Ocho apellidos hispanoamericanos
Con el estreno de Ocho apellidos marroquíes en Netflix, muchos recordamos el fenómeno de Ocho apellidos vascos. Y entonces me surge la pregunta inevitable: ¿y si filmáramos Ocho apellidos hispanoamericanos? El casting saldría solo: González, Rodríguez, López, Martínez, Fernández, Pérez, Díaz, Sánchez. Nombres que ya llevan banda sonora, sobremesa y mate, chocolate o café incluido. Porque en América hispana , los apellidos españoles no son una anécdota, son nuestra herencia afectiva.
Quienes nacimos al otro lado del océano crecimos escuchando historias de antepasados que cruzaron el Atlántico con fe, esperanza y, muchas veces, una imagen de la Virgen o un rosario al cuello. Pero incluso quienes no tienen migración reciente en la familia llevan un apellido que recuerda algo decisivo: que compartimos un idioma hermoso, vivo, universal. El español no es solo herramienta, es casa, es nuestra Madre Patria. Es el lugar donde pensamos, soñamos, rezamos, nos enamoramos, contamos chistes y despedimos duelos. Es una patria portátil. Nuestra mayor obra colectiva. Y junto con el idioma llegó otro legado fundacional, el catolicismo . Más allá de creencias personales, es imposible narrar América Hispana sin reconocer que su arquitectura, su calendario, su derecho, sus símbolos, su ética del prójimo y su sensibilidad compasiva nacieron de una matriz cristiana. Iglesias, hospitales, universidades, escuelas, misiones, cofradías, instituciones que moldearon el continente durante siglos. La idea de dignidad humana, de perdón, de comunidad, de solidaridad, de servicio, sigue siendo piedra angular de nuestra cultura. Incluso quienes se declaran no religiosos respiran categorías heredadas de ese jardín espiritual.Durante generaciones, los hispanamericanos celebramos esta herencia sin incomodidad. El 12 de octubre se vivía como punto de partida, no como herida. La figura de Colón, las carabelas, los Reyes Católicos, los misioneros, los primeros colegios y universidades eran parte del relato fundacional que nos enseñaba que veníamos de un encuentro histórico. Y claro, como en toda historia, hubo contradicciones, injusticias y tragedias. Pero también hubo construcción, mezcla, evangelización, alfabetización, puentes culturales. Nada humano es puro, pero mucho fue fecundo.
Con el tiempo surgieron nuevas miradas, necesarias y legítimas, que invitaron a revisar ese pasado. Hoy sabemos que América precolombina fue tan diversa como compleja: pueblos con agricultura sofisticada, arte magnífico, cosmovisiones profundas, pero también conflictos, tensiones y dominaciones internas. La llegada de España no borró esas realidades, las transformó, las mezcló, las reorganizó. Y de esa mezcla nació algo nuevo, nosotros. Por eso, cuando ciertos discursos contemporáneos buscan culpas hereditarias, muchos hispanoamericanos que vivimos en España sentimos la necesidad de aclarar algo, no queremos que ningún español tenga dudas, al contrario, sentimos gratitud, cercanía y reconocimiento. Honramos esa herencia cada vez que decimos “gracias”, cada vez que bautizamos a un hijo, cada vez que pronunciamos una jota o cantamos una zamba o un bolero. Argentina es ejemplo elocuente. Antes del periodo colonial y de las migraciones europeas del XIX, su territorio tenía baja densidad poblacional. La llegada de España dio forma a su urbanismo, a su cultura jurídica, a su gastronomía, a su literatura, a su fe. Y los argentinos lo hemos celebrado históricamente sin complejos, en sus plazas, himnos, escuelas, apellidos y devociones populares.
Quizá por eso la película que falta no es Ocho apellidos vascos ni Ocho apellidos marroquíes, sino Ocho apellidos hispanoamericanos. Una comedia donde caben Galicia y Tlaxcala, Sevilla y Cuzco, Burgos y Bogotá, Madrid y Buenos Aires, Barcelona y Caracas, Málaga y Panamá. Una historia donde el español es protagonista y el cristianismo, banda sonora.
Porque, al final, nuestros apellidos, nuestro idioma y nuestra fe no nos dividen, nos cuentan quiénes somos. Y quizá por esa razón escribo esto. Porque nací argentina y hoy también soy española, y sentir gratitud por esta herencia común es, para mí, casi una tarea obligada, profunda, emocionante y feliz. ¡Olé!