, y sin debate, no hay democracia.
Como mujer comprometida con la paz mundial, considero que ese gesto fue vergonzoso. ¿Cómo puede la ONU pedir a los países que dialoguen, si dentro de su propia Asamblea se normaliza la ausencia en lugar de la escucha?